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«Lotería solar» (1955), de Philip K. Dick

Aunque Lotería solar suele citarse como la primera de las cuarenta y cinco novelas escritas por Philip K. Dick, cuando apareció publicada en 1955, él tenía veintiséis años y ya no era ni mucho menos un escritor novel. Desde 1952, año en que publicó “Beyond Lies the Wub” en el número de julio de Planet Stories, y hasta aparecer esta novela, había visto publicadas unas treinta y cinco historias cortas en las revistas especializadas de ciencia ficción, veintisiete de ellas solamente en 1953, lo que da fe de su productividad (y su apremiante necesidad de dinero).

Lo cierto es que no era la ciencia ficción el verdadero amor de Dick, al menos al principio. En 1955, tenía escritas nada menos que cuatro novelas de temática mainstream languideciendo en su archivo, incluyendo Gather Yourselves Together (escrita en 1949), Voices From the Street (1952) o la novela fantástica A Glass of Darkness (publicada en 1956 como Muñecos cósmicos). Pero con ninguna de ellas consiguió atraer el interés de los editores, que le seguían pidiendo historias cortas de ciencia ficción. Así que, a su pesar, se veía cada vez más encerrado en ese gueto literario del que quería distanciarse en su aspiración de ser algún día un “escritor serio”. Nunca lo consiguió. Durante toda su vida sería considerado un escritor pulp, un artesano de la literatura popular. Sólo después de su muerte fue su obra reexaminada y revestida de la importancia cultural que hoy tiene.

En ese contexto, animado por el editor Anthony Boucher a probar suerte dentro de la ciencia ficción en un formato más largo, Dick terminó Lotería solar en marzo de 1954, modificándola considerablemente tras venderla al editor de Ace Books, Donald Wollheim (quien cambió el título original de Dick, Quizmaster Take All). En mayo de 1955, apareció ocupando la mitad de un volumen completado por The Big Jump, de Leigh Brackett. Fue un prometedor “debut” para Dick: un relato ágil, imaginativo y complejo que deja entrever un gran futuro literario.

La acción se desarrolla en uno de los futuros distópicos tan queridos al escritor, una Tierra del año 2203 dominada por la lógica y los números en la que “la desintegración del sistema social y económico había sido lenta, gradual y profunda. (…) los hombres dejaron de creer en las leyes de la Naturaleza. Nada parecía estable o fijo; el universo era un flujo incesante. Nadie sabía lo que iba a ocurrir. Nadie podía contar con nada. La predicción estadística se hizo popular…; el concepto mismo de causa y efecto desapareció. Los hombres ya no pensaron que podían controlar el entorno; todo lo que les quedaba era una secuencia de probabilidades en un universo regido por el azar”.

Así, se ha llegado a una situación en la que el líder planetario, cargo conocido como “Gran Presentador”, no es elegido bien por una mayoría, bien por una minoría, sino designado al azar por “La Botella”, un sofisticado procedimiento tecnológico construido sobre viejos planteamientos desarrollados por los militares americanos y soviéticos y conocido como Minimax. De esta forma, teóricamente, todo el mundo tiene una oportunidad de convertirse en el hombre más poderoso del mundo; todos pueden albergar el sueño de ser señalados por la Botella algún día.

Es, por tanto, un juego que actúa como forma de control social en el que cada individuo es privado de su propia personalidad y su capacidad de influencia sobre el gobierno, manteniéndolo de facto aislado de las estructuras de poder. “Durante decenios la economía se había basado en complejos mecanismos dispensadores con los que se distribuían toneladas de mercancías sobrantes. Pero por cada hombre que ganaba un coche, una nevera o un televisor, había millones que no ganaban nada. En el decurso de los años, los premios de los juegos pasaron de ser artículos materiales a propuestas más atractivas: poder y prestigio. Y por encima de todo, estaba en juego la función más codiciada: la de Gran Presentador, el máximo dispensador de poder y, por tanto, el administrador de los Juegos”.

Y, como todo juego ha de tener su parte de catarsis colectiva y de entretenimiento, en la Botella éstas toman la forma del asesinato televisado. Porque el líder saliente tiene el derecho legal de intentar asesinar a su sucesor siempre y cuando sea capaz de superar las medidas de seguridad que le rodean, especialmente las Brigadas Telepáticas, una especie de servicio secreto de élite. El nuevo Gran Presentador ha de ganarse el respeto de la población sobreviviendo a la amenaza. Si no lo consigue, se pone en marcha otra vez el Minimax.

