Cuenta Miguel Brieva en una de sus historietas más lúcidas (1) que el futuro ya ha sido: se desarrolló como idea perfecta durante los años cincuenta en Estados Unidos, una era teñida de optimismo, fe ciega en la ciencia y conquista económica del mundo. Quien no estuviese allí en aquel momento, queda pues definitivamente sin posibilidad de disfrutarlo… La reflexión, que el autor encamina acertadamente hacia la globalización subsiguiente de la cultura pop, viene como anillo al dedo para comprender la actitud mental que en buena parte se vive en España cuando comienza 1951: un país excluido por decreto del devenir de la modernidad, escasamente permeable a influencias exteriores y autárquico por decreto, cuya añoranza de integración en el mundo y el sueño que lo americano impone —símbolo de prestigio, desarrollo, innovación— van a marcar toda la década. Un tiempo en que justamente los españoles pueden sentirse desgajados de ese brillante devenir que desde ámbitos más lejanos se adivina.
Si algo va a determinar ahora el rumbo de los ensueños colectivos va a ser una presencia lejana, como de promesa, de todo cuanto representan Estados Unidos de América. En efecto, desde el fin de las cartillas de racionamiento en junio de 1952 a la visita de Eisenhower en 1959 —que marca el reconocimiento de facto de la «excepción española»— el país cambia muy poco a poco, revelándose solo en los últimos sesenta las contradicciones internas que el régimen arrastra, entre un escéptico abandono de las ideologías paradójicamente fomentado por él mismo y una asunción plena de la prosperidad que parecen prometer los nuevos tiempos.
Tales cambios, nada decisivos en cuanto a la esencia autoritaria del poder, influyen de variadas maneras en la vida cotidiana, y su eco ha de resonar por tanto en la historieta de forma muy significativa. Los tebeos abandonan casi definitivamente la narración de gestas imperiales —en las que el cuaderno de aventuras nunca se sintió a gusto— para volcarse hacia fantasías más conexas con el momento presente. El talante intensamente dramático antes predilecto se bate en retirada frente a los partidarios de la aventura por la aventura, necesariamente amantes de formas gráficas capaces de adaptarse a este cambio. El exotismo debe sustituir la emoción pasional en el lector, la novela por entregas se bate en retirada frente al pulp.
Es el principio del fin de una manera de narrar, la más apegada a los clichés del melodrama decimonónico. La perspectiva dramática del discurso cinematográfico, necesariamente más limitada por la duración de las películas, se contagia a una manera de ver que se inicia durante este periodo. Se impone una narrativa más visual, menos centrada en el complejo entramado de relaciones y revelaciones en el que hasta entonces ha fiado su baza más segura. De algún modo todo se simplifica. Ya no es la palabra el motor fundamental de la historia, la imagen reclama cada vez más su capacidad de comunicación.
Para las nuevas generaciones de lectores, las referencias a los grandes clásicos nacidos durante la década de los treinta suenan en todos los sentidos demasiado lejanas. El peso del pasado se relaja. El cambio en las formas de ocio, el paso de una sociedad agraria a otra urbana, la nueva perspectiva en valores que aporta el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, el nacimiento de generaciones a quienes la mística del sacrificio poco dice ya, son algunos de los múltiples factores que ayudan a comprender una mutación de la que los tebeos van a dejar constancia. Ahora todo debe ser rápido, dinámico, optimista; los sentimientos antes hipertrofiados ceden su papel protagónico a la contemplación y disfrute de la propia peripecia aventurera. Es en este sentido en el que el cine guía y muestra el camino. Naturalmente respetando el fondo último, el triunfo de la justicia sobre la iniquidad mediante el enfrentamiento del héroe con el villano, casi siempre para salvar a la heroína. Los arquetipos son eternos, solo sus formas varían.
Imagen 1. Surcando los océanos de papel, ‘El Cachorro’. Portada de Juan G. Iranzo.
1951 es un año decisivo en la evolución de nuestros tebeos. La creación del Ministerio de Información y Turismo, del que en adelante van a depender las publicaciones dirigidas a la infancia y juventud, supone un importante cambio respecto a los años de la inmediata posguerra. La norma cuyas consecuencias se detectan de modo más inmediato a partir de este nuevo marco legal es aquella que levanta la prohibición de lanzar al mercado publicaciones periódicas.
Hasta entonces, el permiso de edición es gestionado por el editor ejemplar a ejemplar de cada colección, disfrazándose de «folleto no periódico» lo que de hecho es una serie consecutiva. Aunque se hallen ya consolidados títulos muy populares, solo once entre todos ellos han conseguido acceder al rango legal de publicaciones periódicas (2). La simplificación administrativa que el reglamento trae consigo va a traducirse en un importante aumento del número de cabeceras lanzadas al mercado. La lectura es entonces un medio de ocio masivo y barato, no se olvide, y por tanto representa un sector industrial susceptible de proporcionar grandes beneficios.
Las dos formas de publicación que dominan el mercado son la revista de contenido variado, volcada casi en su totalidad hacia la historieta de humor, y el cuaderno de aventuras protagonizado por un personaje fijo, que va a conocer una popularidad enorme antes de desaparecer casi por completo a partir de 1965.
El nuevo reglamento encargado de regular la publicación de revistas y folletos (como se denominan legalmente los cuadernos) destinados al público infantil y juvenil conlleva a la redacción de unas normas de censura específicas para los tebeos; la primera orden en este sentido es de enero de 1952, y en ella se crea una Junta Asesora de la Prensa Infantil, se divide al público lector por edades y por sexos y se detalla todo aquello que debe prohibirse, separado en dos apartados, los concernientes a la moral y a la religión. Esta Junta Asesora debe elevar sus informes al Ministerio de Información y Turismo, constituyéndose como su secretario el jefe de la Sección de Papel y Revistas de la Dirección General de Prensa.
