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«Los ojos sin rostro» (Georges Franju, 1960)

En la intimidad de su villa a las afueras de París, el reputado cirujano Génessier (Pierre Brasseur) se consagra a macabros experimientos, ayudado por su fiel secretaria (Alida Valli). Su intención es efectuar con éxito un procedimiento revolucionario: un trasplante completo de rostro. El doctor pretende restaurar la belleza perdida de su hija Christiane (Edith Scob), terriblemente desfigurada en un accidente de coche, empleando a muchachas secuestradas como donantes involuntarias.

Este es el argumento de Los ojos sin rostro (Les yeux sans visage, 1960), uno de los trabajos más provocadores a la vez que líricos del director francés Georges Franju. Tremendamente personal e intimista, vapuleada por la crítica en el momento de su estreno y posteriomente considerada un clásico de culto, la película lleva a la pantalla una novela de Jean Redon, con guion elaborado por el propio escritor en colaboración con Pierre BoileauThomas NarcejacClaude Sautet y Pierre Gascar.

Muchos han sido los cineastas cautivados por la belleza hiriente de sus imágenes, entre ellos Pedro Almodóvar, que reconoció la influencia de esta pequeña joya en su reciente trabajo La piel que habito (2011).

Terror, lirismo y ciencia deshumanizada

Con un comienzo propio del film noir –una mujer conduce en plena noche para desprenderse del cadáver de una chica–, la película muestra pronto sus cartas. Suerte de cruce entre Frankenstein y Pigmalión, el doctor Génessier es un científico sin escrúpulos que lo mismo experimenta con perros abandonados que con conejillos de Indias humanos (las chicas secuestradas y su propia hija).

Si bien la película refleja un debate ético de vigencia en su época, los problemas éticos y legales suscitados por la práctica de los transplantes, pronto se sumerge en una atmósfera de pesadilla propia del Grand Guignol: y es que el protagonista «es un personaje insólito; lo es por su acción, la intervención quirúrgica en rostros, y por el marco en que esa acción se sitúa, quirófano oculto en el sótano, máscaras, etc. La belleza y fragilidad de la víctima frente a la violencia del espectáculo operatorio logra el miedo» (1).

Franju combina el realismo con las alegorías poéticas, el ritmo lento, casi parsimonioso, con los momentos de angustia extrema, las imágenes de lírica belleza –esa Christiane, una muñeca rota oculta tras un triste rostro de porcelana blanca– con los detalles escabrosos. Potencian el efecto del conjunto la elegante fotografía en blanco y negro, obra de Eugen Schüfftan –que ya había trabajado con Franju en su anterior largometraje La cabeza contra la pared (La tête contre les murs, 1959)– y la banda sonora de Maurice Jarre.
El inefable Jess Franco lanzó poco después Gritos en la noche (1962), un sádico ejercicio aderezado con toques sexploitation protagonizado por el «doctor Orloff» (encarnado por Howard Vernon), un personaje emblemático de su filmografía que prolongó su fama en varias secuelas. Aunque el director español siempre negó ningún tipo de influencia –los títulos de crédito mencionan como fuente de inspiración una novela de David Khune, uno de sus numerosos pseudónimos–, la trama guarda un sospechoso parecido con el clásico de Franju.

Georges Franju, cineasta y cinéfilo

Decorador de teatro, guionista, director de cine y compositor, Georges Franju dejó una huella inmensa en el cine francés, no solamente por su trabajo como cineasta sino por su labor como cinéfilo. En 1936 fundó, en compañía con Henri Langlois, la Cinémathèque française, una entidad consagrada a la conservación y difusión del séptimo arte. En sus salas de proyección se forjaron futuros talentos de la Nouvelle Vague como Godard, Truffaut, Chabrol o Resnais.

Antes de debutar en el largometraje con La cabeza contra la pared (La tête contre les murs, 1959), Franju dirigió un buen puñado de cortos. Destaca entre ellos La sangre de las bestias (Le sang des bêtes, 1949) –incluido junto con otros extras en el DVD para coleccionistas editado por Versus en mayo de este año–, que retrata el horror de los viejos mataderos de París. Pueden apreciarse algunos residuos de este cortometraje en Los ojos sin rostro, al igual que de Hôtel des Invalides (1953), una breve pieza documental encargada por el gobierno francés cuyas imágenes testimonian las terribles secuelas de la guerra en las caras, cuerpos y mentes de los soldados veteranos.

Desgraciadamente, Franju es también conocido por otras cuestiones extracinematográficas. En 1965 Franju y la escritora Marguerite Duras fueron engañados por los servicios secretos marroquíes, que les utilizaron como señuelo para secuestrar y asesinar al opositor Mehdi Ben Barka.

Este sucio episodio, que contó con la connivencia de la inteligencia francesa, fue relatado en la película El asunto Ben Barka (J’ai vu tuer Ben Barka, Serge Le Péron y Saïd Smihi, 2005), en donde Jean-Pierre Léaud encarna al director francés.

(1) Sagrario Muñoz y Diego Gracia, Médicos en el cine. Dilemas bioéticos: sentimientos, razones y deberes, Madrid, Editorial Complutense, 2006, p. 100.

Copyright del artículo © Lola Clemente Fernández. Reservados todos los derechos.

Copyright de las imágenes © Lux Film y Champs-Élysées Productions. Cortesía de Versus Entertaiment Video & DVD. Reservados todos los derechos.

Mª Dolores Clemente Fernández

Mª Dolores Clemente Fernández es licenciada en Bellas Artes y doctora en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid con la tesis “El héroe en el género del western. América vista por sí misma”, con la que obtuvo el premio extraordinario de doctorado. Ha publicado diversos artículos sobre cine en revistas académicas y divulgativas. Es autora del libro "El héroe del western. América vista por sí misma" (Prólogo de Eduardo Torres-Dulce. Editorial Complutense, 2009). También ha colaborado con el capítulo “James FenimoreCooper y los nativos de Norteamérica. Génesis y transformación de un estereotipo” en el libro "Entre textos e imágenes. Representaciones antropológicas de la América indígena" (CSIC, 2009), de Juan J. R. Villarías Robles, Fermín del Pino Díaz y Pascal Riviale (Eds.). Actualmente ejerce como profesora e investigadora en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).