Ted Benteley es un idealista bioquímico de treinta y dos años desengañado con el papel que le ha tocado en la vida tras ser despedido de una de las Colinas, los conglomerados industriales que dominan la economía. Nadie puede sobrevivir decentemente en ese futuro si no pertenece a una corporación o sirve a algún individuo destacado, así que intenta conseguir un empleo en la oficina del Gran Presentador, Reese Verrick. Sus empleados le toman el irrenunciable juramento de lealtad sin informarle de que, tras diez años en el cargo, ese mismo día la Botella ha dictaminado su sustitución por el polémico Leon Cartwright, líder de una secta religiosa. Horrorizado y contra su voluntad, Benteley se encuentra de repente en el centro de una lucha por el poder, formando parte integral de un plan para asesinar al nuevo Gran Presentador.

Para confundir a los guardaespaldas telépatas que lo protegen, los partidarios de Verrick fabrican un androide llamado Keith Pellig, cuyo control pasa en rápida sucesión de una mente a otra de varios voluntarios, impidiendo así que los telépatas establezcan contacto con la fuente. Al final, y como suele suceder en la ficción de Dick, nada es lo que parece y la Botella resulta ser la fachada que utilizan los auténticos gobernantes del mundo para distraer a las masas mientras ellos maniobran a su antojo.

La acción se traslada desde la capital mundial en Batavia (dado que Indonesia es uno de los países más densamente poblados del planeta, no es extraño que Dick la eligiera como sede del gobierno de la Tierra) a la base de Cartwright en Londres, para luego saltar a las propiedades de Verrick en Berlin y terminar en un resort turístico en la Luna, donde Keith Pellig intenta eliminar al nuevo líder mundial. Y por si todas las intrigas políticas y los intentos de homicidio fueran poco, Dick introduce otra subtrama sobre los Prestonitas, la secta liderada por Cartwright, algunos de cuyos miembros han emprendido un viaje espacial hasta más allá de Plutón en busca del legendario décimo planeta, conocido tan sólo como el Disco de Fuego.

Lotería solar no ofrece aún las chispas de humor, referencias a las drogas o cuestionamiento de la realidad que tan frecuentes serían luego en la obra de Philip K. Dick, ni tampoco el importante papel que en ellas tendrían la filosofía y la religión. Y aunque no hay tantos giros y sorpresas como los que abundan en novelas y relatos posteriores, sí encontramos ya aquí algunos de esos sus característicos pasajes realmente extraños, rayanos en lo surrealista o lo esquizofrénico. Por ejemplo, aquél en el que un comprensiblemente desorientado Benteley, atontado además por una bebida llamada elixir de metano, va sumiéndose en un estado alucinatorio hasta ver su propia conciencia súbitamente trasladada al cuerpo del asesino Keith Pellig.

Otro instante en la misma línea desconcertante es cuando los Prestonitas escuchan la voz de su mesiánico líder, John Preston, muerto 150 años antes, surgiendo de los altavoces de la nave.

Sí aparecen ya aquí algunos elementos que pronto se harían familiares en sus obras, como el binomio androide/humano, la paranoia, la telepatía, el futuro distópico y las conspiraciones corporativas y/o gubernamentales. La novela presenta también la primera de una larga lista de precoces muchachitas adolescentes, más sabias de lo que correspondería a su edad, que acaban relacionándose sexualmente con el protagonista. Aquí ese papel lo interpreta la pelirroja y antigua telépata Eleanor Stevens, secretaria privada de Verrick y víctima de un destino horriblemente memorable.

En ese sentido, Dick ofrece no pocas escenas con contenido sexualmente arriesgado tratándose de una novela de ciencia ficción de los años cincuenta, cuando aún la ciencia ficción se consideraba un género destinado principalmente a lectores jóvenes. Así, por ejemplo, el encuentro sexual entre Ted y Eleanor es bastante elocuente (“De pronto estaba echándose sobre ella y ella subía hacia él. Brazos húmedos, pechos temblorosos y pezones rojos y duros debajo de él. Ella jadeó y se estremeció, abrazándolo. El zumbido en la cabeza de Benteley creció hasta desbordarse; cerró los ojos y se abandonó plácidamente al torrente”). El cuerpo de la sobrina de Cartwright, Rita O’Neill, es descrito como “una brillante mezcla de marrones y negros, carne firmemente moldeada, joven y vigorosa”. Y, como en muchos otros libros de Dick, el top-less femenino es la moda preponderante. Por desgracia, y también como solía ser la norma en él, nunca supo construir personajes femeninos profundos y carismáticos.

Además, el libro ofrece algunas ideas que parecen proféticas, como la chica de pelo violeta en el resort lunar “inclinada sobre un tablero de colores tridimensionales (…) con movimientos secos y rápidos de las manos construía elaboradas combinaciones de formas, tonos y texturas”, una escena que nos recuerda a la de tanta gente hoy concentrada en los juegos de sus iPhones. Asimismo, la idea de convertir la política –y el asesinato– en un entretenimiento de masas remite a las peores tendencias de la televisión moderna, con sus “realities”, famoseos, gusto por lo macabro y tratamiento de la política como espectáculo.

