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Franco Battiato: «La actitud religiosa es la primera etapa de una búsqueda de lo sagrado»

«Hola, soy Franco Battiato. Le llamo para la entrevista». Esto es algo que está sucediendo de verdad, y por fuerza, uno se queda atónito por la emoción. Tras este pequeño choque inicial, siguen casi 45 minutos de charla [El lector debe situar esta entrevista en abril de 2000, veinte años antes de la muerte del músico]. De ahí en adelante, el compositor siciliano nos dispensa reflexiones, ironía y buen humor, confirmando una serenidad recién descubierta. «Una precariedad estable» más que un «centro de gravedad permanente», como él mismo dice.

El caso es que el Battiato del 2000 ha sufrido una transformación que lo ha llevado a buscar un mayor contacto con el público. Y la respuesta llegó con el éxito de sus últimas giras y sus trabajos más recientes, también gracias a la presencia de invitados excepcionales, como Natacha Atlas y Jim Kerr (Simple Minds) en Ferro Battuto (2001). Asimismo, el público agradeció especialmente su digresión de Fleurs (1999), su primer álbum de versiones. «Una idea nacida en España, en algún teatro de ópera donde hice algunos recitales», me dice. «Como debía tocar en un teatro tradicional, pensé en hacer una especie de programa liederístico, ligero, dividido en dos partes, con todo en el álbum (excepto las dos versiones de Fabrizio de André). Al cabo de cierto tiempo, vi la reacción del público y me dije que tal vez podría registrar esta experiencia. En realidad, la idea original nació en Sicilia, durante el primer festival de verano que estaba dirigiendo en Catania: tanto el alcalde como la concejala de Cultura querían a toda costa que hiciera un concierto. Yo no quería, pero ellos insistieron, hasta que dije: ‘Cantaré tres o cuatro canciones que no sean mías’. Interpreté cuatro canciones, entre ellas ‘La canzone dei vecchi amanti’. En España adapté esta idea: diez canciones en lugar de cuatro y un concierto dividido en dos partes. Así nació el concepto de Fleurs«.

En ese disco también hay dos versiones muy «sentidas» de dos clásicos de De André. ¿Qué representó De André para los compositores italianos?

Creo que para «La canzone dell’amore perduto» hice un arreglo particularmente bueno. Yo era un seguidor de Fabrizio. En los años sesenta, en mi habitación, escuchaba sus baladas, que tenían sabor a novedad. Más que como un colega de profesión, lo recuerdo con el cariño de uno de sus oyentes.

¿Y el proyecto de homenaje a Robert Wyatt [un músico primordial en la escena de Canterbury, batería de Soft Machine y Matching Mole]?

Robert Wyatt, en los setenta, era nuestro contemporáneo. Era uno de los nuestros. Cada uno de nosotros intentó hacer su propia experimentación; algunos en Italia, algunos en Alemania, otros en Francia o en Gran Bretaña. Todos éramos parte del mismo movimiento, que luego se llamó kosmische musik o progresivo, dependiendo del país. Todos estábamos inmersos en ese frenesí tan impactante. El mío fue un pequeño homenaje a un gran artista al que a menudo se subestima.

Usted ha dicho que quería «levantarse de la alfombra», tratando de llegar a un público más amplio. ¿Qué quiso exactamente?

Para cantar cierto tipo de canciones hay que estar de pie. Para cantar otras conviene estar sentado… Y me gusta cambiar. No me planteo el problema de la fidelidad a uno mismo. Sin embargo, incluso cuando estoy sentado me siento cómodo, y uso mis manos en lugar de mi cuerpo para interpretar cierto tipo de canciones.

Hablando de la relación con el público, ¿ha cambiado algo en la figura del cantautor? En cierto momento, usted estuvo encerrado en su ermita, aislado de los medios de comunicación y expresándose solo a través de los discos ¿Esto sería posible en la actualidad?

No, hoy el mercado es absolutamente despiadado. Si una persona está fuera, realmente está «fuera», y de alguna manera no existe. No tengo ese problema, porque afortunadamente podría prescindir de este trabajo. Me gusta hacerlo, continúo, pero siempre estoy alerta. En el siguiente disco, también puedo permitirme el lujo, quién sabe, de hacer cosas terribles…

Mantiene una asociación creativa con el profesor Manlio Sgalambro desde hace seis años. ¿Cómo cambiaron las letras de Sgalambro al músico Battiato? [Este filósofo ha escrito para Battiato los libretos de varias óperas, las letras de muchos discos ‒L’ombrello e la macchina da cucire, L’imboscata, Gommalacca, Ferro battuto, Dieci stratagemmi, Il vuoto, Apriti sesamo‒ e incluso los guiones de varias de sus películas].

