Dice Fernando Savater que Jasón y los Argonautas es la película que Ray Harryhausen prefiere dentro de su filmografía. Sin embargo, añade Savater, algunos de sus fans «discrepamos de nuestro mago favorito. Para mí la mejor de todas será siempre Simbad y la princesa«.
El arte es libertad, y en el arte, cada quien elige sus preferencias. Lo que está claro es que hablamos de una personalidad cinematográfica que atrae la simpatía de multitud de seguidores. Pero ¿por qué nos atrae Harryhausen? ¿Cuál es la clave de su encanto?
Si uno revisa algún diccionario de cineastas (me perdonarán que no revele cuál), hallará esta breve línea referida a Harryhausen: “Técnico de efectos especiales y director de cine estadounidense, nacido en Los Ángeles, el 19 de junio de 1920 y fallecido el 7 de mayo de 2013. Figura entre los artífices más importantes en el campo del trucaje”.
No es mucho, y sin embargo, me sirve para recordar a uno de los expertos más importantes en efectos visuales de toda la Historia del cine. Porque, digámoslo con rotundidad, acaso no haya habido otro truquista como él: un personaje capaz de establecer un puente entre los clásicos de la animación y los técnicos modernos.
Por otra parte, ese pantanoso territorio al que denominamos cine fantástico hubiera sido bien distinto sin la presencia de este fabuloso creador, cuya legión de admiradores crece y persiste en el empeño de conservar su legado.
Vaya por delante que la vocación tiene sus razones ocultas. En el caso de Harryhausen, éstas se hallan en su ciudad natal, Los Ángeles. Según él mismo contó en diversas ocasiones, era tan solo un adolescente cuando acudió a ver la película que cambió su vida. Se trataba de una reposición de El mundo perdido (1925), de Harry Hoyt.
Ver cómo aquellos dinosaurios cruzaban la pantalla encendió su imaginación, y lo que es más importante, le llevó a elegir el que sería su oficio. Sin embargo, el aldabonazo definitivo para su vocación artística fue el estreno de King Kong (King Kong, 1933). Con el corazón encogido por aquel solemne gorila, el joven Ray (trece años tenía entonces) se dedicó a investigar en revistas de cine el procedimiento de diseño y animación de la bestia. Su sorpresa fue notable cuando descubrió que el gran primate se movía gracias a un ingenioso método: bolas de metal insertadas en las articulaciones.
De ahí en adelante, nuestro aspirante se dedicó a elaborar maquetas. Por la mañana, tomaba su cuaderno de notas y acudía al Museo de Ciencias Naturales, donde hacía bocetos de todo tipo. Paso a paso, esta práctica le sirvió para comprender cómo funcionan los músculos y los huesos en el reino animal.
¿Su primera criatura? Nada menos que un oso de las cavernas. Sobre los materiales no hay mucho que añadir: retales de un abrigo viejo de la señora Harryhausen –conmueve pensar en la reacción de la madre del artista al ver aquella prenda completamente destrozada–. Las piezas fueron luego cosidas debidamente para disimular un armazón de madera articulado, recubierto a su vez con espuma de caucho.
Animado por la fiera apariencia de aquel monstruo, Ray ensayó nuevas posibilidades. De sus manos salieron –ahí es nada– un estegosaurio, un alosaurio y un tricerátops. Pero ojo, que nadie se engañe pensando que eran perfectos dinosaurios. Quedémonos en reptiles con aire de peluche. Es más: se cuenta que Ray le mostró estas reliquias a su maestro, el creador de las bestias de King Kong y de El mundo perdido, Willis O’Brien. Para su desgracia, éste le premió con una humillante carcajada.
Tiempo después, el joven tuvo un feliz encuentro con el coleccionista Forrest J. Ackerman. Por si no lo conocen, les aclararé que este personaje fue el principal impulsor de eso que hoy llamamos fandom. Esto es, los aficionados a los monstruos y a la serie B, empeñados en disfrutar de sus inocentes placeres a través de revistas –Ackerman fue el fundador de Famous Monsters of Filmland–, clubs y convenciones.
Retengan este pequeño secreto: Ackerman era el dueño de unas fotos de rodaje de King Kong que Harryhausen pretendía adquirir a toda costa. Lo que comenzó siendo un regateo acabó en un apretón de manos, y así fue construyéndose una amistad de lo más intensa.
