Ramón Mayrata
Karrell Fox hacía un número cómico de Mago Manco. Cuando era niño, su padre tenía un hotel de medio pelo. Un mago se alojó dos o tres semanas en la habitación número 12.
Fascinaba al muchacho con sus juegos cuando se cruzaban por los pasillos. Lo que no sabía el pequeño Karrell es que era el único espectador de aquel mago sin contratos y sin suerte.
Una noche no volvió. Se fue para siempre sin pagar la cuenta. Pero dejó su material de magia en la habitación. Karrell empezó a practicar y acabó convertido en un mago profesional.
Con su primer caché, liquidó la factura impagada. Siempre le preocupó la ruina, la miseria. Fue un pionero trabajando para las grandes corporaciones. Y se multiplicó en showman, mentalista, cómico, actor, productor, guionista para burlar la pobreza.
A los sesenta años había reunido los ahorros de diez artistas distintos. Se retiró al desierto de Palm a disfrutar de un desconocido descanso. Diez años después, sintió que su vida iba a acabar. Su cuenta corriente seguía bien cebada.
Marchó a Nueva York. Se instaló en el Waldorf Astoria. Hizo testamento a favor de un mago callejero con el que se cruzó por casualidad en el vecino Park Avenue de Manhattan. A veces, hacía magia por los pasillos. El gag del mago manco. La gente reía y disfrutaba.
Murió en su habitación –la número 12– sin pagar la cuenta. Se lo debía a su primer maestro, el ilusionista cuyo fracaso le convirtió en mago.
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