En un mundo regido por la inmediatez y el poder de la instantaneidad, el retorno a los clásicos y a la lentitud supone, en muchas ocasiones, una especie de oasis en medio de un desierto. Volver a películas producidas más de cincuenta años atrás y contemplar cómo los guiones ya anticipaban la llegada de un cambio de mundo consigue emocionar al espectador, e introducirlo en una profunda reflexión acerca de las transformaciones que el cine (y la sociedad) ha sufrido en las últimas décadas.
Hablemos hoy del film La torre de los ambiciosos (Executive Suite), dirigida por Robert Wise. Desde el primer instante, el sonido del reloj dando la hora y el plano de la torre alzándose en medio de la ciudad suponen el escenario perfecto para albergar a un reparto estelar.
Con guión de Ernest Lehman (basado en la novela de Cameron Howley), la muerte de un famoso empresario, A.B, reúne y deja aflorar las partes más oscuras y escondidas de los personajes que, durante años, han trabajado bajo sus órdenes. Una sospecha, la desaparición del líder dan lugar a un caos y a un laberinto de suspicacias, traiciones y luchas por conseguir llegar a la cima que cambiarán la visión que cada uno tenía de su compañero.
William Holden, June Allyson, Barbara Stanwyck, Fredrich March, Walter Pidgeon, Paul Douglas, Louis Calhern y Shelley Winters forman parte de este fantástico elenco de actores que traman, entre voces, el ascenso del próximo presidente de la Compañía.
Desde el principio hasta el fin, a pesar de ser un film de los cincuenta, la historia, el guión y la psicología de cada uno de los personajes que urden la telaraña lo convierten en una historia que, perfectamente, podría trasladarse a la actualidad, sin necesidad de establecer ninguna modificación en los diálogos ni en las relaciones que mantienen los personajes.
El amor, el odio, la admiración, la ambición, todos ellos, conforman un cóctel espléndido para representar la sociedad mercantilista actual. Resulta emocionante cómo películas estrenadas por primera vez medio siglo atrás pueden continuar siendo igual o más reveladoras que en el momento de su première.
Recomiendo pues, a todos los que no la hayan visto, disfrutar de uno de los mejores ejemplos de cómo, en el mundo empresarial, se tejen telarañas que permanecen intactas durante años, escondidas, aguardando a que la araña reina caiga de su pedestal.
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