Ackerman (Forry, para los íntimos) había prestado en 1939 cincuenta dólares al futuro escritor Ray Bradbury para que organizase la primera Convención Mundial de Ciencia Ficción. A Bradbury siempre le gustaron este tipo de reuniones, y quizá por ello fue tan receptivo con Harryhausen. Probablemente, vio en él a un fan en toda regla, o lo que viene a ser lo mismo, alguien capaz de visitar su desván sin aburrirse.
Gracias a Ackerman y a Bradbury, Harryhausen puso su foto en el carnet de la Science Fiction League y descubrió que no estaba solo en sus aficiones. Para empezar, el propio Bradbury era un apasionado de la fantasía y, lo que es más notable, de la paleontología. Dos disciplinas que al protagonista de nuestra historia ya le quitaban el sueño.
Quien algo quiere, algo le cuesta: en la Universidad de California del Sur, Harryhausen asistió a clases nocturnas de fotografía. Al cruzar la barrera de los veinte años, ya disponía de un estudio en la parte trasera del garaje de su casa. Con su cámara de 16 mm., acometió su primer proyecto, Evolution. Con este título, nadie puede llevarse a engaño: se trataba de un documental didáctico sobre las tesis de Darwin, que pretendía vender a los colegios de la ciudad.
Su padre, muy receptivo a las ideas de su hijo, le ayudó a fabricar las articulaciones y los armazones de las criaturas protagonistas. Para su desdicha, tuvo que clausurar el proyecto. La razón es obvia: acudió al estreno de Fantasía (Fantasy, 1941), de Walt Disney, y comprobó que el episodio dedicado a La Consagración de la Primavera, de Stravinski, ya narraba de forma espectacular el ciclo evolutivo.
Sin dejarse llevar por el desaliento, mostró sus progresos a George Pal, quien estaba involucrado en filmes de animación con muñecos. A Pal, como no podía ser de otro modo, le gustaron los bocetos del joven, y lo contrató en 1939 para que participase en una serie de cortometrajes titulada Puppetoons.
Gracias a George Pal, Harryhausen contactó más íntimamente con Willis O’Brien, y ambos demostraron su enorme interés por emprender proyectos conjuntos.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Ray se alistó y sirvió en las tropas de los Signal Corps. Su principal labor fue el diseño de un film propagandístico. Entre toma y toma, preparó la película que iba a realizar con O’Brien para la MGM: War Eagles. La cinta en cuestión nunca llegó a rodarse, pero algunos de sus trucajes le sirvieron para realizar, junto a Pal, películas cortas de animación destinadas al público infantil, como Mother Goose presents Humpty Dumpty y The story of Hansel y Gretel.
Una vez acabada la contienda, O’Brien acometió el rodaje de El gran gorila (Mighty Joe Young, 1948), una producción de John Ford, y contrató a Harryhausen en calidad de primer técnico. Durante ese rodaje, Harryhausen aprendió las bases del proceso de animación que O’Brien había desarrollado como un sello personal de sus trabajos. Una vez perfeccionado, Harryhausen, lo denominó Dynamation, y pasó a emplearlo como divisa propia.
Dicho en forma resumida, era éste un proceso de rodaje fotograma a fotograma, en el que los muñecos articulados no sobrepasaban nunca el medio metro de estatura. Movidas medio milímetro en cada toma, las criaturas transmitían al espectador una fascinante sensación de dinamismo.
La presentación cinematográfica de este procedimiento fue la película de ciencia-ficción El monstruo de tiempos remotos (The Beast From 20.000 Fathoms, 1953). Un par de años antes, había aparecido en The Saturday Evening Post el relato en el que se inspiraba su guión: La sirena de la niebla (The Fog Horn), de Ray Bradbury.
Fueron los productores Jack Dietz y Hal Chester quienes pensaron que la reposición de King Kong en 1952 había dado mucho dinero, y que, por la misma razón, una película de dinosaurios triunfaría en las taquillas. El director asignado al proyecto fue Eugene Lorie, un decorador francés que había trabajado en su país natal para Jean Renoir, y que repetiría en el género en 1960 con una película de similares características titulada Gorgo.
La inversión inicial no rebasó los doscientos mil dólares, pero el triunfo de El monstruo de tiempos remotos fue resonante, y ello supuso unos beneficios de más de cinco millones de beneficios.
