Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Japón y Estados Unidos han ejercido una considerable influencia el uno sobre el otro, ya sea política, económica o cultural. A los nipones les encantan ciertos aspectos de la cultura pop norteamericana, como Mickey Mouse, Elvis o la comida rápida; mientras que la japonesa ha ido filtrándose en multitud de productos que van desde Star Wars a Matrix pasando por las películas de Quentin Tarantino. La película de animación Akira (1987), basada en el manga del mismo nombre, supuso un antes y un después, un producto netamente japonés en su concepción, ejecución, temas y estética que influyó enormemente no sólo en los fans de la ciencia ficción y el anime americanos y europeos, sino en cineastas y profesionales de la animación. Film de incalculable influencia en el género, no se había visto nada parecido hasta ese momento en tal formato de animación, especialmente en Occidente, más habituado en ese momento a las producciones Disney y sus correspondientes imitadores. No encontrábamos aquí princesas cantarinas y animalitos danzarines sino armamento pesado de alta tecnología, una visión postapocalíptica de Japón y escenas de destrucción masiva provocadas por un adolescente trastornado y con poderes mentales.
Compleja, ambiciosa, maravillosamente dibujada y con personajes carismáticos, Akira recibió alabanzas universales e hizo de su creador, Katsuhiro Otomo, una estrella mundial no sólo entre los miembros más conocedores y dedicados del mundo del anime y la ciencia ficción sino entre los profesionales de la animación. Por eso, cuando se anunció que Otomo estaba trabajando en una nueva serie de anime como parte de un tal Proyecto Freedom, sus seguidores recibieron con alegría y expectación la noticia. Un entusiasmo que quedó diluido cuando se reveló que Otomo se limitaba a diseñar los personajes y la tecnología, dejando las labores de escritura a terceros.
Freedom está ambientado en el 2267, en la colonia Edén, localizada en la cara oscura de la Luna, décadas después de que la Tierra hubiera sido tachada de inhabitable a causa de la catástrofe ecológica provocada por la caída de una estación orbital. Se sucedieron las guerras por los mermados recursos y, al final, el planeta azul quedó convertido en un orbe parduzco visto desde el espacio. Los colonos y científicos que se habían establecido en la Luna, muchos de ellos como etapa intermedia a una subsiguiente colonización marciana, se resignaron a vivir sin la Tierra. Dos generaciones han nacido ya en Edén, compuesta por ciudades multinivel subterráneas y protegidas por cúpulas, en las que sus habitantes llevan una vida utópica en la que no falta de nada, pero cuyos habitantes son férreamente vigilados por un Consejo que no quiere oír hablar de regresar a la Tierra.
Como sucedía en Akira, la serie arranca presentándonos a un grupo de adolescentes conflictivos y con dificultades de integración social. El líder de una de esas pandillas es Takera, cuya educación ha corrido a cargo de la comunidad y que a los quince años recibe su «libertad» (freedom), un periodo de seis meses previo a que se le asigne una tarea profesional.
El primer episodio no ofrece mucha trama y se limita a presentar los personajes y el escenario en el que evolucionan. Edén es un entorno gigantesco y el «cielo» bajo las cúpulas se altera para que parezca el terrestre. Y, aparentemente, hay algún tipo de gravedad artificial, porque a todos los efectos es como si sus habitantes vivieran en la Tierra. Takeru, como todos los adolescentes, discute con sus amigos, siente celos del líder de una banda rival, le gusta una chica… pero su principal pasión es trucar su vehículo –básicamente una moto de tres ruedas– para participar en carreras clandestinas por los túneles subterráneos de la colonia. Cuando los chicos son detenidos por la policía en mitad de una de esas competiciones, se les castiga a realizar servicios comunitarios. Mientras Takeru, enfundado en su traje espacial, sale al exterior lunar para comprobar el sellado de una tubería, se topa con una serie de objetos, incluida la fotografía de una chica acompañada de unos niños, que a todas luces proviene de la Tierra y que revela sin lugar a dudas que el planeta es otra vez habitable.
