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La verdadera realidad

En una de estas columnas me ocupé hace unas semanas del filme de Amenábar Mientras dure la guerra. Lo he comentado también con algunos amigos con resultados muy divergentes, lo cual acredita la densidad y la riqueza de la obra. El extremo lo personificó alguien al que llamaré Equis. No había visto la película. Apenas se había anoticiado por terceros, pero juró que no iría a verla (sic) “para no darle a Amenábar ni un duro.” Si la cosa excita tanto a distancia, es para pensar lo que pueda ocurrir de cerca.

No he hecho una encuesta. Me limito a recordar lo charlado con un par de personas. Una amiga me dijo algo así como que ella sabía muy bien quién era Unamuno, no ese viejecito provinciano que muestra el filme sino un señorito bilbaíno. Y lo sabía muy bien sabido porque había sido amiga de una hija de Unamuno, que era a su vez amiga de su madre. En la misma línea, otro amigo, esta vez mío, también sostuvo que él conocía bien a Unamuno porque había leído sus libros y un par de biografías. Amenábar se había equivocado al basarse en una biografía equivocada.

Ahora paso a la primera del singular. Yo también he sido un extenso y apasionado lector de Unamuno, en mi ya lejana adolescencia de cristiano existencial. Don Miguel estaba junto a Pascal, San Agustín y Gabriel Marcel. Recuerdo la tarde en que leí La agonía del cristianismo. Me dio fiebre. No hago la lista de sus ensayos, sus artículos, sus novelas, sus dramas, hasta alguna película argentina vista en mi niñez sobre Nada menos que todo un hombre.

A pesar de todo mi bagaje unamuniano del que hoy quizá sólo subsista Por tierras de Portugal y España, no fui a ver el filme de Amenábar como quien va a tomar examen a un alumno, a ver qué tal ha empollado su manual de unamunología. Me senté a presenciar una ficción y a juzgar su verosimilitud, su coherencia y su calidad de taller: guion, interpretación, montaje, producción material. Para mí, Amenábar no es un historiador ni un amigo de la familia de Unamuno que maneja información privilegiada. Es un artista que propone una ficción para la cual maneja algunos elementos documentales de la historia y los sintetiza con otros, imaginarios, producidos por su propia noción de verosimilitud.

Creo que mis amigos yerran porque van a ver una película prejuiciada de histórica y la juzgan por sus relaciones con una realidad que ellos conocen de antemano como la única verdadera. Existe, fuera del filme, una realidad constituida a la que tenemos acceso y el arte tiene como misión reflejarla fielmente, sin trampa ni cartón, sin cortapisas ni penumbras. En este planteamiento se podría concluir que el arte es superfluo o se limita a una función decorativa, didáctica o técnica (buena fotografía, buen vestuario, buena banda musical etcétera). Estrictamente, carece de realidad propia, pide prestada la realidad a la Realidad. Bien, pero ¿quién conoce plenamente la Realidad de lo real? ¿Mi amiga que es amiga de la amiga de su madre y que es, en definitiva, la hija de Unamuno que todo lo sabía de su padre? ¿O mi amigo, lector de unas biografías que disienten entre sí, a la espera de la Biografía de las biografías?

No pretendo contestar, pretendo preguntar. Tampoco se me ocurriría obligar al lector a que conozca, si no la conoce, La agonía del cristianismo, con un termómetro en el sobaco.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")