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Filosofantes

Alguna vez el filósofo Karl Jaspers disertó sobre lo que él denominaba filosofantes independientes. Los ubicaba en la Grecia clásica, de algún modo al margen de los filósofos formales como Platón y Aristóteles. Lo que hoy denominamos outsiders como si en español no existiera el sustantivo marginales. Al revés que los anteriores, que actuaban en el ágora o en jardines privados, es decir en medios urbanos, los filosofantes vagaban por los caminos o se aislaban en unas ermitas, lejos de las ciudades. Una aureola doble, de admiración y desconfianza, los rodeaba.

Jaspers los describe cumplidamente. Eran pobres, solterones, de profesión desconocida, apolíticos, indiferentes a los golpes del destino, independientes de cualquier poder formal, alegres de rechazar encargos. Las instituciones formales les parecían molestas y ridículas, a la vez que exaltaban las virtudes de la errancia, es decir del camino y la choza. Con una mezcla de orgullo y frivolidad, con una altanera seguridad en el efecto de sus tareas, consiguieron el rechazo algo airado de los que podríamos denominar filósofos profesionales. Al deísmo general oponían el ateísmo y a los fundamentos proporcionados por disciplinas exteriores, reclamaban su derecho a autofundarse. Su objetivo era la libertad a través de la independencia, de manera que las instituciones sociales y políticas les parecían risibles, altisonantes y tristes en comparación con la alegría del camino y el aire libre.

Los pensadores tardíos del mundo griego los juzgaron dogmáticos y los recluyeron en el archivo de los mitos, como objetos de poemas y canciones a medias nostálgicas y burlonas. No obstante, el tema de la libertad de pensamiento y la autonomía del filósofo siguieron en pie hasta nuestros días. La pregunta crucial es, al respecto, ¿puede un pensador ponerse a meditar fuera del mundo? Dicho de otra manera: ¿puede formularse una filosofía al margen de la sociedad? Filosofar, para los griegos, era pensar lo que dicen las palabras, el logos, y las palabras son siempre, más o menos, comunicativas, buscan la comunidad, apelan al otro. O, más simplemente, son apelaciones o sea llamados. Para conseguir una absoluta libertad, el filosofante se independiza del mundo que es, en la práctica, ponerse a depender de un mundo que desconoce pero al cual pertenece como todos sus semejantes.

Jaspers ve diluirse esta filosofancia alternativa a la filosofía en cierto momento de la historia, en cualquier caso en una fecha que hoy consideramos parte de la antigüedad. No obstante, leyendo páginas de opinión, tanto en papel o en pantalla, y escuchando y viendo determinadas tertulias, la filosofancia parece haber renacido; cuando no, haberse mantenido con intermitencia a lo largo de los siglos. Lo que falta, desde luego, es el vagabundaje que conduce a la ermita. Ha sido sustituido por el piso céntrico o el chalet en las afueras. La ciudad sigue en pie. El mundo, también.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")