Takeru regresa a Edén con la fotografía y se obsesiona con ella. Sus amigos se burlan de él achacando su entusiasmo a que se ha enamorado de la muchacha de la foto. En cierto modo es así, pero la imagen encierra un misterio que fascina al joven. Así que con ayuda de sus compañeros, pasa días buscando a la chica por todo Edén sin obtener resultados. Hasta que un estudio más atento del fondo de la foto les revela una estructura que ya han visto en otra imagen, ésta colgada en la pared del habitáculo de Alan, un viejo astronauta gruñón con el que han hecho amistad. Éste les da la clave: se trata de Cabo Kennedy, en la Tierra.
Al estar en la cara oscura de la Luna, no pueden ver la Tierra desde su localización ya que ésta siempre se encuentra bajo su línea de horizonte. Empiezan entonces a buscar por internet información del planeta y llaman la atención del Consejo, que empieza a seguirles, luego prohibirles salir al exterior y más tarde perseguirles para impedir –sin éxito– que vean que la Tierra es otra vez un resplandeciente y prometedor globo azul. Contagiado por el entusiasmo de Takeru, Alan se ofrece a ayudarles utilizando sus conocimientos y recursos de antiguo encargado del proyecto de colonización de Marte: pueden utilizar un viejo cohete que languidece en una zona abandonada de Edén para llegar hasta la Tierra y averiguar qué es lo que ocurre allí.
Takeru y su amigo mecánico Biz llegan a la Tierra, concretamente al Sudoeste de Estados Unidos, para encontrarse con un paisaje desolado y en ruinas, pero habitable, por el que se distribuyen enclaves dispersos de gente pacífica. Es este un cambio refrescante respecto al habitual escenario postapocalíptico habitado por punks asesinos al que han recurrido tantas otras películas. En esta segunda parte de la miniserie el tono cambia y lo que empezó como una distopía espacial se convierte en una road movie en la que los dos amigos viajan hasta Cabo Kennedy, en Florida, para encontrar a la chica de la foto.
Freedom es un producto que ha llegado a Occidente como parte de la corriente continua e indiferenciada de manga y anime que fluye directamente desde Japón hasta nuestras librerías de cómics y televisiones. Su génesis, en cambio, resulta chocante para la mentalidad occidental.
En Japón, el mercado del anime no es tan amplio como el del manga, pero sí igualmente diverso, ofreciendo productos para todos los gustos aunque funcionando de manera muy diferente a Occidente en lo que se refiere a su planteamiento económico. Así, una de sus modalidades es el OVA (Original Video Animation) o lanzamiento directamente a vídeo. Este tipo de productos ha tenido tradicionalmente en el mundo occidental una connotación negativa que incluye valores de producción tan bajos que se estima imposible atraer a las salas de cine a un público suficiente como para justificar los gastos de distribución y marketing necesarios. Sin embargo, en Japón sucede lo contrario y los aficionados esperan con impaciencia la llegada de nuevas películas directas a vídeo llegando a pagar incluso una prima por ello. Esa es la razón que explica que productos como Freedom cuenten con presupuestos generosos y una producción muy cuidada, a menudo mejor que el anime televisivo. De hecho, además del nombre de Katsuhiro Otomo, uno de los principales reclamos publicitarios de esta miniserie fue el ser la primera rodada en DVD de Alta Definición.
Freedom cuenta con otra característica de la cultura japonesa: la esponsorización de una gran empresa. Y es que este anime fue pagado en parte por una compañía de fideos, Nissin Cup Noodle, con objeto de integrarla en una gran campaña publicitaria denominada Freedom Project con ocasión de su 35 aniversario. De esta forma, asumió parte de los costes publicitarios de productos impresos y televisivos en los que se veía a los personajes comiendo su producto. El 25 de abril de 2006, empezaron a emitirse por televisión los primeros anuncios con una canción de Hikaru Utada, una de las entonces más populares solistas pop de Japón. El metro de Tokio se llenó de anuncios de Freedom antes de su distribución a las tiendas de vídeo. Tanto los cortos televisivos como las ilustraciones y posters mostraban breves instantáneas de un grupo de muchachos en una colonia lunar librando carreras, rebelándose contra la autoridad, escapando y averiguando la sorprendente verdad sobre el destino de la Tierra. Anuncios en los que, claro está, aparecían los vasos de fideos instantáneos de la compañía (que también jugarían su breve papel en todos los OVAS). Puede que la poco sutil estrategia de product placement nos haga sonreír con condescendencia, pero lo cierto y verdad es que fue gracias a ella que Freedom vio la luz. Tras el éxito de la campaña, Nissin y Sunrise anunciarón, el 8 de julio, que habría toda una serie de OVAS narrando con detalle lo resumido en esos anuncios.
