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La vida secreta de las palabras: «Bigote»

Para el común de los mortales, el bigote es ese pelo que, con mayor o menor abundancia, nace sobre el labio superior. Signo de acentuada masculinidad, el bigote adquiere formas que atienden a la moda.

Por otro lado, hay ciertos gremios que han recurrido a la misma palabra para describir, en clave metafórica, ciertos elementos de su oficio. Por ejemplo, los impresores llaman así a una línea de adorno horizontal, que es gruesa en su parte central y delgada en los extremos. Entre los mineros y los empleados de fundiciones, se denomina bigote a una abertura semicircular de la cual disponen los hornos de cuba en la delantera para que salga toda la escoria. También recibe el mismo nombre una infiltración del metal en las hendeduras o grietas del interior del horno.

Pero hay más. Incluso los espadachines de antaño usaron la palabra para describir sus armas, nombrando de ese modo a los hierrecillos de la cazoleta que se dirigen al recazo, cerca de lo que es propiamente la empuñadura de la espada.

Desde luego, habrá más de un lector que se sienta impulsado a conocer el origen de palabra tan maleable. Gracias a Néstor Luján, sabemos que fue Joaquín Bastús quien primero exploró el asunto en su obra La sabiduría de las naciones o Los Evangelios abreviados (1862-1867). Al decir de Bastús, el sustantivo bigote lo formaron nuestros antepasados al ver cómo los alemanes se atusaban el mostacho al tiempo que exclamaban aquello de «Bey Gott!», equivalente, poco más o menos, al muy castizo «¡Vive Dios!».

Joan Corominas, en el Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana,sondea con mayor rigor la historia el vocablo a partir del siglo XV. A su modo de ver, el estudio de la moda masculina en España, puesta en contraste con la de Francia, Alemania e Italia, puede ser muy revelador al respecto. Luján parafrasea a Corominas, y recuerda que, por aquellos tiempos, el bigote venía a ser un distintivo de los lansquenetes, que eran famosos por el vicio de blasfemar.

Dado que muchos germanos, tanto civiles como soldados, llegaron a la España de Carlos V, tendría sentido situar la implantación de la palabra a mediados del siglo XVI. No obstante, también es cierto que Nebrija menciona el bigot de barva, equivalente a mustax. Así, pues, la voz podría haber cruzado los Pirineos. Con todo, el misterio persiste. Luján destaca que, antes del siglo xv, bigot era el apodo que se les daba en Francia a los normandos.

En las postrimerías del mismo siglo, deformando el inglés by God, «se llamó bigot a quienes alardeaban de una devoción estrecha o incluso hipócrita». De ahí que, según resalta don Néstor, se diera esta paradoja: mientras los españoles usaban la voz bigot para designar a los bravucones, nuestros vecinos denominaban de igual forma a los devotos de acentuado fervor.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.