En las historias épicas, suele darse esa situación en la que un determinado personaje muerde el polvo. Hablamos, por ejemplo, del combate caballeresco, descrito en verso por Ludovico Ariosto en su Orlando furioso:
«Aturdido aquel rey flaco se tiende,
no se para a mirarlo el Conde fiero,
a otros hiere y mata, corta y hiende,
cree cada cual ver sobre sí al guerrero.
Cual bandada de tordos que se extiende
asustada por alcotán ligero,
así de aquel ejército vencido,
uno cae, otro muere y otro ha huido».
Y sin ánimo ni galanura, caído de un rocín ligero, el vencido muerde el polvo, olvidando, mientras muere, el porqué de su querella.
Antes de matizar el origen de una expresión tan afortunada, recordemos que el polvo es materia muy recurrente en dichos, sentencias y refranes. De las páginas de una antigua edición del DRAE (Madrid, Viuda de Joaquín Ibarra, 1791) extraemos una fórmula enigmática: El polvo de la oveja alcohol es para el lobo. Con ella se «enseña lo poco que se repara en el daño y perjuicio que se puede seguir cuando se logra el gusto que se pretende». Por esta vía, Aniceto de Pagés incluye en el Gran diccionario de la lengua castellana, autorizado con ejemplos de buenos escritores antiguos y modernos (Barcelona, Fomento Comercial del Libro, 1925) la siguiente definición de Hacerle a uno polvo: «Aniquilarle, arruinarle, vencerle en una contienda». Parecida derrota supone Hacer morder el polvo a uno, o lo que es lo mismo: «Rendirle, vencerle en la pelea, matándole o derribándole». En contraste, levantar del polvo, o del polvo de la tierra a uno significa «elevarlo de la infelicidad y abatimiento a una dignidad o empleo». Ciertamente, algo limpio de polvo y paja es «dado o recibido sin trabajo o gravamen». Y sacar polvo debajo del agua es una frase figurada y familiar «con la que se pondera la sagacidad o viveza de una persona».
¿Hay matices en ese ejercicio trágico que es morder el polvo? María Moliner, en su Diccionario de uso del español (2.ª ed., Madrid, Gredos, 1998) explica que ello supone «quedar derrotado, confundido o humillado en una lucha o disputa; particularmente, cuando el humillado o derrotado ha sido el provocador». Una vez más, como se ve, volvemos a los lances caballerescos, en el sentido más literal. Lo interpreta José María Iribarren en El porqué de los dichos. Sentido, origen y anécdota de los dichos, modismos y frases proverbiales de España con otras muchas curiosidades (Pamplona, Gobierno de Navarra, Departamento de Educación y Cultura, 1997, p. 176). «La expresión es muy antigua —nos dice—. Los caballeros de la Edad Media, cuando se sentían mortalmente heridos, tomaban un puñado de tierra y lo mordían, como beso postrero a la madre Tierra, que los había sustentado y que ahora iba a recibirles en su seno». ¿Cabe una despedida mejor?
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.