Descubrí al canadiense Manly Palmer Hall (1901-1990) cuando me documentaba para escribir mi libro Alquimia. El gran secreto (Madrid, 2002), si bien no profundicé demasiado en su figura ni en la composición de su ingente colección de obras alquímicas. De haberlo hecho entonces, imagino que habría dedicado mucho más tiempo al aspecto que quiero relatar en este artículo.
En el mes de agosto de 2001 pasé dos semanas recorriendo parte de la costa este de los Estados Unidos. Me acompañaban Rous y Mery, dos amigas de la infancia con las que había compartido estudios y vida. Entonces no lo sabíamos, pero ese era nuestro último viaje juntas. La verdad es que fue una bonita despedida, pues acumulamos experiencias que recuerdo a menudo, tanto por la intensidad de las emociones vividas como por las situaciones hilarantes que nos tocó sufrir en no pocas ocasiones.
Tras pasar unos días en Nueva York, alquilamos un coche y enfilamos rumbo a Boston y las cataratas del Niágara, para bajar posteriormente hacia Pensilvania y Washington. Además de recorrer lugares típicos y tópicos, visitamos localizaciones que yo, como historiadora de lo mágico y lo alquímico, no podía dejar a un lado. Uno de esos sitios fue Salem, por aquello de los celebérrimos procesos de brujería que allí se celebraron a finales del siglo XVII.
Fue toda una experiencia, tanto por la fuerza emocional del lugar como por la vivencia personal que nos tocó protagonizar. Quizás os la cuente otro día, pues se trata de una de mis anécdotas viajeras preferida. Pero no será hoy, pues mi relato va encaminado a otro lugar que, creo, tiene mucho que ver con el 18th century Pennsylvania Dutch manuscript of Rosicrucian cosmological charts and symbolical images que se conserva en la Manly Palmer Hall Collection.
Nos encontrábamos recorriendo el estado de Pennsylvania, una inmensa heredad de 120.000 km2 que, en el siglo XVII, el cuáquero William Penn recibió de Carlos II de Inglaterra como pago a las enormes deudas que este monarca había contraído con su padre.
Delimitada al norte por el lago Erie y la colonia de Nueva York, al sur por Maryland y al oeste por Ohio, la nueva colonia que el imperio británico tenía en la costa este de Norteamérica se transformó en una especie de Tierra Prometida, un lugar en el que cualquiera podía establecerse sin importar la fe o religión que profesase, debido a que su nuevo propietario, el ya mencionado Penn, era el líder de los cuáqueros ingleses perseguidos por la religión oficial y el poder monárquico.
Tan grande fue la reputación de tolerancia de Pennsylvania, que a finales del siglo XVII comenzaron a llegar muchos de los europeos que eran perseguidos por sus ideas religiosas, desde cuáqueros de Inglaterra, Holanda y Suecia hasta mennonitas de Alemania, Suiza y Alsacia. Todos los descendientes de estos inmigrantes se conocen, en la actualidad, bajo la denominación de Pennsylvania Dutch (Dutch como deformación de Deutsch, alemán).
Uno de esos perseguidos fue Johann Conrad Beissel, un hombre con un extraordinario magnetismo personal, formado en las corrientes teosóficas y rosacruces de la Alemania de finales del XVII. Antes de trasladarse a Norteamérica, Beissel se había relacionado con los miembros alemanes de la Phipadelphian Society, fraternidad de origen inglés heredera de las ideas y escritos del místico alemán Jakob Boehme, que se había establecido en el continente alrededor de 1711.
La difusión de las enseñanzas de Boehme en Inglaterra se debió, fundamentalmente, a la publicación de sus obras en inglés (1645-1662), por un grupo de admiradores anglicanos de este filósofo alemán. Nació así el boehmismo organizado anglosajón, una secta cuyos miembros buscaban la santificación a través de la inspiración de Boehme.
Defendían la importancia de las visiones místicas, la prohibición de las relaciones sexuales y el rechazo de la procreación, siendo el único nacimiento valioso el nacimiento virgen, el del alma engendrada por la Sofía o Sabiduría divina.
