Poul Anderson es uno de los escritores más prolíficos con que cuenta la ciencia-ficción. Gran parte de su obra aparece encuadrada en el ciclo de la Liga Polisotécnica y el Imperio Terrano, una amplia historia del futuro que abarca varias decenas de novelas, algo que, definitivamente, escapa a las posibilidades y energía de la mayoría de los lectores que no sean acérrimos del escritor. Esta novela, sin embargo, no sólo se puede disfrutar individualmente sino que hoy sigue siendo una de sus obras más recordadas y un clásico del género, un libro acerca de la capacidad del hombre para aceptar aquéllo a lo que ha venido aspirando desde su origen: el logro de la trascendencia y su asunción de un papel relevante en el universo.
Durante millones de años, nuestro sistema solar ha estado bañado por un cono de radiación emitido desde el centro de la galaxia. Esta radiación ha tenido como efecto la ralentización de determinadas reacciones electroquímicas, entre ellas las que tienen lugar en las neuronas de los cerebros humano y animal. Cuando, en su eterno viaje por el espacio, la Tierra sale del ámbito de influencia de esa lluvia radioactiva, todos los cerebros del planeta aumentan espectacularmente su capacidad, funcionando más rápida y eficientemente. Las personas de mentes más brillantes alcanzan el nivel de genio mientras que los retrasados se convierten en personas normales. Hasta los animales mejoran su inteligencia y se niegan a continuar sirviendo como bestias de carga o alimento; las especies más inteligentes, como los chimpancés, incluso llegan a desarrollar un lenguaje rudimentario. En ese nivel mental, el Hombre se encuentra cercano a trascender su antigua condición.
Pero el cumplimiento de un viejo deseo de la Humanidad acarrea su propio infierno: ¿Qué ocurre cuando hasta el más torpe de los hombres toma conciencia de su pequeñez y de la futilidad de sus esfuerzos diarios en tareas insulsas y mecánicas? ¿Qué metas, qué aspiraciones puede perseguir el Hombre cuando los asuntos mundanos carecen de interés y los grandes problemas que lo han acosado desde la noche de los tiempos hallan solución? De la noche a la mañana, la civilización se colapsa. Los policías, los conductores de autobús, los tenderos, los barrenderos… abandonan sus trabajos; el delicado equilibrio que mantiene vivas las ciudades se desmorona; surgen cultos apocalípticos y revueltas; las dictaduras comunistas se derrumban; los africanos negros se alían con unos simios recién nacidos a la inteligencia para expulsar a los africanos blancos del continente,…
El caos social tiene al tiempo su origen y reflejo en los severos trastornos individuales: gente que nunca se molestó en pensar, dejándose guiar por otros más inteligentes o sencillamente más astutos o despiadados, cobran amarga conciencia de su condición de explotados; otros, naturalmente inclinados hacia la introspección en lugar de la acción externa, son incapaces de asimilar la riada de pensamientos que fluyen por sus cerebros, sumiéndose en la demencia.
Dos son los protagonistas principales que nos sirven de guía en el tambaleante comienzo de la nueva Edad del Hombre: por un lado, Peter Corinth, un físico que canaliza su incrementado intelecto hacia la solución de problemas científicos. Su esposa Sheila, una persona sencilla y sin inquietudes intelectuales, se queda muy atrás en ese avance mental respecto a su esposo, con el agravante de que ahora es muy consciente de esa gran brecha mental, brecha que empuja a su marido a buscar consuelo –físico, emocional e intelectual– en Helga, una colega de su laboratorio. La angustia de su nueva situación sume a Sheila en un estado psicótico que la atrapa en una peligrosa espiral.
En el extremo opuesto encontramos a Archie Brock. Antes del gran cambio era un retrasado que trabajaba en una granja. Su nueva inteligencia no le convierte en un superdotado ni, por tanto, lo eleva por encima de los aspectos prácticos de la vida. Ante el abandono de todos los trabajadores, se queda al frente de los campos y los animales, forjando una extraña colaboración con éstos (especialmente unos lúcidos chimpancés escapados de un circo próximo) para poder sobrevivir en total aislamiento del caos en el que se sume el mundo circundante, un mundo que, además, lo rechaza por su inferioridad intelectual.
