Decía Christine de Pizan (1364-1430) que la noble reina Artemisa, ilustre monarca de Caria, tuvo todas las virtudes caballerescas, dominó el arte militar y sus muchas victorias le valieron fama y renombre, asumiendo no sólo el gobierno del Estado sino también tomando el gobierno de las armas en frecuentes ocasiones.
Quizás Isabel la Católica (1451-1504) se veía reflejada en ella, durante sus frecuentes lecturas de La Ciudad de las Damas (Le Livre de la Cite des Dames, 1405), una de sus obras de cabecera.
La Católica, una reina culta y amante de las artes, tuvo en Christine una de sus autoras predilectas. La Pizan, poeta y filósofa francesa, la primera mujer que dio voz a las de su género en las frecuentes disputas masculinas sobre la “inferioridad natural” de las mujeres frente a la “superioridad natural” de los hombres…
También decía la Pizan que la valerosa reina de Palmira, Zenobia, tuvo un profundo conocimiento de las letras, tanto las de los egipcios como las de su propia lengua. Durante sus ratos de ocio se aplicaba al estudio y quiso tener como maestro a Longino, que la inició en la filosofía. Sabía latín y griego, lo que la ayudó a escribir de forma elegante y concisa un compendio de historia. Además, quiso que sus hijos, a los que educaba con la misma disciplina intelectual, lograran las mismas cuotas de saber.
Isabel, moderna Zenobia, aprendió latín con Beatriz Galindo, consumada latinista. Formó en las lenguas clásicas a sus cuatro hijas, futuras reinas de Portugal, Inglaterra y Castilla. Tuvo como consejera de estado a Beatriz de Bobadilla, a quien llevó siempre con ella en sus continuos viajes, expediciones y guerras. Fomentó la presencia de mujeres en las cátedras universitarias: Lucía de Medrano y Juana Contreras en Salamanca; Juana de Nebrija, en Alcalá. Aquella corte, la corte de la Católica, fue, sin duda alguna, una verdadera Ciudad de Damas. Una corte de sabias mujeres.
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