Ahora tenemos una relación armónica que antes no existía. Creo que también se ve en el escenario, en los conciertos. Siempre he escrito mis letras. Siempre he sido un supuesto «compositor». Incluso para muchas piezas escribí la letra primero y luego les puse música. Ahora he dado por concluido ese período. No me gusta repetirme. Me ocurre lo mismo en el ámbito de esa otra parcela musical mía, dentro de lo que podríamos llamar música clásica: escribí una Messa Arcaica que sigo considerando entre lo mejor de mi producción, pero no voy a empezar a hacer un Messa bis. Tengo que lidiar con otros mensajes y otros materiales. La llegada de Sgalambro me hizo aceptar una prosa que puede parecerles poco natural, pero al mismo tiempo dio una diversidad de enfoques a mi trabajo y me hizo superar nuevos problemas a la hora de componer música.

La búsqueda de lo sagrado siempre ha sido uno de los temas principales de su obra. En una canción llegó a decir: «Intento perseguir lo sagrado cuando duermo». ¿Puede decirnos a qué punto ha llegado su exploración?

Llevo meditando treinta años, por lo que tal vez pueda considerarme un «profesional» … Sin la meditación, ya no podría vivir. Donde quiera que viva, siento la necesidad de retirarme. Lo hago dos veces al día, como los antiguos egipcios: me retiro al atardecer y por la mañana, antes de desayunar y después de haber hecho mis abluciones matutinas… El efecto de esta dimensión metafísica (que para mí es física) nunca ha cambiado, desde los primeros tiempos hasta hoy. Las técnicas han variado, pero el efecto sigue siendo el mismo.

Hablamos de una investigación que, sin embargo, no implica la fe en una religión existente…

La actitud religiosa es la primera etapa de una búsqueda de lo sagrado. De lo contrario no se puede ingresar a esas áreas. En fin, hay que dejar un poco de lastre afuera.

En resumen, hablaríamos de una «religión universal»…

Sí, desde luego. Las parroquias siempre me han asustado. Amo a los verdaderos místicos, no a los burócratas. Y en general, un gran místico de nuestra tradición monacal está cerca de un monje budista. De hecho, son idénticos.

Hace algún tiempo, dijo que soñaba con «el fin del mundo occidental». ¿Qué se debe enterrar? ¿Hay algo salvable?

El mundo occidental ha logrado avances notables en ciencia y tecnología. Desde este punto de vista, Occidente es intocable. Pero no alcanza ese mismo grado en lo que se refiere a lo que aparenta exteriormente: no tiene paciencia, no muestra entrega, no quiere estudiar, pretende engañar a los demás. Todas esas son nuestras especialidades. El problema es que ahora hemos infectado al resto del mundo…

Cierto, paciencia y lentitud. Otros dos temas fundamentales de su obra. Pero, ¿es posible «ralentizar la vida»?

Yo vivo asi. Incluso cuando ando por ahí, apenas me fijo en el tiempo. Existe el cansancio de una gira, sobre todo cuando se recorren trescientos kilómetros al día. No puedo subestimarlo. Pero durante esa media hora en que me retiro, encuentro mi mundo.

Un mundo hecho sobre todo de silencio, como reitera en canciones como «Another Life» y «An Ocean of Silence»…

Sí, el silencio para mí es como el oxígeno: es la vida.

Usted fue uno de los primeros en hablar sobre la comercialización de la religión. Predijo el advenimiento de «budas en las mesitas de noche» o «balances abiertos sobre el cabello del Papa» («Magic Shop», 1980). ¿Existe hoy el riesgo de un supermercado de la espiritualidad con la Nueva Era y fenómenos similares?

