Las cuatro plumas es una novela de aventuras de 1902 que lidia con temas clásicos de la épica, como la cobardía y el valor en la batalla, lo cual puede dar lugar a enfoques dramáticos bastante tópicos. Situada a finales del siglo XIX en los territorios coloniales británicos en el Sudán, esta historia de A.E.W. Mason se ha convertido en un pequeño clásico estándar sobre los ritos de masculinidad y la demostración de heroicidad, y ha generado como mínimo siete versiones cinematográficas conocidas, incluidas un par de filmes mudos, de entre las que destacan la clásica de 1939 dirigida por Zoltan Korda y la notable revisitación de 1978 filmada por Don Sharp y con los ingleses Robert Powell y Jane Seymour como actores principales.
Sin embargo, ninguno de esos dos largometrajes iguala la hermosa versión que el indio Shekhar Kapur rodó en 2002. La historia sigue siendo similar: un joven marcado por su decisión de no enrolarse en el ejército para marchar a una campaña bélica recibe en consecuencia, y como símbolo de cobardía, cuatro plumas de sus mejores amigos y su prometida, que le repudian por su decisión. Él decide finalmente viajar por su cuenta y riesgo a Egipto y Sudán para salvar a sus amigos y demostrar que en realidad sí es un valiente, lo cual esperanza que le sirva asimismo para recuperar el corazón de su ex novia.
Lo que en manos de cualquier director moderno podría haber sido una epopeya rancia y pasada de moda, gracias a Kapur y a la impresionante interpretación de Heath Ledger se convierte en una intensa inmersión en un mundo visual de aventura genuina y una exploración legítima de las flaquezas humanas, donde los sentimientos afloran sin acartonamiento ni imposturas y el público siente en primera persona las torturas íntimas del protagonista. Hay que decir que Ledger está muy bien secundado por el estupendo Wes Bentley (American Beauty) como su mejor amigo y rival por el amor de la misma damisela inglesa (interpretada por Kate Hudson), en una época además en que Bentley ya estaba librando sus propias tremendas batallas con el alcohol y la heroína.
La película está rodada con sensibilidad y un gusto exquisito, ofreciéndose pródiga en buenos encuadres y un rico cromatismo. Sin duda se ve lastrada por un montaje que dejó fuera una hora entera de material, por lo que se suceden saltos e interrupciones injustificadas que lamentablemente añaden baches a la fluidez de la historia, pero la explosión de emociones de sus personajes es tan insólitamente sincera y transpira tanta verdad que suple con creces esas turbulencias del trayecto narrativo.
Destacaré simplemente la hermosa relación de amistad entre el protagonista y el rebelde árabe Abou Fatma, encarnado con una convicción y fuerza arrolladoras por el actor africano Djimon Hounsou. Realmente las secuencias que Hounsou comparte con Ledger son conmovedoras y demuestran que todavía se puede sorprender y emocionar plasmando una historia de amistad.
Con ocasión del estreno del filme, Roger Ebert, uno de los críticos más famosos, aburridos y convencionales que ha dado Estados Unidos, lo menospreció abiertamente echando mano del mismo argumento que utilizan siempre los cinéfilos puristas y pasados de moda: esto es, comparándolo injustamente con David Lean. Exactamente lo mismo que hicieron los viejos carcamales de los 80s con el Spielberg de El imperio del sol, en su intento de ridiculizar al entonces maltratado director de Tiburón al contrastarlo con el de Lawrence de Arabia y Doctor Zhivago.
Pero bueno, no hagan mucho caso: Ebert también dijo que Mandingo es pura basura y que tuvo que salirse de la proyección de Calígula de la repugnancia que le despertó. Pobre prejuicioso.
Dense el placer de ver y disfrutar Las cuatro plumas de Shekhar Kapur como homenaje al llorado y talentoso Heath Ledger y recemos todos a Alá para que algún día se estrene la versión íntegra: es decir, Las cuatro plumas de tres horas.
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