Esta pequeña secta se expandió hasta convertirse en la Philadelphian Society, cuyas ramas se entendieron en Alemania y Holanda, aunque no sobrevivieron mucho. A ojos de su creadora, la viuda visionaria Jane Lead (1623-1704), esta fraternidad era una nueva iglesia, la Nueva Jerusalén.
En comparación con Boehme, Lead exaltaba el aspecto femenino de Dios en el nombre de la Sofía divina, que trascendía absolutamente los sexos. Estrasburgo, Mannheim y Heidelberg fueron escenarios del desarrollo místico-filosófico de Beissel, adorador de la virgen Sophia, representación de la divinidad femenina reverenciada en los círculos teosóficos. Sus conflictos con las autoridades de Heidelberg le llevaron a emigrar al Nuevo Mundo, en busca de la libertad religosa ofrecida por el estado de Pennsylvania.
Una vez allí establecido, Beissel desarrolló una especial concepción religiosa, mezcla de teosofía boehmiana, doctrinas rosacruces y concepciones alquímicas. Tan curioso cóctel germinó en lo que se conoce actualmente como Ephrata Cloister, comunidad religiosa de anabaptistas alemanes del séptimo día, fundada oficialmente en 1732.
Durante las décadas centrales del siglo XVIII, la comunidad creada por Beissel funcionó como una comunidad utópica organizada en tres órdenes: la Hermandad de Sión, formada por hombres célibes; las Hermanas de la Rosa de Sara, constituida por mujeres célibes; y una tercera congregación, constituida por matrimonios seglares. Las dos hermandades, masculina y femenina, practicaban el celibato, la autodisciplina y vivían una vida de purificación espiritual. Dedicaban cada minuto del día a practicar la paciencia como forma de vida, preparándose así para gozar de Dios en el Cielo. Los matrimonios seglares, por su parte, eran granjeros y artesanos que ayudaban al mantenimiento de la comunidad.
Entre los principales logros de la comunidad utópica creada por Beissel destacan la instalación de la primera imprenta de los Estados Unidos, la composición de los primeros himnos y partituras musicales de Norteamérica o la producción de una forma muy especial de arte decorativo, basado en la caligrafía medieval alemana y conocida con el nombre de Fraktur.
La actividad impresora de esta comunidad, en activo desde 1743 hasta 1792, tuvo su momento álgido en 1748, cuando se edita la obra Martyr’s Mirror, dedicada a la comunidad menonita, y que, con 1200 páginas y una edición de 1300 ejemplares, mantuvo ocupados a quince frailes durante tres años.
En cuanto a la actividad musical de esta comunidad, merece la pena destacar que Beissel escribió el primer tratado de armonía de la Norteamérica colonial y es uno de los primeros compositores norteamericanos así reconocidos, circunstancia resaltada por Thomas Mann en su Doktor Faustus cuando dice “Todo era cantado de falsete y los cantantes apenas si abrían la boca o movían los labios. El efecto acústico era maravilloso. De este modo el sonido era como proyectado contra el techo, no muy alto, de la sala de oración, y se hubiese dicho que las notas, al revés de la costumbre, llegaban de lo alto y flotaban angélicamente sobre las cabezas de la comunidad”.
Visitamos el recinto histórico, magníficamente conservado por la Pennsylvania Historical and Museum Commision, a primeras horas de la mañana, gozando de un paraje idílico sin la (casi) siempre incómoda presencia de otros turistas.
El asentamiento de Ephrata, construido en una colina y a orillas del arroyo Cocalico, erigió su primer edificio comunitario en 1735. Desde esa fecha y hasta la Revolución Americana, la sociedad construyó numerosos edificios de piedra y madera, con un estilo arquitectónico propio de la Alemania medieval, lo que transforma este asentamiento histórico en un lugar único en toda Norteamérica.
Cada hermandad tenía su propia casa: Bethania, para los hombres, y Saron, para las mujeres. En la actualidad sólo se conserva la segunda. Construida con leños en 1743, sirvió inicialmente para alojar a los matrimonios seglares que vivían separados de la comunidad. Se rehizo en 1745 para alojar a las hermanas, que se llamaban a sí mismas las Rosas de Sharon. Dividida en tres pisos, cada uno contaba con su cocina central, un comedor, dos talleres de trabajo y doce dormitorios individuales.
