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La Reina Virgen

Los sábados, después de comer, tocaba sesión de cine. Mi madre, mi hermana y yo nos sentábamos en el sofá del comedor y veíamos la película de turno. Allí no se elegía. En aquellos tiempos veías lo que tenían a bien programar en la única televisión existente. Y punto.

A mí, cómo no, las películas que más me gustaban eran las que tenían como argumento algún acontecimiento histórico. En especial, si el acontecimiento era inglés. Cosa muy fácil porque, al tratarse de grandes clásicos del Hollywood dorado, las historias que se contaban siempre solían estar vinculadas con la historia de Inglaterra.

Recuerdo con especial intensidad La vida privada de Elizabeth y Essex, de Bette Davis y Errol Flynn. Mi primer amor fue Errol Flynn. Luego vendría otros pero, como él, ninguno. Creo que se me empezaron a caer muchos mitos el día que vi cómo era acribillado en Murieron con las botas puestas. De hecho, me enfadé con mi madre. Porque las madres nunca mienten. Y mi madre me había asegurado, por activa y por pasiva, que el protagonista nunca moría. Pero George Armstrong Custer, el general Custer, redivivo en la piel de Errol Flynn, mi amado Errol Flynn, moría… ya nada volvió a ser como antes…

En el drama isabelino tampoco le iba muy bien a Errol, metido en la piel de Robert Devereux, II conde de Essex, favorito de Isabel I de Inglaterra, la Reina Virgen. Yo aún no entendía muy bien eso de ser reina y ser virgen. Para mí, niña educada en colegio de monjas, las vírgenes estaban en los altares y las reinas en los castillos. Ya luego me enteré que eso de virgen iba por otros derroteros. Pero, más allá de interpretaciones escatológicas, lo que no me cabía en la cabeza era que aquella reina tan poderosa no pudiese hacer lo que le viniese en gana. Si no tenía marido y se había encoñado con aquel jovenzuelo de bigotito minúsculo y perilla perfilada, ¿por qué narices no se casaba con él? (… en mi cabeza de niña educada con franciscanas terciarias tampoco cabía cualquier apareamiento que no pasase por el altar…)

La cuestión, como siempre, hubo de ser dilucidada en la biblioteca pública del barrio. Allá que me fui, dispuesta a remover Roma con Santiago para enterarme del enigma que me carcomía. El estúpido bibliotecario que me había enseñado a manejar los ficheros me miraba por encima de las gafas. Ya estaba acostumbrado a verme aparecer, cada poco, en busca de información. Un mes después ya estaba al tanto de lo que me interesaba. Ya me había enterado de toda la historieta familiar. Vamos, que ya me había hecho yo una composición de lugar.

Imagino que no debió ser fácil crecer siendo la hija de Ana Bolena. Máxime, cuando tu padre ha mandado decapitar a tu madre, has crecido en el campo como cuasi cautiva y nada, en ti, tiene ni visos de semejanza con la belleza que caracterizó a tu madre y fue la causa última de su desgracia. Imagino que no esperas nada de la vida, excepto la benevolencia de tu medio hermana María, la Bloody Mary de los británicos (siempre tan dados al histrionismo). Y, en ésas, va el destino y te coloca en lo más alto. Va tu hermanastra y se muere. Y tú eres la única heredera posible.

¿Por qué no se casó nunca Isabel? Teorías hay muchas. Ninguna está demostrada. Lo más probable es que acabase escarmentada de lo que había visto en su casa, con un padre verdugo de mujeres.

Parece que siempre tuvo muy clara su soltería. Y, aún más claro, que nunca iba a tener hijos. Vivió como le dio la gana, siendo soberana absoluta. Tuvo, a sus pies, a los hombres más fascinantes de su reino. Que se muriera virgen me parece pretencioso: los favoritos se sucedían, uno tras otro. Y también los mandaba decapitar, como ya hiciera su padre, cuando se crecían demasiado. Y es que, como dice mi madre, «Tales tierras tales nabos. Padres cochinos hijos marranos». Refrán más de mi gusto que el muy prosaico «De tal palo, tal astilla».

Copyright del artículo © Mar Rey Bueno. Reservados todos los derechos.

Mar Rey Bueno

Mar Rey Bueno es doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid. Realizó su tesis doctoral sobre terapéutica en la corte de los Austrias, trabajo que mereció el Premio Extraordinario de Doctorado.
Especializada en aspectos alquímicos, supersticiosos y terapéuticos en la España de la Edad Moderna, es autora de numerosos artículos, editados en publicaciones españolas e internacionales. Entre sus libros, figuran "El Hechizado. Medicina , alquimia y superstición en la corte de Carlos II" (1998), "Los amantes del arte sagrado" (2000), "Los señores del fuego. Destiladores y espagíricos en la corte de los Austrias" (2002), "Alquimia, el gran secreto" (2002), "Las plantas mágicas" (2002), "Magos y Reyes" (2004), "Quijote mágico. Los mundos encantados de un caballero hechizado" (2005), "Los libros malditos" (2005), "Inferno. Historia de una biblioteca maldita" (2007), "Historia de las hierbas mágicas y medicinales" (2008) y "Evas alquímicas" (2017).