Lo primero que se expone en el reglamento es un listado de los temas que no deben abordarse en viñetas, en la que junto a afirmaciones de puro sentido común aparecen restricciones que hoy suenan desconcertantes, absurdas o anacrónicas.
Se proscriben en primer lugar los «cuentos de crímenes, suicidios y todos aquellos en que aparezcan entes repulsivos que puedan perjudicar el sistema nervioso de los niños» (lo que en la práctica implica la desaparición de las historietas de terror).
El segundo epígrafe censura los «cuentos en los que se invoque al diablo para obtener algún éxito»; sucesivamente se van enumerando hasta una docena de tabúes, reveladores de una mente más cercana a lo metafísico que al contenido real de las historietas del momento.
Hay que… «separar siempre ángeles y hadas, porque no son armónicos y crean confusión en las mentes infantiles», «huir del naturalismo de fondo panteísta», evitar «cuentos en que quede malparada la autoridad de padres, maestros, sacerdotes y en general todas las personas mayores», «los que alaban los malos actos», el «realismo excesivo o impropio de la relación entre los sexos, tanto si se trata de personajes humanos como de animales» o las «historietas que pongan en ridículo la vida familiar, como las que señalan engaños matrimoniales, la mujer que hace trabajar al marido en menesteres caseros mientras ella descansa, etc.».
Predominan las prohibiciones relacionadas con el sexo, verdadera obsesión católica: no se toleran «láminas o descripciones que puedan excitar la sensualidad», «efusiones o deslices, o argumentos en los que entre el adulterio», «las descripciones que puedan suscitar una curiosidad malsana en torno a los misterios de la generación»… la exaltación del crimen, el suicidio, la eutanasia, el alcoholismo o la pereza completan el catálogo de limitaciones.
Imagen 2. Antes, mucho antes de que Mulder y Scully pusiesen en marcha el departamento de los Expedientes X, la Agencia Federal de Investigación ya lidiaba con asuntos de lo más heterodoxo, aunque lo hacía desde un país muy lejano, la España de los años cincuenta. Vampiros del Aire, sosias de Fu Manchú, robots articulados o gorilas gigantes de ilustre estirpe fueron sus adversarios, en glorioso milagro del subdesarrollo del que J. Edgar Hoover nunca tuvo la menor idea… ni falta que nos hacía!
Un nuevo decreto emitido en 1955 no hace sino abundar en este mismo sentido. En la práctica se destina a crear un sistema que pueda llevar a ejecución las normas anteriormente descritas sin dejar de alcanzar ningún intento editorial por pequeño que sea. Se añade además una clara intención proteccionista, al «obligar a los editores españoles a no incluir en cada publicación más del 25 por ciento de original literario o planchas de ilustraciones de procedencia extranjera» y se establece la censura previa. Para ser autorizada, toda publicación debe ser inscrita en el nuevo Registro de Publicaciones Infantiles y Juveniles de la Dirección General de Prensa. Su número ha de figurar en cubiertas, junto a la calificación de «revista para todos», «revista para los jóvenes» o «revista juvenil femenina», según el segmento de público al que se dirija; así mismo, al frente de cualquier publicación periódica debe figurar una persona inscrita en el Registro Oficial de Periodistas que se halle además en posesión del certificado de aptitud que avale su especialización en el terreno infantil.
Se forma pues un equipo de «expertos» en temas de moral y religión que van a ser quienes desde las sedes locales ejerzan la censura. Por sus manos ha de pasar cuanta página aspire a ser publicada, siendo sus decisiones en la práctica difícilmente revocables y contando además con la facultad de imponer cuantiosas multas a los editores y hasta de ordenar la retirada de su licencia de actividad. Por encima de las teorías de la piadosa Junta, el poder real lo detentan estos inspectores. De ahí el distinto grado de tolerancia que, en proporción muy sutil, se percibe en ocasiones según sea la ciudad de origen de lo editado. La mayor o menor dureza de un funcionario local puede dar al traste con toda una línea empresarial.
Siguientes capítulos
Cap. 2 Los cuadernos de aventuras en España
Cap. 3 Los cuadernos de aventuras de Bruguera
Cap. 4 Los cuadernos de aventuras de Ediciones Toray y la Editorial Valenciana
Cap. 5 Los cuadernos de aventuras de la editorial Rollán
Cap. 6 La editorial Maga y la evolución de los cuadernos de aventuras
Cap. 7 Las revistas de historietas: el caso del ‘TBO’
Cap. 8 Las revistas de historietas: la escuela Bruguera
Cap. 9 Las revistas de historietas: Editora Valenciana
Cap. 10 ‘El Coyote’, ‘El Capitán Trueno Extra’ y otras revistas de aventuras
Cap. 11 La historieta española entre 1966 y 1970. Perplejidades y mutaciones
Notas
(1) Miguel Brieva, «El futuro ya ha pasado», en revista Dinero, nº 3, Barcelona, 2003.
(2) Vicent Sanchos, Franco contra Flash Gordon, Edicions Tres i Quatre, Valencia, 2009.
Libros de Pedro Porcel en Desfiladero Ediciones
Copyright del artículo ‘La historieta española de 1951 a 1970’ © Pedro Porcel. Publicado previamente en ‘Arbor’, nº 187, con licencia CC y editado en ‘Cualia’ con permiso del autor. Reservados todos los derechos.