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La vida secreta de las palabras: «Sin oficio ni beneficio»

En estos tiempos, es difícil imitar la vida del rentista. En todo caso, esta ambición de vivir de las rentas es compartida por un buen número de ciudadanos, a quienes les encantaría pasear por este mundo sin tener que ganarse el pan con el sudor de la frente.

Quiere el tópico que, dentro de nuestra cultura popular, el vividor despierte no pocas simpatías. En este margen de la realidad proliferan los pícaros, pero son aún más abundantes los hombres sin oficio ni beneficio. García Blanco, en su obra Filosofía vulgar. El Folk-Lore Andaluz (1882-1883), señala que esta última expresión es de uso común entre los andaluces, quienes llaman de ese modo «al paseante que, sin hacer daño a nadie, no toma oficio, ni estudia, ni se ocupa de nada que pueda proporcionarle una decente subsistencia».

A este personaje no le iría mal un epíteto menos eufemístico —el de vago, por ejemplo—, pero el pueblo, compasivo, rechaza esa calificación y prefiere la de hombre sin oficio ni beneficio, «dando a entender con esto que ni tiene renta propia de qué mantenerse, ni gana salario, jornal, obvención, honorario u otra cualquiera asignación para sufragar el porte, manejo y género de vida que se le observa».

Como esta persona ni hace daño ni sirve de utilidad, cuadraría a sus maneras la fórmula nec oficit nec benefacit; y dado que de ambos verbos «salen los nombres oficium et beneficium, se los aplica en castellano, diciendo ni tiene oficio ni beneficio, ni hace mal, ni hace bien».

Para disimular la gandulería, no hay nada mejor que un empleo o cargo de fácil desempeño y bien retribuido. Dicho con más propiedad, una sinecura. Nuestra historia está repleta de ejemplos en este sentido. Así, Francisco Gómez de Sandoval y Rojas (1553-1625), duque de Lerma y valido del rey Felipe III, fue generosamente premiado por el monarca, quien asimismo concedió recompensas y nombramientos a su familia. Por ejemplo, el yerno del duque, el marqués de Sarría, recibió una sinecura de tres mil quinientos ducados.

Existen diferencias de significado entre sinecura y otras voces de su familia semántica, como becaestipendiopensión o prestamera. Este último sustantivo, por ejemplo, alude al beneficio que antaño se daba a los que estudiaban para ejercer como sacerdotes o a quienes militaban a favor de la Iglesia.

En la duodécima edición del Diccionario de la Lengua castellana (1884), leemos que sinecura es un «empleo o cargo retribuido que no ocasiona trabajo o que da muy poco que hacer». El vocablo proviene de las dos palabras latinas sine cura, que vienen a significar sin cuidado o sin cuidarlo.

Los ciudadanos del Imperio usaban la expresión beneficium sine cura armorum, esto es, beneficio sin cuidado de armas.

Tras repasar su extensa biblioteca, Néstor Luján concluye que las sinecuras han existido siempre «e incluso el sinecurismo y el sinecurista, que son palabras derivadas aunque no aceptadas por el diccionario». A modo de ejemplo, el erudito catalán cita al crítico francés Pontmartin, fallecido a finales del siglo XIX y autor de una frase muy esclarecedora: «No se ha de confundir a los retirados o jubilados con los sinecuristas. Los retirados son los que ya no trabajan, los sinecuristas son aquellos que no trabajaron jamás».

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.