Hay un detalle curioso en torno a esta producción. Poco o más bien nada aficionados a la paleontología, los guionistas del film, Fred Freiberger y Louis Morhein, no desearon que el monstruo fuera reconocible. Por esta razón, Harryhausen, contratado para el proceso de animación y todos los efectos visuales, inventó al rhedosaurio, un cruce entre una iguana y un dragón mitológico.
La buena acogida de esta marioneta le convirtió en un técnico codiciado por los grandes estudios, que le encomendaron los trucajes de nuevas producciones. Poco después, Harryhausen diseñó el monstruo marino de It Came From Beneath the Sea (1955), dirigida por Robert Gordon.
En esta oportunidad, se hizo cargo de todos los efectos técnicos y de animación. Su trabajo, en todo caso, fue controlado por el productor Charles H. Schneer, quien luego sería su compañero inseparable en tareas cinematográficas.
El guión era más bien tópico: un monstruo solitario, desamparado en la metrópoli, decide curiosear a través de las ventanas –como King Kong, como los dinosaurios de El mundo perdido– antes de animarse a destruir absolutamente todo.
Para diseñar al poderoso animal, Harryhausen se basó en la idea del kraken. Con el fin de obtener la viscosidad propia de los cefalópodos, cubrió el muñeco con glicerina. Uno de sus mayores logros fue conseguir que la bestia siempre estuviese moviendo algún tentáculo, como si tuviera sensibilidad en todos sus apéndices.
El animador construyó decorados en miniatura para que el peligroso calamar pudiese destruir el puente Golden Gate. El ingenio de Harryhausen, en plena efervescencia, superó un viejo problema: cómo emplear con soltura el stop-motion en tomas acuáticas. Para ello, empleó transparencias de espuma cada vez que un tentáculo golpeaba la superficie marina.
Su siguiente obra de interés fue The Animal World (1955). En calidad de animador, se puso a las órdenes de Irwin Allen, que hacía las veces de productor, guionista y director. Allen quería repetir el éxito de su documental The Sea Around Us haciendo una película sobre la historia de la evolución. Problemas de derechos han convertido a esta película en una rareza poco menos que imposible de ver… Bueno, no del todo, porque Allen utilizó parte del metraje para completar su serie Viaje al fondo del mar (1964-1968).
En 1956, Ray Harryhausen se encargó de todos los efectos técnicos en Earth Vs the Flying Saucers, una vulgar historia de ciencia-ficción, donde una vez más se planteaba la invasión alienígena, tan de moda en el período de la guerra fría.
Lo más destacable de esta cinta es una secuencia, reproducida hasta la saciedad en multitud de libros y revistas. En ella, unos platillos volantes sobrevuelan con toda impunidad los tejados del Capitolio y de otros conocidos edificios de Washington.
En 1957 Harryhausen fue contratado por el director Nathan Juran para que trucase la película Twenty Millions Miles to Earth. Como encargado de los efectos especiales, diseñó al monstruo Ymir, un reptil antropomorfo, de unos ocho metros, empeñado en destruir los monumentos más reconocibles de Roma.
Entre las secuencias memorables, destaca el nacimiento de Ymir, la escena en el que éste recorre el zoológico –ahí aparece Harryhausen dando cacahuetes a un elefante– y, sobre todo, la secuencia final en el Coliseo romano, donde Ymir perece víctima de un bombardeo.
De nuevo a las órdenes de Nathan Juran, Harryhausen se incorporó al equipo de Simbad y la princesa (The Seventh Voyage of Sinbad, 1958). La cinta es una fantasía oriental, animada por la excelente partitura de Bernard Hermmann. Por vez primera, Harryhausen empleó la fotografía en color, y lo cierto es que salió airoso de la dificultad que ello planteaba.
Rodada en Manzanares el Real y la Alhambra, la película fue producida por Schneer –Harryhausen había consolidado un equipo que le fue fiel hasta su retiro–, y supuso un salto cualitativo no sólo por la belleza del Technicolor, sino por el la brillantez de los procesos de animación.
En Simbad y la princesa, Harryhausen dio un repaso a todos sus recursos: la actriz Kathryn Grant fue transformada en muñeco articulado, y el mismo proceso sirvió para dar vida a un cíclope gigantesco, una danzarina con cuatro brazos y un esqueleto animado que anticipa una de las escenas más impresionantes de Jasón y los Argonautas.