Tras la muerte de la última hermana, en 1813, el edificio se dividió en apartamentos y se alquiló a personas pertenecientes a la comunidad. Contiguo a ella se encontraba el edificio de reuniones o Saal, construido en 1741 como lugar de oración y culto. Se utilizaba los sábados por parte de toda la comunidad para la celebración del servicio, que consistía en la lectura de las sagradas escrituras, el comentario de las mismas y el canto de los himnos típicos compuestos por el propio Beissel. Junto a estos dos edificios representativos de la comunidad, se conservan en la actualidad la residencia de Beissel, construida en 1748; los talleres de prensa y carpintería; el cementerio, donde fueron enterrados los primeros miembros de la comunidad, entre ellos, el propio Beissel; el anfiteatro, usado para representaciones dramáticas y como escenario de las bodas entre miembros de la comunidad seglar; y la panadería, uno de los edificios más importantes del claustro. El pan era una parte importante en la dieta de la comunidad, circunstancia en la que influyó el hecho de que Beissel, durante su juventud alemana, hubiese sido un experto panadero.
El estado de Pennsylvania ha hecho de este asentamiento uno de los lugares más destacados en su programa de recuperación de la historia de la nación. Sin embargo, apenas existe mención alguna a la importancia de Beissel en la introducción de las prácticas alquímicas dentro del territorio americano y su especial concepción de la búsqueda de la inmortalidad. Pues es ésta, sin lugar a dudas, la fuente de inspiración de la que emana el ritual de iniciación al que eran sometidos todos los miembros de la hermandad masculina creada por Beissel, consistente en un rejuvenecimiento físico al que seguía uno espiritual. En ambos se empleaban medicinas alquímicas.
El ritual comenzaba con la luna llena de mayo y se prolongaba durante cuarenta días, en los que la reclusión, el ayuno, los rezos y la ingesta de agua de lluvia y laxantes era la tónica imperante. El ritual propiamente alquímico se iniciaba el día diecisiete. Se extraía sangre a los neófitos, que se mezclaba con un líquido blanquecino de naturaleza desconocida. Esta mezcla se administraba en forma de gotas, seis en la mañana y seis en la tarde, dosis que se aumentaba diariamente en dos gotas hasta el día treinta y dos.
En el amanecer del día treinta y tres se extraía más sangre de los neófitos y se les administraban los primeros granos de materia prima o semillas del elixir. Los efectos de éste eran pérdidas instantáneas del habla y del conocimiento, convulsiones y fuertes sudoraciones. Una vez superado este trance, se cambiaba la ropa de cama y se administraba la primera alimentación desde el inicio de la reclusión: un caldo realizado con carne y una mezcla de varias hierbas.
Al día siguiente se administraba la segunda semilla, añadida al caldo, repitiéndose nuevamente los síntomas, a los que se añadía un delirio febril que terminaba con una pérdida total de la piel, el pelo y las uñas del sujeto. El día treinta y cinco estaba destinado al baño y, el día treinta y seis, se administraba la tercera y última semilla, en una copa de vino. Los efectos de esta última eran mucho más moderados, consistentes en un profundo sueño durante el cual reaparecía el pelo, la piel y los dientes.
Tras despertar, el sujeto se daba un baño de hierbas y un baño con sal y pimienta. El día treinta y nueve se les administraban diez gotas del llamado elixir de vida en dos cucharadas llenas de vino. Esta dosis final se conocía con el nombre de elixir del gran maestro. Así se llegaba al día cuarenta, en el que el iniciado renacía en su inocencia original y era capaz de vivir por un espacio de 5.557 años antes de ser llamado al cielo. El proceso, pese a todo, debía ser repetido cada cuarenta años, siempre en el mes de mayo.
Se desconoce el contenido del elixir o de las hierbas empleadas en el baño y el caldo. Se supone que existirá una receta, en algún lugar de Pennsylvania, escrita en alemán antiguo, que nadie es capaz de leer o interpretar su verdadero significado. En ella se encuentra la clave de la inmortalidad… Y yo me pregunto, ¿puede que esté en el manuscrito de la Manly Palmer Hall Collection?
(Imagen superior: Smallbones, CC)
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