Muy a menudo, se presenta el enchufado en la literatura costumbrista española. Este personaje detestable, propenso a la holganza y a la trivialidad, hace brillar ciertas notas del cliché celtibérico.
A través de sus maniobras, los escritores denuncian una sociedad piramidal y a un tiempo cerrada, de suerte que quien pretenda ascender en el escalafón, no ha de hacerlo por méritos sino por complicidad con algún poderoso. La cuestión es áspera, pero solemos interpretarla con humor. No en vano, al enchufado se lo señala sin reparo, y a merced de los chismes, no logra escaparse vivo de las insinuaciones.
La edad de oro de esta práctica se sitúa en la España del siglo XIX. No obstante, la mala costumbre tiene un antecedente, que son las sinecuras.Se trata aquí de empleos o posiciones que ocasionaban poca faena. Puestos de privilegio, bien pagados y llenos de ventajas.
En el fondo, era un premio que el monarca empleaba para agradecer favores o hazañas familiares. Ni que decir tiene que la sinecura tiene su parte de corruptela. Por ello podemos emparentar este concepto con la idea de disponer de enchufe.
La expresión enchufismo es más reciente que esta otra, usada por nuestros clásicos: Quien tiene padrinos, se bautiza; o sea, que conviene disponer de valedores que influyan por uno.
Al igual que los buscadores de sinecuras en la vieja Corte, los modernos pretendientes al enchufe necesitan a un protector que avale su empeño. Por expresivo, el dicho triunfa en los diccionarios. Sabemos que la RAE admite este modismo desde 1884. Por su parte, María Moliner provee sabrosas definiciones. Tener enchufe es la «influencia que tiene alguien para poder conseguir una cosa». Una mala costumbre, el enchufismo viene a ser la «práctica de conseguir un empleo u otra cosa ventajosa mediante recomendaciones o influencias». Finalmente, el enchufillo es el vocablo «aplicado a un empleo de poca importancia obtenido por influencia».
Si buscamos una referencia literaria, hemos de reproducir esta cita de José María Iribarren. La firma Unamuno y apareció en Nuevo Mundo, el 22 de junio de 1923. Dice así: «El intelectual, a la busca continuamente de eso que se llama enchufes es como la alondra: se va tras de lo que brilla. Y no hay brillo como el poderoso».
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.