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La guerra de las pelotas

“El fútbol es un presente rabioso” dijo alguna vez Jorge Valdano, un inteligente escritor que solía jugarlo. Un presente de rabiosa intensidad que vuelve absoluto el instante. Carece de pasado y de futuro, es pariente de la eternidad. Por eso, tal vez, se asocia con los mitos, esos relatos que nunca ocurrieron y siempre ocurren. Sus personajes pueden alcanzar estatura de héroes y sus fórmulas parecen ceremonias y ritos, es decir: un relato mítico convertido en una fórmula visual y sonora que se reitera en fechas fijas.

Sobre este suelo se siguen organizando los campeonatos mundiales. El próximo será en Qatar y en 2022. Concurrirán, como siempre, equipos nacionales previamente seleccionados. Son equipos selectos, valga la redundancia, formados por jugadores nativos: emblemas de nacionalidades, paradigmas del buen hacer de una nación. Hasta aquí, la tradición. Pero el capitalismo, tan elogiado por Marx y Engels en su Manifiesto del Partido Comunista, en su proceso de incesante modernización, disuelve en el aire todo cuanto parecía sólido y duradero.

En este arrollador complejo de transformaciones reina la globalización. ¿Cómo mantener lo nacional del fútbol en un mundo trasnacionalizado? ¿A qué nación representa un cuadro de Marsella cuyos dueños son emires del Golfo Pérsico? Al reciente y frustrado partido entre las selecciones argentina y brasileña (1), la primera concurrió con cinco jugadores –la mitad del conjunto– que trabajan fuera del país natal. El más glorioso de todos, Lionel Messi, siempre figuró lejos de su tierra.

Lo ocurrido en Sao Paulo es más que sabido. Cuatro selectos argentinos fueron expulsados apenas abierto el partido, por unos inspectores sanitarios que habían descubierto su entrada en Brasil sin los recaudos legales. Fue entonces cuando –vuelvo a Valdano– el fútbol llevó su rabiosa momentaneidad hasta su trastienda salvaje. Así, la globalización fue suspendida por unos días, durante los cuales se describió el conflicto como una guerra interestatal de las pelotas.

Los tópicos de la psicología nacional de los pueblos tornaron a primer plano. El truco “clandestino” del país platense se leyó como un ejemplo de la viveza criolla o la piolada porteña: un vicio que, de salir bien, se vuelve virtud. Los brasileños acudieron a su sentimiento de superioridad, acusando a los argentinos de querer malograr el encuentro para ocultar que son inferiores en un juego que puede pasar en ambos países por especialidad nacional.

El fútbol es poderoso en lo económico y lo mediático. Parecía indiferente en lo político –la inmensa mayoría de sus jugadores lo son y se cuidan de mostrarlo– pero, naturalmente, dejar sin espectáculo a millones de personas en torno al planeta es un quiebre social y cultural. La guerra simbólica que es el fútbol, capaz de convertir algo bélico en algo lúdico, se ha deslizado junto a las puertas de las cancillerías. Hasta es posible pensar que se incumplió el pacto fundacional de un entendimiento sudamericano de alto nivel: el eje argentino-brasileño. ¿Frustraron unos burócratas del Brasil la triunfal posibilidad de la Argentina o señalaron los virtuosos de una parte la trapacería de la otra? Vuelvo al comienzo: todo ocurrió en la fuerte repetición del mito, en su rabiosa actualidad, que desaparece cuando jura y promete volver eternamente.

(1) Nota posterior: Así narró el periódico ABC lo sucedido el 5 de septiembre de 2021: «El partido entre Brasil y Argentina que se disputaba este domingo en Sao Paulo, correspondiente a la fase de clasificación para el Mundial de Catar 2022, fue suspendido por el árbitro casi una hora después de que miembros de la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria brasileña (Anvisa) entraran al terreno de juego para impedir que cuatro futbolistas albicelestes (Emiliano Martínez, Giovani Lo Celso, Cristian Romero y Emi Buendía) jugaran el encuentro al entender que mintieron en los protocolos anti-Covid a su llegada al país.Unas horas antes de iniciarse el partido, la Anvisa pidió a la Policía brasileña el aislamiento o la deportación inmediata de esos futbolistas de la selección argentina, todos ellos integrantes de equipos de la Premier League inglesa, al entender que mintieron en inmigración al rellenar la documentación relacionada con los protocolos para prevenir la pandemia».

Imagen superior: Кирилл Венедиктов, soccer.ru, CC.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")