La figura de John Dowland (¿1562/1563?-1626) ha tardado siglos en ocupar su merecido sitio en la historia de la música. Más aún: en sentido estricto, en la segunda mitad del siglo XX. La bibliografía sobre su enigmática vida y su límpida obra se enriquece ahora con un aporte en español, el primero de tal calidad: John Dowland. La música inglesa en tiempos de melancolía, de Alberto Álvarez Calero, con prólogo de María del Ser (Fórcola, Madrid, 2022, 238 páginas).
La tarea no era sencilla pues debía aunar al musicólogo e historiador de la música con el archivero y hasta el narrador a cargo de una biografía con extensas zonas de penumbra. Laudista eximio, autor de obras para su instrumento y canciones, excepcionalmente compositor sacro, Dowland encarna a un personaje típico del barroco, un mundo al cual se asomó sin zambullirse en él. Es el homo viator, viajero cuando no vagabundo, que deja su país, a su mujer y a sus hijos con holgura, elude los peligros de las guerras de religión y pasa, según conveniencia, del catolicismo al protestantismo y viceversa, se presenta a las cortes de Alemania e Italia pero siempre con el designio de ser músico fijo de la corona inglesa, impregnándose e impregnando a sus públicos con un sentimiento también típicamente barroco: la melancolía, el mundo como bello y cantable por estar perdido y alejado.
Álvarez Calero hubo de insistir en una biografía llena de supuestos, a partir del hecho, este sí probado, de que Dowland alternaba la música con el espionaje y el servicio secreto, en París y en Dinamarca, donde gozó de la confianza de un rey colega, es decir músico. Hay incluida una sabrosa hipótesis: ¿qué habría sido de nuestro hombre si se hubiese aceptado como católico y se hubiera quedado en Italia? Habría conseguido, muy posiblemente, la enseñanza magistral de Luca Marenzio, un madrigalista que, acercándose al teatro, estaba cimentando un género también emblemático del barroco: la ópera.
Italia, como sabemos, ha sido el lugar donde ocurrieron enigmáticos viajes de personajes tan decisivos como Velázquez, Cervantes y Goethe. El autor de este libro esboza el atractivo que, sin duda, tuvo para Dowland, en sus ocultos encuentros con los exilados católicos ingleses en Florencia y otros puntos italianos. Finalmente se ubicó en su tierra, su corte regia, su casa y su familia. Su obra fue publicada con el debido orden y hoy suena con la debida atención. Este libro no sólo se puede leer como el de un historiador y un novelista sino también servir de infalible guía por la obra de Dowland, su catalogación, sus registros eléctricos, sus intérpretes principales y hasta sus parentescos literarios, incluyendo una fantástica escena del encuentro con Shakespeare, un sujeto de cuya existencia convenida algunos se permiten dudar. En resumidas cuentas: todo lo que usted quiso saber sobre Dowland y nunca se atrevió a preguntar. Ahora, las respuestas se le anticipan.
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