La música, que desde tiempos inmemoriales ha presentado un significado siempre subjetivo, yace anclada a unas coordenadas espacio-temporales que delimitan su estilo, que la dotan de realidad. Sin embargo, sería tentador, en efecto, cambiar las reglas del juego, y desdibujar los condicionantes históricos de la obra de arte para abrir nuevas posibilidades a un pasado que podría volver a reescribirse.
Así ocurre en los relatos que Martín Llade nos entrega en un volumen titulado El horizonte quimérico (Antonio Machado Libros & Fundación Scherzo, 2022), entre el laberinto de Borges y el abismo de la ucronía, con una amplia panorámica desde la música del Barroco a los albores del siglo XX, en que desfilan grandes compositores, obras e intérpretes en un busca de un destino distinto al tradicional…, por supuesto, sin orden cronológico alguno.
De este modo, en pequeños textos de corta extensión y ágil lectura, a partir de ocurrentes soluciones, encontramos a un Mozart longevo, a un Beethoven recuperado de su sordera, a un Chopin inventado, a un Bach compositor de óperas (en alemán, por supuesto…) y otros misterios musicales desvelados: por qué dejó de componer Rossini, quién compuso el final lento de la “Patética” de Chaikovski, qué tocó Rajmáninov el día de su propio funeral, etc., etc.
Curiosamente, es el relato titulado “El horizonte quimérico”, que da nombre al volumen, uno de los más realistas, dado que narra la carta que Baudelaire dirigió a Wagner tras haber escuchado las oberturas de Lohengrin y Tannhäuser…
…mientras que enternece el homenaje de Llade a José Luis Pérez de Arteaga, in Heaven, su predecesor en la locución del Concierto de Año Nuevo, rodeado de diversos artistas a quienes admiraba, desde Beethoven a Kathleen Ferrier (que falleció prematuramente en 1953), en una interpretación de la Novena Sinfonía dirigida por Mahler.
En suma, sorprende el panorama cultural abierto ante lector, de imaginativa diversidad, así como las dotes narrativas del autor, capaz de transmitir como verdadero aquello que nunca ocurrió… o tal vez sí… Porque en ocasiones no hay más realidad más verdadera que el sueño de la razón (con monstruos o sin ellos).
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