El estudio al que se encargó el trabajo de animar los bocetos de Otomo fue el mencionado Sunrise, especializado en ciencia ficción y con un recorrido abundante en títulos muy populares, como Gundam (1979), City Hunter (1987) o Cowboy Bebop (1998). En esta ocasión, Sunrise optaría por los gráficos en 3D combinados con rotoscopio, si bien consiguiendo que no se pierda la característica expresividad y naturalidad de los personajes en los tradicionales acetatos 2D.
A priori, la producción lo tenía todo a su favor. Como he dicho, los diseños de personajes y arte conceptual venían firmados por Katsuhiro Otomo. Como director figuraba Shuhei Morita, un talento relativamente nuevo que había demostrado su pericia en animación digital con un corto de 2004 titulado Kakurenbo. Dai Sato (Cowboy Bebop, Ghost in The Shell: Stand Alone Complex) escribió la historia general mientras que los guiones propiamente dichos los haría junto a Katsuhiko Chiba (Gundam). El primer episodio lo dirigió Kazuyoshi Katayama (Nausicaa, Appleseed, The Big O). Todos esos nombres daban garantía a unos fans expectantes.
Como otras series de animación niponas que abordan la exploración espacial en un futuro cercano (Planetes, Cowboy Bebop), Freedom trata de construir un futuro realista en el espacio evitando los tópicos robots gigantes, los inmensos poderes mentales, los extraterrestres y las naves más rápidas que la luz. Sus historias se centran en gente corriente que trata de sobrevivir y trabajar en el hostil medio espacial (aunque la segunda de las series que he mencionado sí contiene algunos elementos bastante fantásticos, es esencialmente una serie de detectives y cazarrecompensas). De todas maneras, estas obras siguen siendo más la excepción que la regla en el mundo de la ciencia ficción japonesa, donde la fantasía predomina sobre la ciencia.
Visualmente, la serie es de primera gracias al inconfundible estilo de Otomo. Éste tiene el mismo talento para dibujar tecnología futurista que el legendario diseñador gráfico Syd Mead (Blade Runner, Tron, Aliens), creando entornos y vehículos tan fascinantes como verosímiles. Otomo se basó claramente en la tecnología del programa Apolo de la NASA. Trajes espaciales, vehículos y otros artefactos parecen versiones avanzadas de tecnología preexistente y auténtica. De hecho, dos de los personajes visten chaquetas de vuelo del Apolo aun cuando saben muy poco de la auténtica historia del primer viaje a la Luna. Otras ideas presentes en la serie, como la catapulta magnética para lanzar materiales desde la superficie terrestre tienen su origen en proyectos de la NASA o de destacados futuristas americanos como Gerard O’Neill.
Ahora bien, aunque el espíritu de Otomo está presente en esos diseños iniciales, lo cierto es que su participación en la miniserie fue menor de lo que se ha querido publicitar. Aunque en las primeras etapas de producción su nombre fue muy mencionado y los diseños de personajes, vehículos y muchos ambientes son claramente suyos, empezó a retirarse del proyecto ya desde el primer episodio. Su trabajo en la dirección del film de acción real Mushishi (2006) le consumía tiempo y esfuerzo y en cierto momento se negó a hacer declaraciones sobre su compromiso con Freedom. Nissin acabó explicando que sólo había estado presente en la preproducción. Por mucho que su nombre se mencionara en lugar prominente, en realidad aquél fue uno de sus proyectos tangenciales.