Poul Anderson nos dice que una mayor inteligencia no cambiará sustancialmente al hombre en tanto su personalidad básica y sus instintos no lo hagan. Las inseguridades, las supersticiones, odios, envidias, los miedos y los prejuicios, las patologías mentales, la necesidad de un objetivo vital, las preguntas acerca del sentido de las cosas… todo ello seguirá allí, afectando a nuestro comportamiento. Sin embargo, y pese a la oposición de algunos grupos incapaces de adaptarse a la nueva situación, la Humanidad sólo tiene un camino que seguir: abandonar la Tierra, una meta a la que no todos podrán aspirar…
No es fácil escribir una novela protagonizada por humanos superinteligentes. ¿Cómo se describe esa inteligencia, sus procesos mentales, conclusiones y percepción del mundo y de uno mismo cuando ni escritor ni lectores alcanzan ese nivel? ¿Es posible escribir diálogos suficientemente brillantes como para reflejar ese superior estado mental? Anderson sortea el problema narrando con especial detalle los cambios en los procesos mentales de los menos inteligentes (simbolizados por el personaje de Archie Brock) en cuanto a su comprensión del entorno, la interacción con otros seres y su mundo interior. Por otra parte, aquellos individuos más sobresalientes –como Peter Corinth y sus colegas científicos–, acaban prescindiendo del lenguaje hablado tal y como lo conocemos, sustituyéndolo por una compleja combinación de gestos, ademanes y palabras sueltas cuyo significado conjunto es captado y entendido a un nivel intuitivo. Otra manifestación de esa inteligencia incrementada, ésta de índole práctico, es la proliferación de todo tipo de inventos y tecnología más allá de nuestro conocimiento actual, tecnología que contrasta con el primitivismo y la vuelta a la tierra que practican los retrasados encabezados por Archie Brock.
El incremento artificial de la inteligencia fue un tema recurrente en la ciencia-ficción de los años cincuenta y sesenta, suscitado probablemente por los continuos avances en medicina y farmacología. En aquel momento era razonable soñar con la posibilidad de que la ciencia médica pudiera inventar formas de mejorar la eficiencia de nuestro cerebro. Tal posibilidad aparece en otras novelas de la época como Más que humano, de Theodore Sturgeon, o Flores para Algernon, de Daniel Keyes. La realidad ha demostrado que aquellas esperanzas en la medicina eran más bien infundadas –en la actualidad se han trasladado a los implantes cibernéticos– y hoy nos conformamos con que se desarrolle un medicamento que detenga el deterioro de nuestra mente a causa de la enfermedad o el simple paso del tiempo.
Novela primeriza de Anderson, el texto tiene aspectos que no han envejecido tan bien como sería deseable y está claro que los argumentos científicos que expone tienen poca consistencia. Da también la impresión de que su extensión es demasiado reducida habida cuenta del ámbito épico de los acontecimientos que describe: el derrumbe de la civilización, guerras civiles en Asia y África, colapso de las ciudades, éxodos de población, intrigas políticas a todos los niveles, exploración espacial de largo alcance y descubrimiento de especies alienígenas… Pero ello bien podría no ser achacable al autor. Eran todavía los tiempos en los que las historias de ciencia-ficción comenzaban a salir trabajosamente del restringido formato de la serialización en revistas especializadas para ser editadas directamente en formato de novela, pero la publicación de gruesos volúmenes dedicados a un género aún minoritario era algo que los editores ni siquiera se planteaban. Por ello, es probable que Anderson, aun habiéndolo deseado, jamás tuviera la oportunidad de ampliar su relato, viéndose obligado a recortar considerablemente sus pretensiones iniciales. En años posteriores se desquitaría con sus libros de la Liga Polisotécnica y su vasta epopeya del futuro.
La imposibilidad de la novela de alcanzar su pleno potencial no ensombrece sus aciertos y La onda cerebral sigue siendo una interesante lectura que anima a reflexionar sobre aspectos muy básicos y fundamentales relacionados con la misma naturaleza de nuestra especie.
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.