La aparición de un águila rock de dos cabezas fue un homenaje a uno de los momentos más populares de las Mil y Una Noches. Su dinamismo demuestra que Harryhausen había logrado casi lo imposible: animar muñecos alados con total maestría, e integrarlos en la acción de modo determinante.
Tras intervenir en el rodaje de la película Los viajes de Gulliver (Gulliver’s Travels, 1960), Harryhausen completó los efectos especiales de La isla misteriosa (Mysterious Island, 1961), cuarta adaptación de la obra de Julio Verne. Una vez más, el soberbio acompañamiento musical llevaba la firma de Bernard Herrmann.
El agotamiento temático de las películas derivadas del estereotipo de Robinsón Crusoe dio que pensar al equipo de guionistas. De ahí que traicionaran el texto original de Verne, introduciendo un buen número de bestias fabulosas que dieran su pizca de originalidad al relato: un pájaro prehistórico, abejas descomunales, un calamar gigante y un megalítico cangrejo, que, por cierto, era en realidad un simple centollo trucado en miniatura (Unas pinzas gigantes bastaron para filmar los primeros planos).
Jasón y los argonautas (Jason and the Argonauts, 1963), de Don Chaffey, fue la primera película en la que Harryhausen intervino como productor asociado además de como encargado de los efectos visuales. La ficha técnica repite el esquema de films anteriores. Nueva composición de Hermmann, otra vez produce Scheneer y otro el resultado es otro prodigio de animación… Talos, el enorme guerrero de bronce, y las arpías voladoras destacan entre las numerosas criaturas de esta trepidante película en la que también sobresale una Hidra con siete cabezas móviles.
Sin embargo, la escena más memorable es aquella en que el protagonista, espada en mano, combate con los siete esqueletos armados que surgen de las fauces de la Hidra muerta.
En 1964 Ray firmó el contrato de La gran sorpresa (The First Men on the Moon) como productor asociado y director de efectos especiales. Inspirado en un libro de H.G. Wells, este largometraje le permitió simular con maquetas la superficie lunar. Con el procedimiento que le había dado fama, Harryhausen dio vida a los inquietantes selenitas que animan el argumento.
Un año después, comenzó a trabajar en los trucajes de otra de sus obras maestras: Hace un millón de años (One Million Years B.C., 1966), una producción Hammer que se presentaba como la nueva versión del clásico rodado por Hal Roach y D. W. Griffith.
A lo largo de la película, la sucesión de bestias prehistóricas deja boquiabierto al espectador. Son tantas, que casi cuesta recordarlas: una araña y una iguana gigantes, el pterodáctilo que secuestra a Rachel Welch, el ramphorynco que devora a sus crías y, por último, ese fiero alosaurio que pone a prueba el temple del protagonista.
Por las mismas fechas, Harryhausen decidió recuperar un viejo proyecto de O’Brien –lo cité más arriba con el título de Valley of the Mist–. Lo estrenó en 1969 con nuevo nombre, The Valley of Gwangi. Harryhausen ejerció como productor asociado y encargado de efectos visuales.
Rodada en Méjico y España, la película era un western de género fantástico. Una curiosa mezcla entre una cinta de cowboys a lo Randolph Scott y King Kong. Su argumento me parece fascinante: el descubrimiento y posterior robo de un caballito prehistórico, un eohippus, obliga a un grupo de vaqueros a viajar a un valle desconocido para recuperarlo. Como ya se imaginan, ese mundo perdido está poblado por criaturas mucho más peligrosas que el pequeño cuadrúpedo.
Los momentos de tensión se suceden sin tregua: uno de los personajes lucha con el pteranodonte que acaba de capturar a un niño. El crío, por cierto, fue levantado con poleas y sustituido por un muñeco en las tomas donde aparece la criatura alada. Para los primeros planos, se fabricó parte del pteranodonte a tamaño real.
Tengo la impresión de que Michael Crichton vio esta película antes de escribir Parque Jurásico. De hecho, Gwangi contiene momentos que serán familiares a los lectores de dicha novela. Por lo demás, casi hace falta un doctorado en paleontología para distinguir a los saurios que cruzan por la pantalla. Gracias a la magia de Harryhausen, un tiranosaurio devora a un ornitomimo, vence en feroz enfrentamiento a un styracosaurio, y al fin es capturado por los vaqueros, que lo atan con sus lazos en otra secuencia de impecable resolución. Luego, el tiranosaurio escapa de un zoo, mata a un elefante y se pasea, rugiente, por las calles de la ciudad.
