En los años treinta, la Rusia soviética ya era una pieza fundamental del juego político internacional. La verdadera naturaleza del régimen nunca fue un secreto y, sin salir del ámbito de la ciencia ficción, ya hemos visto en este espacio ejemplos de escritores rusos condenados por entonces al ostracismo por firmar obras distópicas en las que se criticaba el sistema comunista. Sin embargo, los teóricos de esa ideología consiguieron diseminar por todo el mundo sus visiones utópicas de un paraíso proletario. Estados Unidos tenía desde hacía tiempo un activo movimiento comunista entre cuyas filas, por ejemplo, militaba el famoso Jack London, cuya obra El talón de hierro (1908) constituyó todo un manifiesto a favor de la lucha obrera.
Pero el mensaje combativo e incluso violento que lanzaban estos grupos y las consecuencias que el régimen comunista había tenido para los rusos alarmaron a no pocos sectores de la sociedad. Uno de ellos fue Edgar Rice Burroughs, que veía al comunismo como una peligrosa amenaza. Su respuesta fue una nueva saga de novelas protagonizadas por Carson Napier, un hombre atrapado en la lucha entre clases sociales de Venus.
Carson Napier no es tan conocido como sus otros personajes estrella, Tarzan y John Carter, pero es mucho más humano y no se libra de cometer de vez en cuando graves errores. Eso sí, como Carter de Barsoom, Napier de Venus se enamora a primera vista de una princesa; y como Tarzán, es capaz de aprender una lengua extraña en un periodo ridículamente corto de tiempo –aunque Burroughs se molesta en aclarar que el idioma venusino es particularmente sencillo de asimilar–. Carson, como Carter, es un solitario, pero también un líder natural.
Piratas de Venus (1934), la primera de las cinco novelas de que consta la saga, es un relato de aventuras que se ajusta al tipo de historias que Burroughs venía produciendo en serie desde hacía veinte años. Carson Napier trata de llegar a Marte a bordo de un cohete –todo un avance respecto a las inexplicables teleportaciones de John Carter al planeta rojo– pero un error en los cálculos lo conduce a Venus, donde su nave se estrella. Es tomado prisionero por los Vepajanos y a partir de ahí se suceden una serie de episodios vagamente hilvanados en una trama, en los que Napier se enamora de la bella princesa Duare, escapa de su confinamiento, lucha contra extrañas criaturas, vuelve a ser capturado, se convierte en pirata, rescata a la princesa de los peligros y salva a los vepajanos de una amenaza que podría aniquilarlos a todos.
Como todas las novelas y sagas de Burroughs que en este espacio hemos comentado, el principal objetivo de la saga de Venus es entretener a base de una sucesión ininterrumpida de peripecias, apelando al sentido de lo maravilloso del lector mediante la introducción de fantásticas criaturas y entornos exóticos. En su mayor parte no es más que un calco de todas las otras obras de ese autor aquí reseñadas: un varón caucásico y anglosajón que se encuentra arrojado inesperadamente a un mundo alienígena poblado por extrañas bestias y civilizaciones o tribus en guerra las unas con las otras. .
A comienzos del siglo XX, los astrónomos que dirigían sus telescopios hacia Venus no veían más que una esfera cubierta de nubes. A nadie se le ocurrió pensar entonces que su opaca atmósfera estaba compuesta por una letal mezcla de dióxido de carbono, ácido sulfúrico y dióxido de azufre. Relacionaron inmediatamente las nubes con el agua. A mayor espesor de la capa de nubes, más agua debe existir en la superficie y, comoquiera que Venus es similar a la Tierra en tamaño y masa, es muy posible que exista una lujuriosa vegetación… y hasta dinosaurios.
El Venus de Burroughs –al que sus nativos llaman Amtor– desarrolla aquella hipótesis. Es un planeta de extensos océanos punteado de grandes islas cuya superficie está cubierta por gigantescos bosques de árboles tan grandes que sus copas atraviesan la capa de nubes y en sus ramas se asientan ciudades enteras. Las diferentes razas venusianas incluyen hombres alados, semi-humanoides y monstruos diversos, todos en permanente lucha por la supremacía.
Incapaces de ver el espacio, los venusianos no sólo no han desarrollado la ciencia astronómica, sino que acumulan una serie de extrañas creencias que les llevan a creer que la región polar es el segmento exterior de un disco cuyo centro está ocupado por el ecuador. Sin embargo, ese atraso no les ha impedido controlar la energía atómica, alcanzar la juventud eterna y surcar los mares. Eso sí, hasta que no llega Carson y fabrica una, ignoran el concepto de las máquinas voladoras.
Más allá de los aspectos meramente decorativos o de atrezzo, la diferencia entre la saga de Venus y el resto de las series aventureras de Burroughs (Tarzan, Pellucidar, John Carter) es, por un lado, que el protagonista es algo más cauto y torpe que sus predecesores; y, por otra parte, que aquí el héroe terrestre no se involucra en una guerra de tipo racial, ya sea entre tribus o entre un pueblo más avanzado y alguna especie de bestiales subhumanoides. No, aquí el conflicto es de tipo ideológico. Los venusianos –que en todo son iguales a sus contrapartidas terrícolas– viven según una realidad política que Burroughs utiliza como sátira del ascenso de los movimientos comunistas en Estados Unidos.
El tono anticomunista de Piratas de Venus le ha impedido superar el paso del tiempo de forma airosa. A veces, la crítica es tan sutil que apenas interfiere en la aventura propiamente dicha; y otras tan toscamente obvia como llamar a uno de los villanos Moosko. Las dos facciones en conflicto quedan representadas por una parte por los Vepajanos, que afirman carecer de una jerarquía social y defender la idea de que no hay venusiano mejor que otro; sin embargo, tienen un rey y una princesa y cualquiera que ose mirar o hablar a esta última se hace acreedor a la pena de muerte. Con todo, son más igualitarios que sus enemigos, los Thoristas, que viven a lo grande mientras predican un ideario marxista. En la primera novela, Burroughs apenas muestra ningún Thorista y los que aparecen son incompetentes y criminales, dejando claro de qué lado están sus preferencias.
La saga contaría con cuatro volúmenes más: Perdidos en Venus (1935), Carson de Venus (1939), Huida de Venus (1946) y El brujo de Venus (escrito en 1941, publicado en 1964), todos en la misma línea. En ellos Carson seguirá los pasos del típico héroe ideal de Burroughs: atravesará miles de millas visitando parajes tan sugestivos como Komor, la Ciudad de los Muertos, enfrentándose a criaturas como los anfibios humanoides del rey Tyros el Sanguinario y tratando de mantener a salvo a su amada mientras busca un lugar en el que vivir en paz. En fin, nada que no pueda hallarse en las otras series heroicas de Burroughs.
La saga de Carson de Venus no es literatura de calidad. Burroughs no era más que un narrador competente pero repetitivo, eficaz en su recreación de ambientes y sentido de lo maravilloso, pero monótono y poco imaginativo a la hora de construir personajes y desarrollar tramas. Sus novelas carecen de un argumento sólido, limitándose a engarzar episodio tras episodio de forma previsible. Pero al menos, en este caso, su intento de introducir un mensaje político cuenta con la virtud de no avasallar al lector.
En resumen, recomendaría el primer volumen de la saga para aquellos que busquen una lectura fácil y de pura evasión. El resto, solo para incondicionales del autor.
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.