Un pequeño, simpático y entretenido clásico menor de la primera genuina oleada zombi, debido a la colaboración entre el canadiense Bob Clark -todo un auteur– y su amigo y colega Alan Ornsby -director de una de las más sórdidas y realistas películas inspiradas en Ed Gein: Deranged (1974)-, Children Shouldn’t Play with Dead Things (1972), bonito título que en nuestro país se transformó mágicamente en el soso y descriptivo La noche de los muertos vivientes 2, posee el encanto del bajo presupuesto del periodo, con sus soluciones ingeniosas y artesanos efectos especiales, y su capacidad de a base de humor negro, necrofilia grotesca, diálogos absurdos y personajes más bien mezquinos y torpes, mantener el suspense y la atención del espectador, impaciente ante la perspectiva de una masacre zombi que se hace esperar un poco.
Imagen superior: dos de las ediciones de la película.
No seremos decepcionados. El grupo de seis actores bohemios, hippiosos y poco avispados que encabeza el propio Alan Ornsby, interpretando al megalómano, vagamente satánico, egocéntrico, sádico, blasfemo y tacaño director de la compañía, se verá pronto rodeado, tras insistir una y otra vez en rituales ocultistas de cuarta y bromas pesadas con cadáveres putrefactos, por una horda de muertos vivientes vengativos y caníbales, dispuesta a dar comienzo a la justa y necesaria romería de muerte, gore y destrucción.
Sin mayor pretensión que entretener y explotar el concepto zombi, aunque aquí con un toque de satanismo hippie muy post-Manson y LaVey, Los niños no deben jugar con cosas muertas es un perfecto divertimento para cualquier noche de Halloween o domingo aburrido, que mejora con los años gracias a sus texturas, colores, extraña música y estilo setentero.
Sinopsis
El director de Porky’s rodó con un presupuesto bajísimo esta comedia de zombis que con el tiempo se ha convertido en obra de culto.
Un grupo de jóvenes cineastas van a filmar al cementerio y utilizan un ritual de magia negra con el que hacen que los muertos se levanten de sus tumbas.
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