Se dice, y con ameritada razón, que Glinka abre el espacio del nacionalismo musical ruso. Bien, pero: ¿estamos, con él, ante el tópico del alma rusa? Me atrevo a decir que sí, en tanto por alma rusa entendamos a un país tendido entre el Oriente chino y el Occidente germano-latino. Y así Glinka recoge, en este menú, canciones populares rusas para convertirlas en tarantela (napolitana) y en variaciones canónicas, mientras también varía tanto sobre un tema de la mozartiana Flauta mágica como sobre la canción rusa de Alabiev El ruiseñor.
Textos de libretistas operísticos italianos como Felice Romani y Pietro Metastasio le sugieren melodías. Además, completando el inventario: valses, mazurcas, barcarolas, polcas, nocturnos, evidentemente nos remiten al gran eslavo que sedujo a Occidente desde París con todas estas miniaturas populares y universales: Chopin.
Una vez más, se prueba que todo verdadero nacionalismo es universal aunque no sea cosmopolita.
Pero esa universalidad surge de un ejercicio, justamente, cosmopolita. Si, por un momento, ensanchamos la herencia glinkiana a su obra operística, nos encontramos con un atento estudioso de la ópera italiana romántica. A la vez, se advierte que sus danzas remiten a un recogido salón, en tanto sus temas con variaciones propenden a una sala de conciertos.
Un ilustre paisano de Glinka, León Tolstói, decía que lo universal consiste en describir la aldea.
Desde luego, pensemos en la universalidad del Paraíso, un mero jardín de clima templado con dos habitantes que, según parece, no necesitaban ropa para defenderse de la intemperie. Pero no es la aldea ni la gran ciudad las que aseguran universalidades, y Glinka lo demuestra: una modesta mazurca puede ser universal si su código musical lo es.
Glinka es un repetido y excelente ejemplo.
Disco recomendado: Mikhail Glinka (1804-1857): Tesoros del pianoforte Tatiana Loguinova, pianoforte (Conrad Graf, Viena 1825) / PHAEDRA / Ref.: PH 92026 (1 CD)
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