Durante la segunda guerra púnica, en concreto el 2 de agosto de 216 a C., tuvo lugar la batalla de Cannas. Aníbal Barca derrotó a las tropas romanas, dirigidas por Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo. El general cartaginés desplegó a su infantería en semicírculo, flanqueada por la caballería. Derrotó, en primer término, a la caballería romana, e hizo que la infantería retrocediera, dejando entrar a los romanos y convirtiendo el frente en una línea cóncava.
Imagen superior: primera fase de la batalla de Cannas. Las fuerzas de caballería hispana y gala, al mando de Asdrúbal, se unen a la númida, dirigida por Mahárbal, contra la caballería romana. Mientras, la parte central de la infantería cartaginesa retrocede (Autor del gráfico: Frank Martini, cartógrafo del Departamento de Historia de West Point – Academia Militar de los Estados Unidos).
Sobre este caldero hizo converger la infantería africana sobre los flancos enemigos, y después la caballería cayó sobre la retaguardia contraria, derrotando definitivamente a los romanos.
Imagen superior: segunda fase de la batalla de Cannas. La infantería romana, ocupada por su ataque al centro cartaginés, es atacada a su vez por los flancos por la infantería libia y por la caballería enemiga en su retaguardia (Gráfico: West Point).
La Batalla de Leuthen, ganada por Federico II el Grande de Prusia a los austríacos el 5 de diciembre de 1757 es un ejemplo más sofisticado de ese orden oblicuo esbozado en Cannas.
En este caso, las tropas prusianas flanquearon el frente austríaco y terminaron cargando contra su ala izquierda. Esta sorpresa supuso la derrota de los austríacos.
Imagen superior: una parte del ejército prusiano (azul), beneficiándose de la orografía y de la niebla, avanza hacia el sur en dos columnas paralelas. A mediodía, los prusianos dan un cuarto de vuelta a la izquierda y organizan el orden de batalla en dos líneas. La falta de reacción de los austriacos (rojo) será la principal causa de su fracaso.
La batalla de Cannas fascinó a los estrategas militares durante siglos. Como ya habrán visto, el motivo es muy sencillo: Aníbal aniquiló a su enemigo en un solo golpe, creando un “caldero” donde aplastarlo.
Fascinado por esta maniobra, el jefe del Estado Mayor del II Reich alemán, Alfred Graf von Schlieffen, se inspiró en ella para diseñar, a partir de 1905, la invasión de Francia. El Plan Schlieffen fue tomado en cuenta por su sucesor, Helmuth von Moltke. Para su desgracia, no consiguió aplicarlo como estaba previsto durante la Primera Guerra Mundial.
Durante años, los historiadores alemanes han discutido sobre esta operación, que viene a ser una variante de lo conseguido en Cannas y Leuthen. Según el plan inicial, el ala izquierda alemana debía ponerse a la defensiva, mientras el ala derecha, más potente, rodearía al ejército francés, inmovilizado por el ataque al ala derecha.
Schlieffen murió en 1913. Según la leyenda, sus últimas palabras fueron: “Reforzad el flanco derecho” (golpe de hoja de hoz). En realidad, Moltke cometió el error de reforzar el ala izquierda para emular lo sucedido en Cannas, pero sólo consiguió que el frente se estabilizara, y ello inicio el comienzo de una tremenda carnicería que se prolongó a lo largo de cuatro años.
Imagen superior: el Plan Schlieffen y las contraofensivas francesas previstas en el Plan XVII, creado inicialmente por el mariscal Ferdinand Foch.
Lo cierto es que ya no era posible la destrucción del ejército enemigo de un solo golpe. El tamaño de la conflagración era de tal envergadura que no cabía la derrota rápida.
En los años veinte, los estrategas soviéticos Mijaíl Tukhachevsky y Vladimir Triandafillov desarrollaron nuevas teorías al respecto. Según David M. Glantz y Jonathan M. House, “ellos creían que los ejércitos modernos eran demasiado grandes y resistentes para ser derrotados en una batalla de proporciones catastróficas. (…) Empezaron a pensar en un nuevo nivel de combate, a medio camino entre las tácticas de batallas individuales y la estrategia de una guerra al completo. Este nivel intermedio llegó a ser conocido como arte operacional (Operativnaia Iskusstva)” (Choque de titanes. La victoria del Ejército rojo sobre Hitler, Despertaferro, 2017).
Imagen superior: Nikolái Vatutin (izquierda), general de Ejército (Frente de Vorónezh) jefe militar en la batalla de Kursk, y el general Nikita Jrushchov (derecha), consejero militar (político) del ejército. Kursk 1943.
El arte operacional requería movilidad (es decir, reservas muy móviles), sistemas de comunicación eficaces (que permitieran conocer rápidamente el estado de la situación), mecanismos de engaño, camuflaje y ocultación (la doctrina militar conocida como maskirovka) y un énfasis acentuado en la logística (abastecimientos, reparaciones de material y talleres de vehículos).
Se trataba de atacar en un frente amplio, identificar rápidamente los puntos débiles y cambiar el despliegue de ataque mediante las reservas. Los sistemas defensivos utilizaban mecanismos similares ‒defensas en profundidad y reservas móviles‒, dejando entrar las puntas de lanza para que se desgastaran, y atacar los flancos y las zonas donde el ataque fuera más leve.
Este último diseño fue empleado por los soviéticos en la batalla de Kursk (julio-agosto de 1943), durante la cual infligieron a los alemanes una derrota decisiva en la mayor batalla de carros de la historia.
Imagen superior: Plan de ataque durante la batalla de Kursk. Los alemanes (azul) intentan realizar un movimiento envolvente, pero son detenidos por las defensas en profundidad (ver bolsas de reservas soviéticas). Se trata de un cuadrado (un saliente en el frente) de 250 km (norte-sur) por 160 Km (este-oeste).
La blitzkrieg alemana daba una gran importancia al concepto de Schwerpunkt (punto focal). Se trataba de dar un «golpe concentrado». Sin embargo, el objetivo de los soviéticos fue confundir a su oponente. Intentaban la ruptura en muchos puntos a la vez, en un frente amplio, y así, donde lograran abrir brechas, podían explotar rápidamente el éxito.
En esta ocasión, la arrogancia racial del Estado Mayor alemán ‒“los depredadores semihumanos” en el Este, como dice Michael Burleigh en su libro El Tercer Reich: Una nueva historia‒, fue derrotada por esos generales soviéticos a los que algún historiador calificó, de forma despectiva, como “bestias humanas dotadas de inteligencia militar”.
Imagen de la cabecera: cuadro de Wilhelm Camphausen que representa a Federico y a sus tropas tras la batalla de Leuthem, cantando «Nun danket alle Gott».
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