Sin duda, la escena cumbre de la película es la lucha final entre el protagonista, Tuck, y el monstruo en el interior de una catedral. El combate se prolonga hasta que el templo se incendia y sepulta al saurio.
Por estas fechas, el estilo de trabajo de su equipo estaba bien definido. “Entre el productor, Charles H. Schneer, el guionista y yo mismo ‒le contaba Harryhausen a Enrique Dueñas en Cinemanía‒ nos ocupábamos del guión. Me gustaba mucho Jan Read. Juntos hicimos Jasón y los argonautas (1963) y La gran sorpresa (1964). Empezábamos con una sinopsis escrita por mí. Y si al guionista no le gustaba, sencillamente, contratábamos a otro. Charles conseguía el dinero y diseñábamos la película completa antes de que llegase el director. ¡A veces, empezábamos a rodar sin tener ningún director! No era ‘cine de autor’ en el sentido europeo del término. El trabajo del director era, fundamentalmente, sacar lo mejor de los actores. No me importaba cómo salía mi nombre en los títulos de crédito, ni que reflejase las labores que había desempeñado. Sólo quería que la película se terminase. Nunca quise dirigir. No tengo paciencia con la gente. Mis pequeños personajes hacían exactamente lo que les pedía. “Trabajábamos con unos presupuestos muy reducidos, así que teníamos que sacar lo mejor de todo el mundo. Ahora, lo agradezco, porque te obliga a pensar. Las cosas siempre deberían hacerse de la forma menos costosa. Jasón y los argonautas costó 500.000 euros. ¿Cómo pudimos hacerla? ¡Es todo cuestión de pensar! Hacíamos las cosas dentro de presupuestos muy estrictos. Incluso para su época. Por ejemplo, en La guerra de los mundos (1953) gastaron 10 veces más que nosotros en La Tierra contra los platillos volantes (1956)”.
Varias escenas de The Animal World fueron reutilizadas en Trog allá por 1970. Eso no pareció afectar a su verdadero creador, Harryhausen, quien comenzó a espaciar sus proyectos. Tres años después, estrenó El viaje fantástico de Simbad (The Fantastic Voyage of Sinbad, 1973). Su éxito llevó a nuestro protagonista a diseñar una secuela, Simbad y el ojo del tigre (Sinbad and the Eye of the Tiger).
Pese a que ambas películas eran de una técnica visual muy refinada, el sistema Dynamation ya estaba agotado para el gran público. El propio Colin Arthur, quien colaboraba por entonces con Harryhausen –suyos son la máscara del visir en El viaje fantástico de Simbad y algunos monstruos de Simbad y el Ojo del Tigre–, mantenía la opinión de que Harryhausen subordinaba todo a los efectos de animación. En su opinión, sin duda acertada, las cosas habían cambiado tras el estreno de 2001, una odisea del espacio. A estas alturas del desarrollo tecnológico, era necesario presentar al público trabajos directos de maquillaje especial, sin mediación de efectos ópticos ni maquetas.
La audiencia de los setenta ya no reclamaba fantasías de Oriente ni monstruos prehistóricos. Eran muchos los que veían las obras recientes de Harryhausen como una fórmula de técnica impecable, pero sin el más mínimo contenido dramático.
El estreno de La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977), que supuso la incorporación a la industria de una nueva generación de técnicos, fue el golpe de gracia para Harryhausen.
Como quien idea un testamento, el técnico preparó meticulosamente su último largometraje, Furia de Titanes (Clash of the Titans, 1981). Realizada bajo contrato con la MGM, la cinta fue producida por el infatigable Charles H. Schneer. Sus exteriores se localizaron en Italia y España. En el reparto figuraban actores como Laurence Olivier, Ursula Andress y Burgess Meredith, que aseguraban una cierta comercialidad al producto.
El empleo de trucajes fotográficos y el Dynamation sirvieron para crear inolvidables secuencias: la lucha de Perseo con Calibos, la aparición de un monstruo marino similar a Ymir, el poderoso vuelo un buitre gigante, y por supuesto, el nacimiento de unos escorpiones a partir de la sangre de la Medusa, homenaje a The Black Scorpion (1957), de O’Brien.
