“Imagina si puedes, una pequeña habitación, de forma hexagonal, como la celda de una abeja” comienza The Machine Stops. Esa habitación subterránea es fácil de visualizar porque sólo contiene un sofá y un escritorio, con luz y ventilación provenientes de una fuente invisible.
Todas las necesidades de su única ocupante, Vashti, son satisfechas tocando un botón: “Hay botones e interruptores por todas partes –botones para pedir comida, música, ropa. Había un botón para el baño caliente; presionándolo aparecía una pila de mármol rosa de imitación, llena hasta el borde de líquido caliente desodorizado. Estaba el botón para el baño frío. Había el botón que producía literatura”. Que la mujer sea descrita simplemente como “un bulto de carne – una mujer de metro y medio de altura, con un rostro tan blanco como un hongo” completa tanto el cuadro inicial de Forster como el escenario general de la novela, escenario que se opone a la visión de un futuro idealizado dominado por el avance tecnológico que defendía H.G. Wells. La visión distópica de Forster volvería a aparecer en obras posteriores de otros escritores, como Nosotros (1924), de Yevgueny Zamyatin, Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, o 1984 (1949), de George Orwell.
La habitación de Vashti puede parecer vacía, pero los botones a su alcance le proporcionan todo lo que pueda necesitar para sobrevivir además de mantenerle en contacto electrónico con miles de personas. La Máquina le aporta todo lo que ella quiere, lo que no es mucho, porque a la atemoriza la relación social directa con el resto de seres humanos, e incluso le molesta el tiempo que pasa hablando con su hijo, Kuno, que vive “en el otro extremo de la Tierra”, mediante un artefacto que se asemeja un videoteléfono. A Vashti no le gusta utilizar ese aparato porque le roba tiempo a su afición a la impersonal red de comunicaciones mundial –una especie de internet, concepto revolucionario en aquella época–. Kuno desea ver a su madre en persona, no por mediación de la Máquina, y la convence para que viaje hasta su celda, donde le revela que ha visitado la superficie de la Tierra sin ayuda de las máquinas respiradoras que supuestamente son necesarias, y que ha encontrado a otros humanos rebeldes viviendo allí. Pero su madre no está convencida y piensa que su hijo ha cometido una locura. La respuesta de Kuno es un amargo lamento que ya nunca ha abandonado la ciencia ficción:
«No te das cuenta de que somos nosotros los que estamos muriendo, y que aquí lo único que realmente vive es la máquina? Hemos creado la máquina para hacer nuestra voluntad, pero ahora no podemos hacer que ella cumpla la nuestra. Nos ha robado el sentido del espacio y del tacto, ha emborronado todas las relaciones humanas y ha reducido el amor a un mero acto carnal; ha paralizado nuestros cuerpos y nuestras voluntades y ahora nos obliga a a rendirle culto. La Máquina avanza, pero no según nuestras directrices; actúa, pero no de acuerdo a nuestros objetivos. Existimos sólo como glóbulos sanguíneos que fluyen por sus arterias, y si pudiera funcionar sin nosotros, nos dejaría morir”.
Vashti regresa a su monótona y aislada existencia. La Máquina promueve una religión centrada en ella y los humanos acaban olvidando que fueron ellos mismos quienes, en primer lugar, la crearon. Pero el sistema empieza a fallar, nadie sabe repararlo y cuando la todopoderosa Máquina se colapsa, la civilización lo hace con ella. Los hombres han perdido todo poder de iniciativa, su autoindulgente cultura ha quedado estancada y ya no son capaces de hacer frente a la más mínima crisis. Vashti y Kuno no se salvan del apocalipsis, pero sí tienen tiempo para darse cuenta del error que ha supuesto el llevar una vida aislada del mundo natural y dominada por la tecnología.
Publicada por primera vez en 1909 en el Oxford and Cambridge Review, La máquina se para presenta una visión distópica estridente, una sociedad tan dominada por una tecnología benevolente que sus miembros han olvidado no sólo cómo controlar la maquinaria sino cómo ser humanos. La «máquina” de Forster es un entorno global, una tecnosfera cuyo zumbido penetra en los cuerpos y almas de los seres a los que mantiene vivos. La máquina, claustrofóbica y opresiva cuando funciona de forma eficiente, simboliza la tecnología, la ciencia, el progreso, de la misma forma que en la ciencia ficción los gadgets futuristas invocan una apariencia de de ciencia y método científico.
Algunos críticos interpretan esta historia como parte de un movimiento más amplio de la cultura literaria de la época contra la fe en el progreso y la ciencia ejemplificado en las utopías de Wells. La mayoría de los especialistas en la obra de Forster encuentran poco interés en esta novela, probablemente porque la ven como “ciencia ficción” y si se molestan en comentarla, se concentran no en la tecnología, sino en el conflicto entre madre e hijo, relacionándolo con el resto de la ficción “realista” contemporánea. Desde luego, el libro soporta ambas lecturas, pero mal que les pese a los elitistas, la ciencia ficción está muy presente en la narración, sobre todo en el uso de un escenario futurista para reflexionar sobre un problema social.
El caso es que esta historia no fue considerada como ciencia ficción cuando se publicó por primera vez ni con motivo de su reimpresión en 1928. Los lectores británicos de aquellas primeras ediciones bien podrían haberlo interpretado como un “romance científico”, término inventado por Wells para describir la ficción ambientada en el futuro escrita entre 1850 y 1926. Pero esa consideración cambiaría años después al ser incluida en antologías relevantes del género, como The Science Fiction Hall of Fame, Volume IIB: The Greatest Science Fiction Novellas of All Time (1973), The Road to Science Fiction 2: From Wells to Heinlein (1979), compilada por James Gunn; o en Science Fiction: The Science Fiction Research Association Anthology (1988).
