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La vida secreta de las palabras: «Mula»

La extraña estirpe de los híbridos comprende seres de confusa morfología, al estilo de ese poderoso felino que nace de la mezcla entre tigre y león, y que algunos zoológicos exhiben cual si de un prodigio se tratara.

Con mucha mayor humildad desde luego, hay otra criatura que comparte esa calidad mixta, pero que por su abundancia tendemos a minusvalorar. Sin duda, este mamífero del cual hablamos —el mulo— no goza de especial predicamento entre los biólogos, pero sin su concurso las tareas agrarias hubieran sido mucho más complejas en tiempos pasados. Baste decir que, a modo de homenaje, uno de los artefactos más frecuentados en los huertos modernos es llamado mula mecánica. Claro que este mecanismo nos interesa menos que el mulo de carne y hueso, robusto, vivaracho y hasta simpático, que aún trota por las veredas mediterráneas.

Unido a nuestra vida cotidiana desde tiempos antiquísimos, el mulo fue nombrado por los romanos, y por eso Antonio de Nebrija, en su Vocabulario español-latino (Salamanca, 1495?) lo describe señalando la etimología latina: «Mula de asno y yegua. Mula» y «Mulo de asno y yegua. Mulus».

La misma intención mueve a la Real Academia Española en su Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua […] (Madrid, Imprenta de la Real Academia Española, por los herederos de Francisco del Hierro, 1734).

En este caso, la mula es referida de la siguiente forma: «La hembra de la especie de los mulos. Es voz puramente latina. Mula». Para completar el campo semántico, los académicos de esa fecha también describen al mozo de mulas: «El que está destinado para limpiar y cuidar de las mulas. Mularis servus»; y aportan un adjetivo, mular; esto es: «lo que toca, o perteneciente a mulo, o mula. Mularis».

En el Diccionario de la lengua castellana compuesto por la Real Academia Española, reducido a un tomo para su más fácil uso (Madrid, Viuda de Ibarra, 1803) hallamos nuevas voces relacionadas con los mulos. Así, mulatero es «el mozo que cuida de las mulas, o acémilas». El sustantivo mulero distingue al «mozo que cuida de las mulas entre los labradores». Usado como adjetivo y admitiendo una connotación voluptuosa, mulero «se aplica al caballo, que es aficionado a mulas, y se enciende demasiado con ellas». En cuanto al mulo propiamente dicho, es detallado como sigue: «Animal cuadrúpedo, engendrado de caballo y burra, o de burro y yegua, por lo cual tiene la naturaleza de uno y otro, y no engendra el mulo, ni concibe la mula sino en casos raros y prodigiosos. Son muy útiles para el trabajo; como tirar coches, carros, y para los ministerios de la labranza». Una variante de esta bestia sería el muleto; o sea, «el mulo pequeño, o cerril».

Siempre atento a los refranes y los dichos, Aniceto de Pagés nos habla de mulos, mulas y cuestiones mulares en su Gran diccionario de la lengua castellana (de Autoridades), con ejemplos de buenos escritores antiguos y modernos (Barcelona, Fomento Comercial del Libro, ca. 1914). Al decir de don Anicetomulatero es «el que alquila mulas»; mula cabañil es «la de cabaña»; y mulada es un «hato de ganado mular». Según nuestro etimólogo, la mula de paso viene a ser «la destinada a servir de cabalgadura, a diferencia de la de tiro y amaestrada», y por consiguiente, «a caminar generalmente al paso de andadura». Entre las frases figuradas que menciona Pagés, citamos las más jugosas: Hacer uno las mulas significa «hacerse el remolón»; Írsele a uno la mula quiere decir «escapársele, por descuido o acaloramiento, una expresión poco afortunada». En cuanto a Quien endura, caballero va en buena mula, es un refrán «que recomienda la economía».

Completa este refranero mular el dicho Quien quisiere mula sin tacha, ándese a pie, por medio del cual se nos «enseña que se deben tolerar y suplir algunos defectos en las cosas que por su naturaleza no pueden ser enteramente perfectas».

Tan popular es la mula que incluso aparece en germanías de prestigio literario. Óscar Conde, en su Diccionario etimológico del lunfardo (Buenos Aires, Libros Perfil, 1998), explica que mula, dentro de ese ámbito, es una «bolsa grande que utilizan algunas ladronas para ponerla delante de la víctima y distraerla, mientras sus compinches le vacían los bolsillos». Asimismo, el léxico lunfardo del Río de la Plata emplea la voz mula como sinónimo de «engaño, estafa». De ahí que Meter la mula signifique «trampear, engañar, mentir».

En opinión de Conde, tal expresión «deriva del hecho de que, al pesar el carro cargado, el carretero trataba de que la mula que lo impulsaba gravitara sobre la balanza». Admitiendo este argot, mulear traduce «trampear»; y un mulero es un «tramposo, engañador; mentiroso». Sin duda, poco podían imaginar los campesinos ibéricos que algún día el nombre de sus acémilas iba a servir para explicar acciones tan poco edificantes.

Imagen superior: par de mulas arando en el Festival de la Trilla de Castrillo de Villavega, en Palencia, (España) / Valdavia, CC.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.