Historia de ciencia ficción con paradoja temporal que supuso una nueva colaboración entre Corben y el guionista Jan Strnad, con quien aquél ya había trabajado en diversas historias cortas así como en los álbumes Mundo mutante (1978) y Las mil y una noches (1978). Con ella intentaron resucitar el anteriormente malogrado proyecto de autoedición de Fantagor.
Así, en noviembre de 1982, aparece en álbum y bajo ese sello Jeremy Brood, Part I: Relativity. El protagonista que da nombre a la obra es un astronauta que actúa como una especie de agente del gobierno de la Tierra, un individuo de frío pragmatismo bajo el que se oculta una gran inseguridad sexual producto de una niñez escabrosa y rica en traumas que le bloquea la posibilidad de tener una relación normal con una mujer, en concreto con su compañera de misión y amante, Char –personaje al que el lector toma cariño desde el primer momento–. Ésta representa todo lo que Brood no es: espontánea, desenvuelta, pasional, madura…
Al comienzo de la historia, ambos son enviados al planeta Eden como respuesta a una petición de ayuda del agente terrestre residente en ese lugar. Sin embargo, cuando llegan a su destino, a causa de la relatividad espacio–temporal del viaje espacial, han transcurrido doscientos años desde que aquel mensaje fue enviado y en ese periodo de tiempo han ocurrido muchas cosas: el propio Brood se ha convertido en una figura de culto fabricada por el hace tiempo difunto agente terrestre y todos los habitantes de su ciudad, asediada por las fuerzas del mal, lo esperan con ansiedad. Confundido e indeciso acerca de lo que se espera de él, Brood se verá envuelto en la lucha contra una misteriosa y maligna amenaza a la que se conoce como Holobar.
Jeremy Brood sigue las pautas de otros personajes que Strnad creó junto a Corben: indeciso, atormentado, no se entera de por dónde le vienen los golpes y se pasea por buena parte de la historia sin tomar conciencia de la manipulación a la que es sometido por parte de los indígenas y la macabra broma que le ha preparado la Física relativista. Al igual que el Dimento de Mundo mutante o el Simbad de Las mil y una noches, Brood será llevado de un lado a otro al son de las intrigas religioso–políticas del sacerdote que lo protege . La pérdida de Char le desligará de su segura pero aséptica vida como agente terrestre y actuará como catarsis mediante la cual comenzará a tomar las riendas de su propia existencia (proceso por el cual también pasaban Dimento y Simbad).
El final de la historia no es tal, sino el principio de una nueva etapa para Jeremy, completamente separada de su pasado, en un retorno a la inocencia y a una especie de vida natural que remite a algunas de las historias underground de Corben.
La conclusión de la aventura es quizá el mayor inconveniente de la obra. Quedan al final demasiados cabos sueltos, cabos fundamentales para redondear la historia: ¿cuál es exactamente el trabajo de Jeremy Brood y cuál es su relación con la Tierra? ¿Qué papel juega nuestro planeta y sus agentes? ¿Quién es Holobar, fuente última de los sucesos que llevan a Brood a Eden? ¿A qué obedece la traición del hermano del sacerdote? ¿Cuál es el destino del hijo de Brood?
Sin duda parte del problema residió en el fracaso del proyecto. Corben y Strnad tenían la intención de que a este primer álbum siguieran otros dos, conformando una epopeya a mitad de camino entre la ciencia ficción y la fantasía. Por desgracia, tras un año de trabajo, el álbum, pese a su espectacularidad gráfica, no obtuvo el favor de los lectores y, consiguientemente, no cumplió las expectativas comerciales depositadas en él. Sus reducidas ventas aconsejaron no continuar con la serie. Corben trató de rematar el asunto mediante una poco destacable historieta de dieciséis páginas aparecida en la revista Fantagor Presents.
Por lo demás, la historia no aporta demasiado. A excepción de Char, los personajes no están muy bien delineados y la alegoría religiosa (la figura del mesías, la búsqueda de la virgen para que sea inseminada por el salvador venido del cielo o esa viñeta final con un Brood de barba y aureola bíblicas) está muy vista. Además, ese giro de la historia un tanto forzado desde la ciencia ficción inicial hacia la fantasía heroica, aunque no inusual en el género, da la impresión de que más que un planteamiento natural de la propia narración, responde bien a un interés editorial (las revistas de cómic que entonces daban cabida a la ciencia ficción eran numerosas mientras que la fantasía era un género más marginal), bien al interés del propio Corben, que se sentía más a gusto dibujando hombres y mujeres ligeritos de ropa empuñando armas medievales y enfrentándose a criaturas monstruosas que estaciones espaciales y pistolas de rayos. Además, su peculiar dibujo, a caballo entre el hiperrealismo y el underground, se adaptaba mejor a un género más alejado del realismo y las leyes físicas y anatómicas que la ciencia ficción.
No cabe duda de que Strnad se desenvolvía mejor que Corben en narraciones de cierta extensión, pero carece de ese toque que distingue a los grandes guionistas del Noveno Arte. Ojo, no quiero decir que sea un mal guionista. Sus historias son, cuando menos, entretenidas y muchas veces expone planteamientos e ideas interesantes. Sin embargo, no termina de consolidar sus personajes secundarios ni tejer tramas densas y bien rematadas. Sus carencias, al menos en parte, quedan compensadas por el excelente trabajo de Corben
Glosar la figura y obra de Corben, uno de los mejores artistas que ha dado el comic, excede las posibilidades de una entrada de blog. En esta obra ensaya un nuevo camino gráfico, aplicando pintura y tinta sobre acetatos y dando como resultado un dibujo más sucio y oscuro que el de su habitual estilo brillante y de colores vivos. Jeremy Brood y Char aparecen retratados con gran minuciosidad y esmero en la aplicación de sombras y brillos sobre sus figuras, mientras que los nativos de Eden están dibujados con el estilo grotesco y underground característico del autor, con un trazo grueso, más sucio y menos acabado, reflejando el espíritu gregario, despersonalizado y oscurantista que les aleja de la fría tecnología del mundo de Brood. De hecho, el propio protagonista experimentará una transformación gráfica que le irá acercando a los hombrecillos de Eden a medida que asume el compromiso de auxiliarles en su lucha.
Gráficamente, Corben consigue aportar una intensa carga dramática al guión de Strnad en determinados pasajes de factura magistral, como la larga escena del sacrificio de Brynne, el descubrimiento del cadáver de Char o la huida de Brynne de su captor al comienzo del cómic. En ellas, no sólo el dibujante demuestra su potencia grafica (trazo, color, iluminación, composición), sino su talento en el montaje y la creación de emociones, ya sean la tensión y la violencia, la ternura o la pasión erótica.
Jeremy Brood no es una obra fácil de encontrar. Puede que el recopilatorio que en España editó Toutain a comienzos de los ochenta como número 1 de su colección de Obras Completas de Richard Corben esté disponible de segunda mano en alguna página de Internet, probablemente a un precio considerable. Ahora bien, ¿merece la pena? Si te gusta Corben y aprecias su talento, y aunque no se trate de uno de sus trabajos cumbre, es más que probable que la disfrutes. Si, por el contrario, no tienes una predilección especial por este artista, encontrarás mejores obras de ciencia ficción, quizá no tan elaboradas gráficamente, pero sí en las que arte y guión se hallen más equilibrados.
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.