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Lejanías

Alguien, en plena noche y a punto de acostarse, se está cepillando los dientes. El espejo y el lavabo están cerca y, tal vez para amenizar la higiénica rutina, piensa en algo remoto. Un artefacto espacial está en el mismo momento explorando los satélites del planeta Saturno, unos anillos gigantescos de gas comprimido que parecen coronar la soledad del astro. Enseguida, la imagen se asocia a otra similar. Dos astronautas descienden en la Luna, pisan aquel desierto de nívea polvareda y, de pronto, levantan la mirada hacia la Tierra: familiar, lejana, irreconocible. La Luna está callada y desnuda. No hay en ella bolsa de valores, campos de batalla, juergas, funerales, edificios en construcción, edificios que se derrumban, felices cruceros, desdichados accidentes aéreos, en fin: la vida, la vida que a los viajeros del espacio se les hace recóndita aunque sea, por excelencia, su vida.

Alguien rememora una estampa que adornaba su libro escolar de historia. Colón desembarcaba en lo que sería América y miraba, como sus compañeros de a bordo, el inédito paisaje. Sólo uno de los marineros da la espalda a la novedad. Está mirando la inmensidad oceánica, tras la cual ha dejado su vida, la única que conoce o cree conocer. Seguramente imagina cómo será Europa oculta por la inmensidad, el escenario de esa su propia vida.

Alguien hace buches, saliva y se acuesta. En la oscuridad la evocación sigue adelante o, por mejor decir, sigue arriba. Ha visto unos esquicios del futuro taxi dron, un invento japonés que avisa su despliegue por el mundo. Alguien se está durmiendo, se abandona a la duermevela. Piensa que alguna vez viajará en uno de esos aparatos. Hará dedo en la azotea del piso 24 de un rascacielos y se paseará por calles de aire, invisibles y certeras. Verá su ciudad como algo apartado y desconocido, como los anillos de Saturno, la Luna de los astronautas y la ignota América de Colón.

¿Por qué estoy recordando y reflexionando sobre estas cosas? ¿Qué me importan las lejanías? O, mejor: ¿No será porque me importan? Es cuando no puede dormirse del todo, se sienta en la cama y lo que filma su imaginación es una tropa de antepasados prehistóricos, los suyos y los nuestros, que son los mismos, caminando hacia alguna parte. Un antropólogo quizá lo ayudaría a ligar imágenes. Esos transeúntes iniciaron un viaje que dio con América, la Luna y Saturno. Ya les gustaban las lejanías. Una de las tantas definiciones de nuestra especie es la del Homo Viator, el animal que se humaniza viajando. Al principio, hacia lo desconocido, al revés que nosotros. Pero ¿no es acaso siempre desconocida la meta? ¿No será suplantada por otra más lejana cuando la alcancemos? ¿Nos serán alguna vez familiares los anillos de Saturno? Por fortuna, el sueño ahora tiene razón y alguien se duerme profundamente, con la esperanza de soñar en lugares extraños a los que llegará como llegaron los viajeros que nos precedieron en la fascinación de la lejanía.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")