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«A puerta cerrada» (1944), de Jean-Paul Sartre

A puerta cerrada (Huis clos) es una obra de teatro escrita por el filósofo existencialista Jean-Paul Sartre. Se estrenó el año 1944 en el Théâtre du Vieux-Colombier de París y, sin duda, resulta esencial para comprender el pensamiento sartriano más allá de sus libros más académicos y ortodoxos.

Esta obra le sirve a Sartre como vehículo para hacer patente su propuesta filosófica en la vida cotidiana. De hecho, aquí se plasma una de sus expresiones más conocidas: el infierno son los otros (L’enfer, c’est les autres), que viene a ser la idea central de esta pieza.

El escenario es el infierno, pero lejos de aparecer como el antro de condenación descrito por Dante, lo que vemos son cuartos: habitaciones administradas y atendidas por camareros.

Joseph Garcin, uno de los protagonistas, es llevado a una de estas estancias. Junto a él, también ingresan dos mujeres, Inés Serrano y Estelle Rigault. Cuando los tres están  dentro, la puerta es cerrada con llave. Y ahí comienza la condena.

Tanto Garcin como Estelle e Inés esperan que venga el verdugo a castigar sus crímenes, pero este nunca llega. Aún no saben que el infierno, en realidad, es la imposibilidad de vivir sin los otros. Tras esta espera, su conversación prosigue a pesar de las reticencias iniciales de Garcin. Al final, terminan contándose sus respectivos crímenes.

Garcin es un desertor que murió fusilado. Además de un cobarde, fue infiel y maltrató a su esposa. Inés es una empleada postal lesbiana cuyo afán manipulador acabó causando tres muertes, incluida la suya propia. Estelle es una mujer de la alta sociedad que se casó por interés, luego fue infiel a su marido, y tras quedar embarazada en esa aventura extramatrimonial, acabó matando a su hija y provocando el suicidio de su amante, padre de la niña.

Así pues, son la cobardía, la crueldad y el egoísmo lo que conduce a estos tres personajes a la perdición. Garcin acaba detestando la presencia de las dos mujeres y decide abandonar el lugar. Pero aunque la puerta de la habitación se abre, no logra salir. Al contrario, decide quedarse, pues sabe que más allá de la habitación no hay nadie. Las únicas personas que pueden seguir pensando en él son Estelle e Inés, y Garcin las necesita.

En este punto, Sartre recalca que existir es existir con el otro. Como señala Garcin: «Así que esto es el infierno. Nunca lo hubiera creído… ¿Recordáis?: el azufre, la hoguera, la parrilla… ¡Ah! Qué broma. No hay necesidad de parrillas, el infierno son los Demás».

En la edición discográfica de A puerta cerrada publicada por Gallimard, se incluye una entrevista de Sartre con Moshe Naïm realizada en 1964. “Quería mostrar, por medio del absurdo ‒dice el filósofo en ese diálogo‒, la importancia que tiene para nosotros la libertad. Es decir, la importancia de cambiar unos actos por otros. Sea cual sea el círculo del infierno en el que vivamos, creo que somos libres de romperlo. Y si la gente no lo rompe, es porque se quedan allí libremente».

«Cuando escribes una obra de teatro ‒explica‒, siempre hay motivos circunstanciales y preocupaciones profundas. El motivo circunstancial es que, en el momento en que escribí A puerta cerrada, allá por 1943 y principios de 1944, yo tenía tres amigos (Michel Vitold, Gaby Sylvia y Tania Balachova), y quería que interpretasen una obra —una obra mía— sin favorecer a ninguno de ellos. Es decir, quería que estuvieran juntos todo el tiempo en el escenario. (…) Y me dije: ¿cómo puedes juntar a tres personas sin que una de ellas salga nunca y mantenerlas en el escenario hasta el final, como si fuera una eternidad? De ahí me vino la idea de meterlos en el infierno y convertir a cada uno en verdugo de los otros dos. (…) Quería decir ‘el infierno son los demás’. Pero la expresión ‘El infierno son los demás’ siempre ha sido malinterpretada. La gente pensaba que quería decir con eso que nuestras relaciones con los demás siempre son venenosas, que siempre son relaciones infernales. Pero es otra cosa lo que quiero decir. Me refiero a que si la relación con los demás es torcida, defectuosa, entonces el otro solo puede ser un infierno. ¿Por qué? Porque los otros son, básicamente, lo más importante de nosotros. (…) Cuando pensamos en nosotros mismos, cuando tratamos de conocernos, básicamente utilizamos el conocimiento que los demás ya tienen de nosotros. Nos juzgamos con los medios que los demás tienen –nos han dado– para juzgarnos. Diga lo que diga sobre mí, el juicio de los demás siempre entra en juego. (…) Lo cual significa que, si mis relaciones son malas, me pongo en total dependencia de los otros y entonces, en efecto, estoy en el infierno. Y hay mucha gente en el mundo que está en el infierno porque depende demasiado del juicio de los demás. Pero eso de ninguna manera significa que uno no pueda tener otras relaciones con los otros».

Ciertamente, como dice Sartre, el otro siempre nos interpela, nos reclama y nos hace presentes. Nos determina, nos revela, y llegado el caso, nos angustia e irrita, del mismo modo que las palabras de Inés y Estelle son insoportables para Garcin. Y sin embargo, a pesar de la quemazón que produce el juicio ajeno, no podemos vivir al margen de él.

Este es el verdadero problema de la existencia. Ya no es Dios quien todo lo ve y lo juzga, sino el otro. La mirada del otro es el infierno porque no nos podemos escapar de ella.

De nada sirve apartarse. El otro es parte constitutiva del yo y así nos lo hace ver Sartre cuando Garcin, aun teniendo la puerta abierta, sabe que no puede huir, porque no puede escapar de Inés y Estelle.

Pero el infierno no es absoluto ni está determinado. Sartre también señala que la libertad es fundamental para romper con el infierno o permanecer en él.

Aunque a veces la obra pueda resultar angustiosa (y no olvidemos que la angustia se convierte en un tema clave para Sartre), también es, sin duda, una fuente de meditación maravillosa que nos lleva a cuestionar nuestra relación con los demás. Tras esta lectura, queda claro que el otro se revela como una pieza insustituible en nuestra vida.

Sinopsis

Filósofo, ensayista, narrador y autor dramático, Jean-Paul Sartre (1905-1980) ocupó un lugar central, como intelectual y como hombre público, en la vida cultural y política francesa a lo largo de más de tres décadas. La influencia de sus ideas desbordó, por lo demás, las fronteras de su país y animó debates y polémicas en el mundo entero. La concesión del Premio Nobel en 1964, aunque rechazado por Sartre, significó el reconocimiento de su talento como escritor. Asociada su figura durante la posguerra a la boga del existencialismo y, más tarde, a las tentativas de renovación del marxismo, a los combates anticolonialistas y a los movimientos radicales nacidos en 1968, el pensamiento, la literatura y la política se hallan inextricablemente unidos en su obra; la novela, el cuento, el teatro, el ensayo, el panfleto de denuncia y las investigaciones filosóficas fueron otros tantos vehículos de expresión al servicio de un único proyecto.

Copyright del artículo © Paula Sánchez Romero. Reservados todos los derechos.

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Paula Sánchez

Estudiante de Filosofía en la Universidad de Barcelona y de Ciencias Religiosas en el Institut Superior de Ciències Religioses de Barcelona (ISCREB). Combina sus estudios con distintos seminarios (sobre todo de teología, en el Centre d'Estudis Cristianisme i Justícia) y forma parte del Seminario de Teología y Ciencias de Barcelona (STICB).