Lichtenberg nació el 1 de julio de 1742 en Oberamstadt, un pueblecito alemán cercano a Darmstadt. Era el hijo número 17 de Johann Conrad Lichtenberg y de Henrike Catharine Eckhard, pero sólo tres de los hijos sobrevivieron a la infancia.
Su padre era un pastor protestante muy interesado por la literatura, la música, la física, la astronomía y las matemáticas, aunque murió en 1751, por lo que no creo que influyera demasiado en su hijo, pero tal vez sí despertó su interés hacia estas y otras cosas.
Un historiador o biógrafo aseguraría que así sucedió sin duda, aunque no tuviera prueba alguna, yo sólo imagino esa influencia postmortem del padre sobre el hijo. Es sorprendente la de cosas imposibles de saber que saben los biógrafos.
Lichtenberg comparte con Kierkegaard una capacidad filosófica de primer orden. Sin tampoco saber nada al respecto, también me atreveré a decir que Kierkegaard probablemente conocía y admiraba a Lichtenberg, a pesar de que no pensaban lo mismo en materia de religión. Pero existe otra coincidencia entre ellos que no es tan agradable.
Resulta que los dos eran jorobados. Dice la leyenda que Lichtenberg era pequeño y jorobado porque de pequeño se le cayó de los brazos a una niñera, pero Gladys Anfora, de quien tomo gran parte de estos datos, dice que eso seguramente es mentira y que Lichtenberg probablemente padeció raquitismo.
También parece cierto que esta deformidad causó bastantes sufrimientos a Lichtenberg, a pesar de que incluso aprovechó este defecto para agudizar su ingenio: “En mi el corazón está por lo menos un pie más cerca de la cabeza que en los demás hombres; de ahí mi gran equidad. Las decisiones pueden ratificarse todavía calientes”
“No sé si siento más vivamente que los demás o si puedo soportar menos la injusticia o si saco conclusiones más rápidas a causa de mi pequeña estatura, puesto que la sangre está todavía bien caliente cuando va del corazón a la cabeza”
En sus clases como profesor de física “para disimular su joroba, caminaba y escribía en el pizarrón de costado, no dando jamás la espalda a sus alumnos”.
Lichtenberg, placer y dolor
Gladys Anfora cuenta un episodio de la vida de Lichtenberg: “Lichtenberg conoció en 1777 a María Stechard, una joven vendedora de flores, de trece años de edad, analfabeta. “Nunca había visto tal dechado de belleza y dulzura”. La invita a su casa, le enseña a leer y a escribir y le imparte otros conocimientos como manejar y mantener su instrumental eléctrico. “Descubrí que en su cuerpo perfecto habitaba un alma tal como yo había buscado durante largo tiempo, pero nunca había hallado.” Desde 1780 viven juntos y son inseparables: “Cuando ella iba a la Iglesia era como si me faltasen los ojos y todos mis sentidos. En una palabra, se convirtió, sin la bendición sacerdotal (…), en mi mujer (…) Cada día la amaba más”.
El 4 de agosto de 1782, María murió.
El salmo de Lichtenberg
¿Y cuál es el Salmo 90 que tanto conmovía a Lichtenberg? Aquí está:
Domine, refugium
1 Oh Soberano mío, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.
2 Antes que naciesen los montes,
o fueran engendrados la tierra y el mundo,
desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios.
3 Devuelves el hombre al polvo, diciendo:
“Retorna, hijo de Adán”.
4 Porque mil años delante de tus ojos
son como el ayer, que pasó,
y como una vigilia en la noche.
5 Nos arrebatas como en un sueño,
como la hierba que pronto se marchita:
6 Por la mañana florece y crece;
por la tarde es cortada y se seca;
7 Porque en tu furor somos consumidos,
y por tu indignación somos conturbados.
8 Pusiste nuestras iniquidades ante ti,
nuestros pecados secretos a la luz de tu rostro.
9 Todos nuestros días fallecen a causa de tu ira;
acabamos nuestros años como un suspiro.
10 Los días de nuestra vida son setenta años,
y quizás en los más robustos hasta ochenta;
con todo, la suma de ellos es sólo pesar y trabajo,
porque pronto pasan, y desaparecemos.
11 ¿Quién conoce la vehemencia de tu ira?
¿Quién teme debidamente tu indignación?
12 Enséñanos de tal modo a contar nuestros días,
que traigamos al corazón sabiduría.
13 Vuélvete, oh Señor, ¿hasta cuándo tardarás?
Ten compasión de tus siervos.
14 Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y así cantaremos y nos alegraremos todos nuestros días.
15 Alégranos conforme a los días que nos afligiste,
y a los años en que sufrimos desdichas.
16 Que tus siervos vean tus obras,
y su descendencia tu gloria.
17 Sea la bondad del Señor nuestro Dios sobre nosotros,
y haga prosperar las obras de nuestras manos;
sí, haga prosperar nuestras obras.
El hombre de la ventana
A Lichtenberg se le conocía en Gotinga, donde pasó casi toda su vida, como “el hombre en la ventana” (der Mann am Fenster) porque se pasaba los días mirando por la ventana. Llevaba una vida muy retirada, aparte de sus clases en la Universidad, aunque no aislado del mundo, pues mantenía correspondencia con pensadores y científicos, como Goethey Kant, y recibía a todo tipo de visitantes.
Kant también era célebre por un hábito: dar un paseo a las cinco de la tarde. Los parroquianos ponían el reloj en hora al verle aparecer en la plaza.
El cuaderno borrador de Lichtenberg
Lichtenberg recomienda en uno de sus aforismos que se escriba a vuelapluma, casi sin pensar, borradores, bocetos, lo que sea. No lo dice exactamente así, sino así: “Los comerciantes tienen su waste book (cuaderno borrador o libro de cuentas) en el que anotan diariamente todo lo que venden y compran, todo entreverado y sin orden; después lo pasan a un libro donde todo está más sistematizado. Esto merece ser imitado por los eruditos. Primero un libro en donde escribo todo tal como lo veo o como me lo dictan mis pensamientos; luego esto puede pasarse a otro en el que las materias estén más separadas y más ordenadas”.
La regla de oro de Lichtenberg
“Una regla de oro ‒escribe‒: no hay que juzgar a los hombres por sus opiniones, sino por lo que esas opiniones hacen de ellos”.
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