Marcos me regala este libro estupendo: La Dança de la muerte (edición y notas de Víctor Infantes, colección Visor de poesía, 1982). Es una versión castellana de las celebres danzas de la muerte medievales, recogidas en un poema anónimo del siglo XV: “La Europa medieval de las pestes de los visionarios místicos, de los flagelantes, de los predicadores del satanismo y de la adivinación, están encarnados en la severa mirada del esqueleto y el cadáver danzante como última imagen de su realidad”.
La calavera que encabeza esta entrada y el libro es un autorretrato del grabador suizo Matthäus Merian, el Viejo (1593-1650). Hay que darle la vuelta al volumen para descubrir a la Muerte o al propio Merian. Es muy ingenioso que la editorial escribiera el título y el autor al derecho y al revés, llamando la atención sobre esta curiosidad del doble retrato.
Copio aquí los versos que inician el libro:
“Yo soy la Muerte cierta a todas criaturas / que son y serán en el mundo durante. / Demando y digo: oh hombre, ¿por qué curas / de vida tan breve al punto pasante? / Pues no hay tan fuerte ni recio gigante / que de este mi arco se pueda amparar, / conviene que mueras cuando yo lo tire / con esta mi flecha cruel traspasante. / ¿Qué locura es esta tan manifiesta / que piensas tú, hombre, que otro morirá / y tú quedarás, por ser bien compuesta / la tu complexión, y que durará? / No estés seguro si al punto vendrá / sobre ti a deshora alguna corrupción / de liendre o carbunclo, o tal implisión / porque el tu vil cuerpo se desatará. / ¿O piensas por ser mancebo valiente / o niño de días, que largo estaré / y hasta que llegues a viejo impotente / la mi venida me detardaré? / Avísate bien: que yo llegaré / a ti a deshora, y no tengo cuidado / que tú seas mancebo o viejo cansado, / y cual yo te hallare, tal te llevaré”.
Además de los versos, el volumen contiene excelentes grabados de Holbein y Merian.
Imagen superior: danza de la muerte pintada por Bernt Notke en la Iglesia de San Nicolás, Tallin, Estonia. «Tres aspectos ‒escribe Víctor Infantes‒ destacan (encubiertos) en el horizonte cultural y social del autor. En primer lugar, posee un conocimiento bastante significativo de los textos anteriores de la literatura castellana, no siempre detectable, pero (a nuestro sentir) subyacentes por su formación poética. Muchos de los términos lingüísticos aparecen en autores literarios de su cuerda, las equivalencias son similares y su utilización (consciente) parecida; conoce, pues, fuentes literarias, no ambientales, ha manejado lecturas de manuscritos, hoy poco accesibles en nuestra idea de una transmisión no lineal del documento literario, y, creemos, que supera en muchos conceptos un puro didactismo a ultranza. En segundo lugar, nos parece incontestable su pertenencia a un ámbito religioso familiarizado con la doctrina y las retóricas sacras. (…) En última instancia, la obra pretende conmover los sentimientos afligidos y da envoltura profética a una teología del perdón y de la gracia, cuando el arrepentimiento es consecuente con la devoción. Por último, el autor, a cambio, conoce los recursos vulgares de la trastienda literaria popular; la obra está plegada de recurrencias vitales, de solícitas complicidades del contexto social, de acertadas preguntas al cotidiano interrogante (…) Repito, su anonimia voluntaria, tal vez debida a otros deberes más alejados de los ocios públicos, pero, tras su intención, se esconde un buen poeta de arte mayor castellano y un sutil catador de la cultura que le rodeaba (…) El silencio impreso más absoluto se extiende sobra la Dança hasta la cita de Faustino de Arévalo en Hymnodia Hispanica para la edición y la de T. Antonio Sánchez para el manuscrito; quizá guiado por este último, el hispanista americano G. Ticknor abre en 1849 la nómina de cerca de treinta editores del texto escurialense que vamos a relacionar y comentar en busca de la fortuna crítica de nuestra Dança. A G. Ticknor siguen P. de Gayangos y E. de Vedia al traducir su History, añadiendo notas y comentarios, ya citados; ambas ediciones (en realidad una sola) se basan directamente en el códice y tienen peor o mejor fortuna en la transcripción según las normas de su época. Años después será Florencio Janer quien acometa la empresa y, tras nuevo cotejo del manuscrito, edite la Dança con el título de Poema castellano del siglo XIV, enriquecido con un Preámbulo, Facsimile y Explicación de las voces más anticuadas. La edición no es un dechado de perfecciones, pero su trascendencia es enorme, pues pasará al famosísimo t. LVII de la Biblioteca de Autores Españoles, Poetas castellanos anteriores al siglo XV. Colección hecha por Don Tomás Antonio Sánchez. Continuada por el Excelentísimo Señor Don Pedro José Pidal. Y considerablemente aumentada e ilustrada a vista de los códices y manuscritos antiguos por Don Florencio Janer; aquí (y en las numerosísimas reimpresiones de la colección) es donde una gran parte del público lector (generaciones de lectores, poco hechos aún a las manías de la crítica) ha conocido nuestro texto macabro. (Las danzas de la muerte: génesis y desarrollo de un género medieval. Siglos XIII-XVII. Ediciones Universidad de Salamanca, 1997).
Año de publicación: 1997 [Escrito en 1996, durante mi enfermedad. Publicado en 2020 durante el coronavirus]
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