La Medusa constituye una obra maestra: las doce serpientes de su cabeza se agitan independientemente, dando una pavorosa impresión de realidad. En realidad, esta gorgona medía tan sólo cuarenta y seis centímetros, pero disponía de ciento cincuenta articulaciones. Movía todas las partes de su cuerpo, e incluso disparaba flechas fabricadas a una escala diminuta.
Tras el estreno de Furia de Titanes, Harryhausen anunció un nuevo proyecto, Simbad en Marte, pero su financiación fue imposible. Una vez más, fue Colin Arthur quien diagnosticó el problema del viejo Ray. Era imposible proseguir con el Dynamation tras el lanzamiento de La guerra de las galaxias, donde la animación convencional se alternaba con el truco de maquillaje y el uso de computadoras para filmar las maquetas.
Los productores no volvieron a confiar en Harryhausen, considerando que sus procedimientos eran anacrónicos en comparación con los empleados por técnicos como John Dykstra o Dennis Muren.
Retirado del cine, Harryhausen sólo volvió al plató como actor invitado. Así, el director John Landis, le animó a hacer cameos en Espías como nosotros (1985) y, casi diez años después, en Superdetective en Hollywood III.
De ahí en adelante,el veterano cineasta aprendió a disfrutar de las ventajas que supone ser una celebridad. Hasta la fecha de su muerte, acudió periódicamente a festivales y a convenciones, recibió homenajes y dio testimonio de sus técnicas, representativas de lo que fue el periodo más romántico de los efectos especiales.
Filmografía seleccionada
Como director de cortometrajes:
1946: Mother Goose presents Humpty Dumpty.
1949: Story of Little Red Rinding Hood.
1951: The story of Hansel and Gretel; The story of Rapunzel.
1953: The story of King Midas.
Como técnico de efectos especiales:
1949: El gran gorila.
1953: El monstruo de tiempos remotos.
1955: It came from beneath the sea; The animal world.
1956: La Tierra contra los platillos volantes.
1957: 20 million miles to Earth.
1958: Simbad y la princesa.
1960: Los viajes de Gulliver.
1961: La isla misteriosa.
1963: Jasón y los argonautas.
1964: La gran sorpresa.
1966: Hace un millón de años.
1969: El valle de Gwangi.
1973: El viaje fantástico de Simbad.
1977: Simbad y el Ojo del Tigre.
1981: Furia de titanes.
Bibliografía básica:
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CROWDUS, Gary. “Aliens, dragons, monsters and me”. Rev. Cineaste, vol. XIX, n. 4 (1993).
FERNÁNDEZ-REBOLLOS, José Luis. El mundo mágico de Ray Harryhausen (Gijón, España, Festival Internacional de Cine de Gijón, 1990).
FEIN, D.C. “Laser revolution: Harryhausen cornucopia”. Rev. Cinefex, n. 53 (febrero 1993).
FIELDING, Raymond. The techniques of special effects photography (Londres: Focal Press, 1965).
FINCH, Christopher. Special effects: Creating movie magic (Nueva York: Abbeville Press, 1984).
GARSAULT, Alain y NIOGRET, Hubert. “Ray Harryhausen, artisan, technicien et créateur”. Rev. Positif, n. 249 (diciembre 1981).
HARRYHAUSEN, Ray. Film Fantasy Scrapbook (Cranbury, Nueva Jersey, Estados Unidos: A.S. Barnes and Co., 1972).
MANDELL, Paul. “Of genies and dragons: the career of Ray Harryhausen”. Rev. American Cinematographer, vol. LXXIII, n. 12 (diciembre 1992).
SHAY, Don, y COX, V. “Ray Harryhausen: acting without the lumps”. Rev. Cinefex, n. 5 (julio 1981).
Imagen superior: portada de «Cinefantastique».
Copyright del texto © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos. (Esta es una versión expandida de varios estudios anteriores. En particular, incluye citas de varios artículos que escribí para el diario ABC y para la Enciclopedia Universal Multimedia, de Micronet. Asimismo, contiene algunas reflexiones y referencias que publiqué en los libros «Cinefectos: trucajes y sombras» (1995), «Perspectivas de la comunicación audiovisual» (2000) y «La cultura de la imagen» (2006).