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La comprensión no implica justificación moral

El historiador Alan John Percivale Taylor (1906-1990) cuenta a Ved Metha en La mosca en el frasco (1962): “Cuando juzgo ‒tal vez esta es una forma errónea de proceder para un historiador‒ los sucesos del pasado trato de hacerlo tomando en cuenta la moralidad existente entonces, no la mía”.

Esta es una opinión con la que es tan fácil estar de acuerdo como en desacuerdo.

Es evidente que hay que intentar conocer la moralidad de “entonces” y las razones que impulsaron a cada hombre en cada época a actuar de una u otra manera. Pero de ahí se pasa muy fácilmente a la justificación, cosa con la que yo no estoy de acuerdo.

Es decir: no creo que la explicación de un acto del pasado sea equivalente a justificación. Un acto no pierde o gana moralidad porque sea cometido más allá o más acá de determinadas fronteras temporales o espaciales.

Es cierto, sin embargo, que si en una determinada sociedad es común considerar como normal, por ejemplo, la esclavitud, resulta muy difícil que un ciudadano de tal comunidad sea capaz de percibir que la esclavitud es deleznable, pues parecerá algo sencillamente natural. Pero eso no implica que la esclavitud se convierta en algo estupendo, contemplado por el historiador que mira desde los parámetros de esa cultura. Podemos juzgar con menos dureza a un esclavista griego del siglo -VIII que a uno del siglo -V, pero no podemos considerar que el del siglo -VIII era un persona moralmente estupenda, cosa que sí opinaría al menos yo, si se tratase de un antiesclavista del siglo -VIII.

El hecho de que conozcamos por qué la gente actuó de esta o de aquella manera, y que intentemos explicarlo, es muy  distinto del hecho de que al hacerlo justifiquemos desde un punto de vista moral sus actos. Por otra parte, a menudo lo que sucede es que se considera como definitorio de una época lo que los poderosos de esa época o lugar preferían y es frecuente que se presente las culturas como todos o conjuntos sin partes, ni disidencias. Pero eso está muy lejos de la realidad. No me extenderé más aquí sobre este tema.

Nota en diciembre de 1994

La ecuación explicación = justificación, lleva a una curiosa paradoja. Este razonamiento se aplica cuando se estudia una cultura ajena, espacial o temporalmente. Pero, de ser cierta tal teoría, tampoco podemos juzgar con equidad a nuestros contemporáneos, puesto que en cuanto hayan pasado cien años, la explicación de sus actos servirá para justificarlos.

Ahora bien, además de esto: ¿servirá también la explicación de mis actos combatiendo a esos cuyos actos se han explicado/justificado para, a su vez, justificar los míos? Dos paradojas por el precio de una.

Si se prosigue este análisis, y ya me imagino las razones que esgrimirán los justificacionistas, se llega a dejar esa teoría vacía de contenido, pero no me ocuparé aquí de ello. Por otra parte, cuando se habla de la moralidad de una época, se habla de los testimonios conservados de esa época acerca de la moralidad, que, salvo raras excepciones y por razones bastante evidentes, suelen ser coincidentes con las ideas de los poderosos.

Explicar y justificar: Isaiah Berlin

Isaiah Berlin critica, en términos muy similares a los que yo acabo de emplear, la equivalencia que algunos establecen entreexplicar y justificar. Así lo explica E.H. Carr con su malicia habitual, mediante una frase alambicada en la que da a entender que Berlin se opone a algo tan elemental como el que se pida “un mayor esfuerzo de comprensión”:

Sir Isaiah hace a un lado lo que el llama “la petición moderna de un mayor esfuerzo de comprensión… basándose en que quienes hacen esta petición están envueltos en la falacia de que “explicar es comprender y comprender es justificar” (126).

A este ataque tan burdo, incluso con ese recurso nada inocente del “Sir” para referirse a BerlinCarr añade que entonces no hay que buscar trasfondos sociales ni económicos… para no exponerse a justificar a Hitler.

La respuesta de Berlin es elocuente y elegante: “Si el señor Carr supone que niego la proposición de que “entenderlo todo es perdonarlo todo” está, una vez más, en lo cierto. Pero si infiere de esto que los historiadores no deberían, según mi forma de ver las cosas, usar todos sus poderes para comprender y explicar los actos humanos, entonces, ciertamente, está equivocado…

La tarea de los historiadores es comprender y explicar; están equivocados solamente si creen que explicar es ipso facto justificar o exculpar. Esta tautología no necesitaría ser mencionada si no fuera por la tendencia de ciertos historiadores modernos, en su comprensible reacción contra juicios morales superficiales, arrogantes, o filisteos (y contra la ignorancia o el descuido de las causas sociales y económicas) a caer en el extremo opuesto: la exoneración total de todos los actores de la historia por ser producto de fuerzas impersonales que se encuentran más allá del control humano consciente.”

Mi posición, en esta cuestión, coincide con la de Berlin. Precisamente hablaba de esto hace unos días con Ana M…, que se declaraba relativista cultural, mientras que yo intentaba distinguir una tercera vía diferente tanto del etnocentrismo como del relativismo. Se puede añadir, por otra parte, que si mediante la explicación justificamos los actos del pasado, lo mismo harán en el futuro con nuestros propios actos, con lo que toda crítica se hace imposible.

[Las citas son del libro La mosca en el frasco (Fly and the Fly-Bottle: Encounters With British Intellectuals, 1962), de Ved Metha]

Copyright del artículo © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos.

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guión del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
Su último libro es 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, pero casi siempre ignorada o silenciada. A este libro ha dedicado una página que se ha convertido en referencia indispensable acerca del escepticismo: 'Sabios ignorantes y felices'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guión, literatura y creatividad en España y América.