También se proponen algunas preguntas interesantes, como cuando Benteley reflexiona en voz alta: “Pero ¿qué se puede hacer en una sociedad corrupta? ¿Obedecer a leyes corruptas? ¿Acaso es un crimen transgredir una ley depravada o un juramento enviciado? (…) ¿Cómo se sabe que la sociedad se ha equivocado? ¿Cómo se sabe que ha llegado el momento de incumplir una ley? “. En definitiva, cuestiona nuestro papel colectivo e individual y nos pregunta qué haríamos si un gobierno o una sociedad pusiera a prueba nuestra brújula moral.

Como suele suceder siempre en la literatura de ciencia ficción, Lotería solar no está aislada del tono social, político y cultural de su tiempo por mucho que por su argumento circulen androides y telépatas. Escrita en la primera mitad de la década de los cincuenta del pasado siglo, vemos reminiscencias del miedo a la invasión extranjera en la decisión de adoptar el Minimax a partir de las estrategias elaboradas por los militares.

Dick también filtró el miedo de una nación ya en plena Guerra Fría al describir un mundo infectado por la desconfianza y una población indefensa en las manos de un gobierno sobredimensionado y unas corporaciones poderosas. El subargumento de los prestonitas, por su parte, tocaba de refilón el comienzo de la carrera espacial.

Hay también un adelanto del espíritu de Berkeley, la ciudad californiana famosa por su universidad y su talante vanguardista y contracultural. Dick estudió en ese centro y se empapó del germen rebelde que en unos cuantos años empezaría a cambiar la sociedad estadounidense. Así se refleja en este pasaje de la novela:

«‒Me entregué a ese juego durante años ‒confesó Cartwright‒. La mayoría de la gente se pasa la vida jugando. Entonces empecé a entender que las reglas estaban hechas para que yo no pudiera ganar. ¿A quién le interesa jugar así? Apostamos contra el casino y el casino siempre gana.

‒Es cierto ‒corroboró Benteley‒. ¿Para qué jugar si el juego está amañado? ¿Pero qué hizo usted? ¿Qué se puede hacer cuando las reglas están manipuladas para que uno no gane?

‒Lo que hice yo: se inventan nuevas reglas y se juega con ellas. Reglas que den a todos los jugadores las mismas oportunidades.”

Una de las principales virtudes del libro es su vigoroso ritmo, saltando de una escena a otra en rápida sucesión, aumentando en osadía conceptual y tensión conforme la trama se acerca al clímax. El pasaje que narra el intento de asesinato de Pellig es uno de los más emocionantes del libro. Pero, eso sí, la novela tampoco es perfecta.

Dick solía ser víctima de la velocidad a la que escribía y de su propia visión de la literatura de ciencia ficción, en la que las ideas eran más importantes que el estilo o los personajes. Así, la prosa es algo confusa en ocasiones, los diálogos dejan que desear y hay tontos errores de continuidad, como que la acción tenga lugar en un Londres veraniego y la ciudad se halle sumida en un aparente invierno. No hay personajes realmente memorables y el argumento centrado en los prestonitas y su búsqueda del planeta oculto no está bien integrado con el resto y no llega a cuajar. Se diría que Dick, dándose cuenta de que no había alcanzado la extensión requerida, decidió añadir otro relato totalmente distinto para completar el número de palabras.

Salvo esas objeciones propias de una literatura de carácter pulp –y que serían achacables a Dick durante toda su carrera‒, Lotería solar constituye un agradable debut en el campo de la novela para un autor que aquí aún estaba perfilando su estilo definitivo y empezando a escarbar en sus obsesiones. Seguramente, ya en el momento de su primera edición debió ser considerada como una obra poco ortodoxa, incluso vanguardista, que poco tenía que ver en sus ideas y su capacidad para integrarlas en una trama con el material que se podía encontrar en las revistas de ciencia ficción al uso.

Desde su frase de apertura, “Hubo presagios” –y este libro fue en sí mismo un auspicio de lo que estaba por venir en su carrera‒ hasta su cierre en la forma de reflexión sobre el destino del hombre (“la necesidad de crecer y progresar…, de encontrar cosas nuevas…de dejar de lado la rutina y la repetición, de romper la insensata monotonía de la costumbre e ir adelante, y no detenerse…”), Lotería solar es un libro satisfactorio, entretenido e incluso inspirador.

Dick llegaría a escribir mejor en los años posteriores pero, simultáneamente, también aumentarían su cinismo, su paranoia y sus malos hábitos de vida hasta su muerte prematura en 1982, con sólo 53 años. Lotería solar no tiene aun la riqueza conceptual y las ideas profundas de sus futuras obras maestras, pero es ya una novela madura, perfectamente disfrutable como una obra dinámica, repleta de intrigas y peripecias que captura el clima de su época y que viene firmada por un gigante del género en su adolescencia literaria. Para lo bueno y para lo malo, ya es plenamente una obra propia de Dick.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".