Lectura y oralidad son dos términos que se entrelazan de manera espontánea. Sin embargo, el acto de leer en voz alta nos parece hoy propio de otro tiempo. Cuando el mundo estaba a medio hacer, los cuentos al amor de la lumbre o los romances de juglares y trovadores eran un modo natural para acceder a la narrativa.
La literatura se escuchaba, y como dice Maribel Riaza, muchas de estas creaciones se componían en verso, para de ese modo mejorar la musicalidad en el momento de leerlas a un público expectante.
Riaza describe con detalle y amenidad cómo fue cambiando ese panorama que condujo a la lectura silenciosa. Fue en el siglo XII, nos dice, cuando un fenómeno lo cambió todo: «Se comienza a escribir en lenguas romances, que eran las utilizadas por la gente de la calle. Esto hará que aprender a leer y disponer de textos en el idioma en que las gentes se comunican en su día a día sea cada vez más frecuente, por lo que la lectura se extenderá poco a poco».
Imagen superior: ‘Molière leyendo el Tartufo en casa de Ninon de Lenclos’, de Nicolas André Monsiau (1754-1837).
Leer para ser escuchados
De este modo, «personas que tenían que manejar grandes cantidades de información pudieron ir adoptando la lectura silenciosa, mucho más rápida y versátil».
Sin embargo, aunque resulte muy tentador pensar que todos los lectores se acostumbraron a la intimidad coincidiendo con la aparición de la imprenta en 1450, lo cierto es que los leyentes profesionales siguieron atendiendo a un auditorio más o menos numeroso.
Por ejemplo, pese al auge de la alfabetización, leer en voz alta siguió siendo algo común en los salones del siglo XVIII. A estas alturas, queda claro que hablamos de una costumbre que nunca se desvaneció del todo. Y es esa dimensión social de la lectura lo que más le interesa a Riaza. Así lo plasma en distintos ejemplos: las exitosas giras de Charles Dickens leyendo sus obras a ambos lados del Atlántico, la lectura en las fábricas o, ya en el siglo XX, las lecturas al aire libre con fines pedagógicos.
Imagen superior: ‘Reading Aloud’, de Albert Joseph Moore (1841–1893).
Cuentos antes de dormir
Afortunadamente, para acceder a las mismas sensaciones no hace falta recurrir a estampas históricas. Al fin y al cabo, hoy seguimos leyendo cuentos a nuestros hijos por razones que van de lo placentero a lo educativo.
Sospecho que esa lectura nocturna siembra semillas en tierra fértil, acaso con la esperanza de que en la próxima generación nuestros nietos participen en el mismo ritual.
La autora da motivos de peso para perpetuar esta rutina, tanto en los hogares como en las aulas: «Es precisamente a la luz de los estudios que han demostrado la influencia de la lectura en voz alta en los resultados académicos que se está incorporando de nuevo esta práctica dentro de los sistemas educativos».
La llegada del audiolibro
El esfuerzo de Riaza por recorrer esta faceta sonora de la historia de la lectura culmina con un avance técnico: los sistemas de grabación. Una cosa llevó a la otra, y tras la edición de discos y cintas en los que nuestros abuelos ya podían escuchar la voz de sus escritores predilectos, hoy podemos disfrutar de toda la literatura universal gracias al imparable avance de los audiolibros.
Maribel Riaza conoce bien este ámbito. A su larga experiencia en el sector editorial y bibliotecario, se suma su labor en Storytel, una compañía que brinda a sus usuarios un servicio de streaming de audiolibros, e-books y pódcast.
De todos los soportes de lectura que analiza en su libro, quizá sea el audiolibro el que plantea una paradoja más interesante: surge en una época en la que la alfabetización es masiva y, sin embargo, nos devuelve una sensación similar a la que debieron de sentir nuestros antepasados en aquellos tiempos en la literatura oral afloraba en todos los rincones.
La voz de los libros se lee con placer e interés, y sería injusto no agradecerle a la autora que haya intuido las promesas de futuro que nos proporciona el audiolibro, un modelo de lectura que, por vías inesperadas, rehabilita los relatos orales tal y como funcionaban en la antigüedad.
Muy disfrutable, cargado de erudición e inspirador, el ensayo de Maribel Riaza nos recuerda que no hay una sola forma de leer y de conectarnos a través de la lectura. Sobre todo, en esta época en la que las nuevas tecnologías rozan lo inverosímil y nos invitan a creer en un porvenir de posibilidades ilimitadas.
Sinopsis
Si miramos con perspectiva nuestra historia, de los más de 120.000 años que tiene nuestra especie, la escritura existe desde hace solo cinco mil. Leer es algo muy nuevo. Mucho más aún lo es la lectura individual y en silencio. Antes de leer como lo estás haciendo ahora mismo, la literatura era un acto social y se leía para otros, y no solo eso, sino que en el Renacimiento llegó a existir la figura de «Lector de su Majestad». Obras como El Quijote, La Celestina o El Lazarillo de Tormes llegaron al pueblo gracias a las declamaciones que se realizaban en las calles y este tipo de lectura sería clave también en el progreso de las ideas revolucionarias entre los franceses del siglo XVII. La lectura en voz alta llegó a ser un acto popular en las reuniones sociales del siglo XIX y, a pesar de haber cambiado nuestro modo de leer, ha pervivido de un modo u otro hasta nuestros días.
¿Por qué se leía en voz alta? ¿Cuándo y por qué pasamos a hacerlo en silencio? ¿Tiene sentido leer en alto en el siglo XXI? ¿Cómo han aprendido a leer las máquinas y cómo leeremos en el futuro? Maribel Riaza intenta dar respuesta a todas estas preguntas en este libro ameno, divulgativo y lleno de curiosidades que nos lleva a conocer mejor cómo eran los lectores que nos han precedido y cómo se ha disfrutado de la literatura a través de este noble arte de leer.
Imagen de cabecera: portada de Fernando Vicente.
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