Independientemente del contexto de su publicación, la historia de Forster muestra muchos elementos ahora asociados mayoritariamente con la ciencia-ficción. Situada en el futuro, la historia abunda en descripciones de ciencia avanzada cuyo impacto abarca todos los aspectos de la vida, desde el nacimiento al transporte: videoteléfonos, una red de comunicaciones planetaria, guarderías públicas que se encargan de los niños desde el momento de su nacimiento, coches y aeronaves, respiradores, artefactos automáticos de reparación… son todos manifestaciones de la máquina y claves definitorias del género CF.
Aunque la acción se mueve hacia el apocalipsis cuando la tecnología sucumbe a la entropía, Forster nos sugiere que las generaciones futuras, descendientes de los pocos supervivientes, conseguirán librarse de la locura que ha supuesto vivir esclavizados a una máquina. De esta forma, la historia sigue otra de las constantes del género: la transformación del caos en cosmos (“orden”), de lo desconocido a lo conocido. Kuno no puede salvar a su madre del colapso de la máquina, pero se ha aventurado a la desconocida superficie terrestre (el caos) y encontrado allí la promesa del futuro (el cosmos): una vida más en sintonía con la naturaleza.
También hallamos en esta novela corta otro icono característico de la ciencia-ficción: la ciudad. Las imágenes de magníficas ciudades utópicas de corte futurista se yuxtaponen a menudo en el género con otras de urbes reducidas a escombros, víctimas de todo tipo de catástrofes, desde la decadencia de la civilización hasta un cataclismo planetario pasando por la aniquilación masiva a causa de un virus. Incluso en una época tan temprana dentro de la historia de la ciencia ficción, ya hemos tenido la oportunidad de revisar varios ejemplos, desde El último hombre (1826) hasta After London (1885) por citar solo un par de ellos. Estas imágenes de los restos de civilizaciones una vez magníficas no eran sólo una expresión de ansiedad; simbolizaban también esa nostalgia por escapar a un modo de vida más sencillo que acecha a muchos urbanitas actuales. Forster era uno de ellos.
Por otra parte, resulta significativo que las ciudades aisladas del exterior, cubiertas por cúpulas, hayan sido tan utilizadas por los escritores de ciencia ficción. En algunas ocasiones eran estructuras lógicas al tratarse de grandes naves espaciales o colonias en planetas o satélites. Pero en otras, lo que se pretendía era simbolizar las taras de nuestra sociedad, su decadencia como consecuencia de un alejamiento del medio natural. Y esa es la intención de Forster en esta novela, planteando una ciudad subterránea, hostil y aislada de la siempre cambiante y viva superficie terrestre; sostenida, pero también sojuzgada, por una mecanización tan seductora como opresiva.
La máquina se para plantea dos espacios muy diferentes: la abandonada superficie de la Tierra, prohibida por la máquina y donde moran los rebeldes que no han querido sujetarse a la tiranía de aquélla; y el entorno subterráneo controlado por la tecnología. Aunque una gran parte de la ciencia-ficción no está ambientada en el espacio, la mayoría se apoya en la transición entre ámbitos bien delimitados o zonas de posibilidad e imposibilidad. El breve viaje de Kuno desde el mundo de “imposibilidad de independencia” hacia la superficie, donde existe la posibilidad de convertirse en un nuevo ser, nos recuerda otras progresiones en el género, como viajar de aquí a allá, de la Tierra al Espacio, del presente al futuro o del mundo real al ciberespacio.
No importa lo terrible que sea el futuro imaginado por Forster. Es un futuro, radicalmente distinto del presente, en el que el agente primordial de cambio ha sido la tecnología. Siendo que su intención era oponerse a Wells, tiene más puntos en común de lo que podría parecer. Porque el que Vashti no quiera mirar por las ventanas de la aeronave en la que viaja no significa que los lectores no se sientan intrigados por esas maravillas tecnológicas; o, por decirlo de otra forma, la condena que el autor hace de la tecnología necesita de la descripción de esa misma tecnología, que nos puede parecer deseable por mucho que el mundo que haya propiciado no lo sea.
La influencia de esta novela ha sido enorme. Su visión distópica fue adoptada por otros escritores (ya mencionamos antes tres novelas claves del género) y cineastas. Alphaville (1965, Jean-Luc Godard), presentaba un futuro de humanos sin cerebro dominados por una computadora; La fuga de Logan (1976, Michael Anderson), también tenía como trasfondo una sociedad dominada por las computadoras y rodeada por un planeta supuestamente hostil a nuestra especie. Los humanos que aparecen en la película de animación Wall-e (2008, Andrew Stanton) son seres fofos y sin habilidades sociales, dependientes totalmente de las máquinas… Y estos son sólo unos pocos ejemplos. (Curiosamente, la propia historia de Forster sólo ha sido adaptada en una ocasión, como episodio de 50 minutos para la BBC dentro de la serie Out of the Unknown, en 1966).
En resumen, una historia asombrosamente actual, tanto o más que las utopías propuestas por Wells, y que nos advierte sobre los peligros de una cultura que se permite la autocomplacencia, la dependencia de la tecnología, el olvido de su nexo con la Naturaleza y el aislamiento social a través de la participación en comunidades virtuales.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.