No fue el único aspecto chirriante de la producción. Dai Sato confesó que había escrito los seis episodios de la miniserie (la necesidad de un séptimo sólo aparecería una vez avanzada la producción) en un solo mes. Y, efectivamente, los guiones incluyen diálogos poco inspirados y una cierta sensación de que ha sido elaborado a base de juntar tópicos. Además de errores de bulto (como situar a Takeru y Biz viajando por la vieja Ruta 66 para ir a Florida), hay aspectos poco cuidados que exigen del espectador un auténtico salto de fe, como la gravedad aparentemente terrestre que hay en Edén; cómo unos cuerpos nacidos y desarrollados en el ambiente esterilizado de la Luna pueden ajustarse sin problemas a la gravedad, temperatura, radiación solar y microorganismos de la Tierra; o cómo es posible que un par de muchachos, por muy buenos mecánicos que sean, sean capaces de llevar un cohete hasta la Tierra. O que en un mundo postapocalíptico existan conocimientos y tecnología suficientes como para lanzar proyectiles a la Luna, una iniciativa tremendamente compleja incluso en nuestros días.
Esos problemas se agravan aún más en el episodio final, que resulta ser un trabajo chapucero en cuanto a guión. Tras ir perfilando y construyendo con acierto todo el aspecto emocional en los capítulos precedentes, la conclusión resulta ser un montón de huidas, carreras, discursos recriminatorios al Consejo, más huidas, más carreras… Está claro que la energía creativa se había disipado a estas alturas. Aunque no es tan malo como para estropear todo el conjunto, sí hace desear que no continúe más allá.
En algunos aspectos, Freedom, que toca temas como la esperanza y la rebeldía juvenil, es una especie de reverso luminoso de Akira. En el clásico film de Otomo, tanto el gobierno como las bandas de motoristas adolescentes eran agentes de destrucción y caos. Aquí, en cambio, puede que las autoridades de Edén sean paranoicas y autoritarias, pero no particularmente violentas o despiadadas. Es una aproximación quizá en exceso optimista y poco valiente a la difícil situación que se plantea y en esto, como en el temperamento y acciones de sus protagonistas, la serie no abraza el realismo que promete con sus diseños visuales. Ahí tenemos a Takeru, que comienza como el típico antihéroe: no le interesa derrocar al gobierno corrupto y mentiroso sino que persigue su propio interés en la forma del descubrimiento de la auténtica realidad en torno a sí mismo. Y, de repente, ya en la Tierra, siente la irresistible llamada de la amistad y el heroísmo y lo arriesga todo para regresar a Edén a buscar al amigo que dejó atrás y revelar la verdad a sus compatriotas selenitas en aras de encontrar una forma de que ambas comunidades, la terrestre y la lunar, puedan colaborar y avanzar juntas.
Más allá del tratamiento superficial que reciben los personajes, se tocan otros temas interesantes, como el hoy tan discutido binomio seguridad-libertad. ¿Cómo puede definirse la libertad más allá de la felicidad, la seguridad y la satisfacción de las necesidades básicas? Si se miente a toda la sociedad respecto a la situación en la Tierra, ¿importa algo? ¿Qué significa de verdad la libertad si la realidad es falsa? Son cuestiones filosóficas que trascienden culturas.
Puede que el guion de Freedom no sea perfecto, pero se le pueden sacar pocas pegas a su diseño visual, que contiene momentos verdaderamente sobresalientes. De acuerdo con el director Shuhei Morita, el diseño fue una continua fuente de frustración para el equipo de animadores, que tenía que dividirse entre dibujar los bellos entornos urbanos de alta tecnología de Edén y los devastados páramos del Sudoeste americano, salpicado de coches machacados y edificios en ruinas. El empaque visual de Freedom mejora episodio a episodio gracias a la incorporación de artistas provenientes de la película Steamboy (2004, dirigida por Otomo).
Freedom no es un anime que esté tan bien escrito y tenga personajes tan entrañables como Planetes, tan complejo y adulto como Ghost in the Shell ni tan arriesgado como Cowboy Bebop, pero entre su titubeante comienzo y su regular conclusión ofrece una historia elegantemente plasmada que contiene varios giros inesperados, que se sigue con mucho agrado y que no llega a prolongarse tanto como para que sus defectos anulen completamente sus virtudes. Si se pueden perdonar sus fallos científicos y de guión, es una serie disfrutable por toda la familia.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.