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«La Guerra de los Mundos» (1898), de H.G. Wells

A finales del siglo XIX, el inconsciente colectivo de Inglaterra seguía acosado por las pesadillas de invasión de ejércitos extranjeros que había iniciado la novela La Batalla de Dorking en 1873. H.G. Wells se apoyó en el esquema general típico de este subgénero, pero su aproximación fue enormemente novedosa, puesto que el enemigo invasor no sólo venía de muy lejos sino que además resultaba prácticamente invencible.

Parece ser que el tema de la novela fue idea del hermano de WellsFrank, que se preguntó qué pasaría si en el apacible escenario de la comarca meridional británica de Surrey cayeran habitantes de otros planetas. H.G. Wells construyó un poderoso relato en el que la inminente extinción de los seres humanos se convierte en una posibilidad muy real, una historia tan poderosamente escrita, tan actual todavía en la cultura contemporánea (la película de Steven Spielberg adaptando el libro en 2005 y una miniserie de la BBC emitida en 2019 son las últimas de una serie muy larga) que tendemos a olvidar lo numerosos que fueron el resto de libros de “guerras futuras” –y de los cuales hemos comentado algunos en esta revista– en el último tercio del siglo XIX.

Como era normal en aquellas historias, la narración se centra en un inglés ordinario que se ve de pronto empujado hacia lo extraordinario. Lo que comienza con un acontecimiento aparentemente poco relevante, la caída de un meteoro en una idílica comunidad rural del sur de Londres, va cobrando impulso hasta convertirse en una catástrofe nacional. Cilindros procedentes de Marte se estrellan contra el suelo inglés. En su interior, unos grotescos marcianos construyen rápidamente mortíferos ingenios con los que empiezan a exterminar o capturar a los humanos en su avance hacia la capital. La infantería y la artillería son inútiles contra el rayo calorífico de los marcianos, un invento que parecía fantástico hasta la invención del láser. Tampoco se puede hacer nada contra el Humo Negro que arrasa toda vida en un claro antecedente de los horrores de la guerra química que caerían sobre las trincheras europeas unos años después. Londres, evacuado por sus aterrorizados ciudadanos, pasa a estar dominado por los trípodes gigantes tripulados por los extraterrestres con forma de pulpo.

Sin embargo, esta novela (inicialmente serializada en Pearson’s Magazine) tiene un final bastante menos pesimista que sus obras anteriores, La Isla del Dr. MoreauLa máquina del tiempo o El hombre invisible. Apoyado en un razonamiento biológico consistente, Wells se las arregla para que los marcianos sean finalmente derrotados… aunque no por los humanos, sino por los microorganismos terrestres. La conclusión de la novela apunta a que la letal competición entre la Tierra y Marte en su lucha por la supremacía galáctica no ha hecho más que comenzar. Al mismo tiempo, la victoria sobre los marcianos da nuevo impulso a los ideales de un mundo unido bajo un único Estado, paradigma que quedará incorporado a una etapa posterior de la carrera de Wells, con obras como The World Set Free (1914), o The Shape of Things to Come (1933).

También en esta novela asoma la preocupación del escritor por los temas sociales, que ya hemos comentado en entradas anteriores. En esta ocasión, La Guerra de los Mundos juega con ideas de dominación imperialista con base biológica, estableciendo una crítica al colonialismo europeo: los marcianos, insensibles al sufrimiento de los terrestres, explotan y adecuan el territorio conquistado de acuerdo a sus propias necesidades. La humanidad está ahora recibiendo el tratamiento que a menudo reserva a las plagas y las alimañas. El subgénero de la invasión extranjera pretendía llevar a los victorianos hacia un rearme, una defensa sólida del centro imperial; en las manos de Wells, el tema se convierte en una manera de recortar las pretensiones británicas: los amos imperiales, la poderosa Inglaterra, no son nada comparados con los evolucionados adversarios, cuya biología y tecnología son muy superiores. No hay auténtica satisfacción en la derrota de los marcianos, porque es una simple bacteria lo que los doblega, no el poder de la nación. Gran Bretaña es representada como un conjunto de multitudes aterradas y abocadas en su pánico a un rápido descenso a la decadencia y la bestialidad.