Dios, qué desesperación … Por lo general, no me interesan los «fenómenos». Dado que no me interesa el movimiento católico, tampoco me atrae el de la Nueva Era. Por supuesto, me gusta hablar con un católico, con un budista… Pero, ¿qué es el budismo? Descúbrelo con todo lo que se ha escrito… Buda dejó una la tradición oral. Y con Cristo sucede un poco lo mismo. La explotación de la espiritualidad es un problema de quienes la realizan. Recuerdo un episodio que viví de niño. A mi padre, en la plaza, se le acercó un amigo que le dijo: «Vi al padre como se llame, que comía carne los viernes, ¿y debo creer en Dios?». ¿Es posible que la fe se reduzca a esto? Cada uno tiene que seguir su propio camino. Los demás harán lo que quieran. Pero así como yo no voy a la iglesia porque esa liturgia no me fascina, tampoco puedo hacer como Savonarola e ir allí y decir «te irás al infierno»…

¿Qué queda de su experiencia en Bagdad tras ese histórico concierto en Irak [el 4 de diciembre de 1992]?

Dejamos una huella imborrable. En la escuela, hasta hace poco, se ponían cintas con mi música, se estudiaban mis canciones. Fue una relación humana muy conmovedora, que he tratado de mantener a lo largo de los años, trabajando con asociaciones como «Un ponte per Baghdad». Pero ciertamente los intereses a tener en cuenta eran enormes. Llevamos a los niños al hospital de Parma. Pequeñas cosas, pero detrás de todo eso hay gigantes que tienen interés en mantener determinadas situaciones. Ellos son los que generan las guerras.

¿Alguna vez ha temido ser explotado por el régimen iraquí?

No, nunca me preocupé por ello. Por otro lado, me decían «Vete al diablo» y yo les respondía «¿Por qué, si aquí está el paraíso?».

Recientemente colaboró ​​con Csi, Bluvertigo y otros músicos italianos emergentes. ¿Cree que ha habido un crecimiento de la música de autor italiana en los últimos tiempos?

Sí, y también notable. He escuchado a varias bandas interesantes. Muchos intérpretes van abriéndose camino. Hay más espacio, el público se ha ampliado e incluso la realidad musical italiana es más compleja. Hay grupos entraron en la clasificación de los más vendidos que hace apenas dos o tres años ni siquiera podían aspirar a estar entre los cincuenta primeros.

¿Sigue teniendo relación con los teatros y los festivales culturales italianos? ¿Y cómo juzga esta experiencia?

Lo considero un «servicio», que para mí es, sobre todo, divertido, y que aquí y allá consigue dar resultados importantes. Hemos presentado figuras como Sakamoto y David Byrne. Y para ver a Björk, también en Fano, vino público de todo el mundo…

En «Shock In My Town», una de sus canciones más recientes, empleó las palabras «Velvet Underground». ¿Es solo un coro agradable o un tributo a una banda histórica?

Es un poco ambas cosas. En realidad, esa es una pieza alucinante. Una especie de delirio urbano. De todos modos, puedo decir que he conocido a algunos músicos de la Velvet Underground. En 1975 hice una gira por Francia, con Nico y John Cale (el primer cantante y uno de los músicos clave de la Velvet). Hubo problemas muy fuertes entre los dos, debido a la envidia de John Cale hacia Nico, quien era la preferida del público. Ella tenía muchos problemas con las drogas. La primera vez que la vi, me preguntó si había visto al «Señor polvo». «¿Quién es?», le pregunté ingenuamente. Me hizo una señal inequívoca, tocándose la nariz… «No, no tengo», contesté… Una vez, en el mítico Bataclan de París, Nico se estaba maquillando. Le susurré: «Cazzo, ma questa c’ha cinquant’anni!» («¡Joder, pero si ya tiene cincuenta años!»). Ella me miró en el espejo y me dijo: «En realidad, unos cuantos menos»… Me quedé inmóvil. Luego me explicó que había estado en Roma durante dos años y entendía bien el italiano.

Una última curiosidad: ¿volverá alguna vez a cantar con Alice? [En 1981 esta cantautora escribió la canción «Per Elisa» junto con Battiato y Giusto Pio. Esa colaboración se prolongó en el álbum Alice y en sencillos como «Una notte special» o «Message». Alice y Battiato llegaron a interpretar juntos «Chanson egocentrique», includa en el álbum Azimut (1982)]

Por ahoran no lo creo, pero nunca se sabe…

Franco Battiato (Ionia, 1945-Milo, 2021), responsable de discos tan admirados como La voce del padrone (1981), L’arca di Noè (1982) y Orizzonti perduti (1983), concedió esta entrevista a Claudio Fabretti en abril de 2001 © Claudio Fabretti. Publicado por cortesía de OndaRock con licencia CC. Traducción de Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Imagen superior: «Temporary Road – (una) Vita di Franco Battiato» (2013), de Giuseppe Pollicelli y Mario Tani.