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La vida secreta de las palabras: «Nana»

Supongamos que, a consecuencia de alguna amnesia colectiva, cayera en el olvido casi toda nuestra memoria musical, incluyendo óperas, sinfonías y ritmos veraniegos. Vayamos aún más lejos, e imaginemos cuál sería la última canción en desaparecer de nuestros recuerdos. Es muy probable que esa armonía final, por simple nostalgia, fuese una nana; una de aquéllas que nuestra madre repetía para animarnos a dormir.

En todo caso, hay connotaciones en la palabra nana que contribuyen a complicar su etimología. Así, en la cuarta edición del Diccionario de la lengua castellana compuesto por la Real Academia, reducido a un tomo para su más fácil uso (1803) leemos que nana es «Mujer casada, madre». Décadas más tarde, en la duodécima edición del Diccionario de la Lengua castellana (1884), la RAE deriva nana del italiano nanna, y destaca dos acepciones: «Mujer casada, madre» y «Abuela». En tercer lugar, añade el significado que aquí nos interesa: «En algunas partes, canto con que se arrulla a los niños».

¿Por qué llamamos nana a este canto? Según algunos especialistas, el vocablo tiene una cualidad onomatopéyica. En relación con la música vocal, esta característica parece aún más evidente. Decía Rodrigo Caro en sus Días geniales o lúdicros (1626) que los cantares de las madres repiten cadencias como nina, nina y lala, lala. Esa dulce canción de cuna que los canarios llaman arrorró parte del mismo principio, explicado en 1611 por Sebastián de Covarrubias. Decía el sabio que logra «adormecer el niño con cantarle algún sonecito, repitiendo esta palabra: ro, ro».

En desacuerdo con estas explicaciones, Joan Corominas describió la palabra nana como una derivación de las voces latinas nonnusnonna, con las cuales se designaba a los abuelos y a los niñeros. Partiendo de esta misma raíz, los italianos llaman a las canciones de cuna ninna-nanna. De hecho, en la Italia medieval existía la voz ninnare, con la cual se aludía al acto de arrullar a los pequeños con el fin de predisponerlos al sueño.

Un especialista de quien hemos obtenido parte de las informaciones previas, José Manuel Pedrosa, atiende a estas cuestiones filológicas, reúne fuentes de autoridad y pone luego el énfasis en el valor literario de las nanas. Entre los autores de este tipo de composición que figuran en su estudio destacan Lope de Vega, Federico García Lorca y Miguel Hernández. Sin duda, en los versos de todos ellos prevalece esa ternura que convierte a la nana en una de las grandes revelaciones poéticas de nuestra primera infancia.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.