Muchos críticos afirman, por tanto, que la invasión de los marcianos y sus horrores mecánicos son los símbolos que Wells eligió para explorar temas como la violencia inherente a la construcción de imperios o el encuentro con pueblos y culturas extrañas. Otros autores han explorado esta obvia interpretación yendo más allá, hacia las complejidades del materialismo cultural, pero lo más probable es que el propio autor jamás llegase a tales elaboraciones.

En palabras de Brian Aldiss, la novela de Wells “mostraba a las potencias imperialistas europeas del momento qué se sentía al estar en el otro extremo de una invasión armada con tecnología superior”. Esto no quiere decir que el escritor creyera que todos los hombres o civilizaciones fueran iguales. Al comienzo del libro escribe: “Debemos recordar que nuestra propia especie ha destruido completa y bárbaramente (…) razas humanas inferiores. Los tasmanos, a despecho de su figura humana, fueron enteramente borrados de la existencia (…) ¿Somos tan grandes apóstoles de misericordia que tengamos derecho a quejarnos porque los marcianos combatieran con ese mismo espíritu?”. Al tiempo que la violencia colonialista, el otro núcleo conceptual que sintetiza la trama es «la seguridad ficticia y la fatua vanidad” de una humanidad autosatisfecha que vive en la errónea creencia de que nada ni nadie alterará su desarrollo y sus altos principios morales.

Por otra parte, el obsesionarse con el mensaje político de la novela puede llevar a pasar por alto la pericia de Wells al captar los pequeños detalles de su drama imaginario. A lo largo de todo el relato, desarrolla un gran control y expresividad en su estilo. Pocos escritores de cualquier género pueden igualar la desolada belleza que evoca un Londres evacuado por la amenaza marciana y cubierto por esa especie de musgo rojo que los invasores han traído de su mundo y con el que están terraformando la Tierra; o las horribles escenas de multitudes presas del pánico, abandonando Londres al mismo tiempo que su débil barniz de civilización y humanidad; o el claustrofóbico encierro del narrador en un sótano junto a un cada vez más enloquecido vicario. Eso sí, falta en estas novelas toda profundización en el elemento humano, los personajes son meros vehículos para hacernos llegar la acción; carecen de personalidad, sentimientos elaborados, pasado o expectativas de futuro más allá de lo inmediato. Estos personajes son dos (el relato está construido siguiendo una estructura dual, reflejada en el propio título): un filósofo y un estudiante de medicina, ambos hermanos, que viven de diferente manera la invasión extraterrestre, dando lugar a dos bloques o partes –un tanto desequilibradas– dentro de la novela.

La Guerra de los Mundos es clave dentro de la CF por ser la primera en presentar no sólo unos alienígenas plausibles desde el punto de vista biológico, sino en imaginar un buen motivo para que abandonaran su planeta y trataran de colonizar el nuestro. Los marcianos de Wells fueron pensados de acuerdo con la ortodoxia científica del momento. Se creía que Marte era un planeta mucho más viejo que la Tierra, un planeta moribundo cuyos habitantes habían tenido más tiempo que nosotros para evolucionar. Wells nos dice que “eran cabezas, sólo cabezas. No tenían entrañas”. No digieren comida, sino que introducen sangre directamente en sus propios sistemas circulatorios, ahorrándose el trabajoso proceso digestivo y la necesidad de buena parte de nuestros órganos; su vida está gobernada por un racionalismo cruel y todopoderoso.

Wells jamás fue un escritor de estilo depurado. Sencillamente, no le interesaba. Para él, eran las ideas, no los personajes o la belleza formal, lo que realmente importaba dentro de la historia. Fue precisamente gracias a su fuerza imaginativa, su penetración narrativa y sus evocadoras imágenes, que sus obras han permanecido más vivas en el imaginario colectivo occidental que otras literariamente más conseguidas.

Imagen superior: ilustración de Tom Kidd.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".