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«Estancias», de Martin Heidegger

Estancias, de Martin Heidegger, no es un libro cualquiera. En él se recoge la experiencia que el filósofo alemán vivió durante su primer viaje a Grecia. Pero Estancias no es sólo una obra íntima, sino un texto donde Heidegger no pierde la oportunidad de entrelazar sus vivencias más personales con las ideas que le acompañaron durante toda su vida, y que de una forma u otra, fue desvelando en el resto de su obra.

Elfride, la mujer del filósofo, fue quien le regaló este viaje a Grecia. Después de muchos preparativos y previsiones, Heidegger partió hacia la cuna de la filosofía en la primavera de 1962. Él y su mujer viajaron hasta Venecia, y desde allí, emprendieron su aventura. Primero se dirigieron a Creta y visitaron las islas del Mar Egeo, poniendo especial hincapié en la isla de Delos. Finalmente, completaron su recorrido en Atenas, Egina y Delfos.

Heidegger anheló durante mucho tiempo este proyecto. Creía que ir a esa tierra sería, como mínimo, una experiencia reveladora, idónea para encontrar respuesta a los interrogantes que había plasmado en otros libros.

A la hora de planear el itinerario, nos cuenta que vive con miedo el día en que pise Grecia, pues no sabe si quedará decepcionado. La Grecia que él esperaba podía no ser aquella patria que iluminó el pensamiento. ¿Habría quedado un lugar tan sublime sepultado por la técnica y la brutalidad del mundo moderno?

En un principio, esa decepción parece inevitable. Cuando vislumbra Corfú, llega a decir que ese paisaje no parece guardar relación con la Odisea, e incluso se pregunta si eso ya es Grecia. Sin embargo, poco a poco, a medida que va visitando nuevos pueblos, comienza a disfrutar de la travesía. De hecho, acaba descubriendo la experiencia de lo divino, lo sagrado y lo oculto. Acompañado por la poesía de Hölderlin, recordando a  Heráclito y Platón, Heidegger nos deleita con excelsas reflexiones.

Con todo, lo cierto es que el filósofo pasó más tiempo en el camarote, tomando notas, que visitando las ruinas. Y no porque no le interesaran, sino porque sus expectativas no se veían colmadas. El turismo masivo, despreocupado por el significado profundo de aquellos enclaves, le incitó a plantear una crítica que está a la orden del día: «A lo largo de las horas que permanecimos en el recinto sagrado ‒el Areópago de Atenas‒ la multitud de visitantes había ido aumentado considerablemente. Por todas partes gente fotografiando. Arrojan su memoria en la imagen técnicamente elaborada. Renuncian, sin darse cuenta, a la fiesta desconocida del pensar. (…) A cada paso iba desvaneciéndose más y más lo sagrado del lugar».

En todo caso, aquel viaje también tuvo momentos estelares. Sobre todo, en Delos, donde se lanzó a una poética disertación sobre el concepto de αλήθεια (verdad). Así, nos llega a decir que allí encontró la confirmación sobre las relaciones de desocultamiento y ocultamiento: «Lo en apariencia solo imaginado se cumplió, se llenó de presencia, de aquello que esclarecido en otro tiempo bridó por primera vez presencia a los griegos». A través de esta experiencia, descubrió «lo invisible suyo como lo invisible en todas las cosas, sólo por lo cual todo presente se abre a la visibilidad y perceptibilidad y permanece en ellas».

El impacto que causó en él aquella visita a Delos («la manifiesta, la que luce, la que congrega todo en su apertura, la que por su lucir oculta todo en un presente») condicionó el resto del viaje.

Tras una estancia en Delfos, Heidegger se despidió de Grecia señalando que a este país «se le concedió un don extraordinario: el de difundir la profusión de lo sagrado, su amenaza llena de benevolencia. A pesar de todo su gusto por la navegación, sus habitantes y pueblos conocían la vida sedentaria y los límites que, frente a lo bárbaro, demarcan los aposentos de los dioses. A pesar de toda su ambición en el combate, sabían celebrar lo grande y reconocer lo alto para fundar el mundo. Nosotros, seres humanos de hoy, parecemos como expulsados de tal morada, perdidos en las cadenas de la planificación calculadora».

Como ven, Estancias conjuga la vivencia personal con la filosofía, pero además, nos brinda un recorrido personal por esa tierra de poetas y morada de dioses.

Sinopsis

«Ese “dónde”, que asciende desde un gran abandono, dolorosamente clamante: ¿qué busca ese preguntar? ¿Qué vislumbra el poeta al clamar? La huida de los dioses y con ella la desolación de la morada de los seres humanos, el vacío de sus obras, la vanidad de sus actos. En ese punto, la mirada, sin el apoyo de una experiencia real del archipiélago, se aventura a la Grecia sida. ¿Por qué Hölderlin no tuvo necesidad de una experiencia así? Quizá porque él veía más lejos, previendo la llegada del Dios venidero, de modo que era en el ámbito de esa previsión donde sólo lo sido adquiría su actualidad propia. ¿En modo alguno, pues, el clamor poético surgía de un mero abandono, sino de la firme esperanza, más allá de todo desamparo, en algo venidero? Algo que sólo con acercarse genera un férvido clamor. ¿Oímos todavía el clamor, nosotros, gentes de hoy? ¿Entendemos que tal escucha ha de ser ella misma una participación en él, sobre todo dentro de un mundo de seres humanos, que corre como loco al borde de la autodestrucción, cuyos manejos acallan cualquier clamor y lo empujan a lo vano?»

El primer viaje de Martin Heidegger a Grecia –un regalo de su mujer– necesitó muchos años de preparación. Grande fue el temor que –con mayor fuerza de la que hubieran conseguido circunstancias externas– una y otra vez demoró la partida.

“Pero el regalo llegó a consumarse.” En la primavera del año 1962 se superó el umbral del sueño, se emprendió el viaje, que condujo en barco desde Venecia hasta el Peloponeso, a Creta y Rodas; después, a través del Egeo –con Delos como centro–, a Atenas, Egina y Delfos, y de vuelta a Venecia.

Al principio, no enmudecían las mortificantes dudas sobre “si sería concedida siquiera una experiencia de lo griego inicial”. Tampoco en Olimpia. “Lo griego quedó a la espera.”

Pero, después, “la isla de las islas” deparó el cumplimiento. “Debido a la experiencia de Delos el viaje a Grecia se convirtió por primera vez en estancia, en permanencia clarificada en aquello que es la ’Al¸uheia.”

A su luz continúa el viaje. En adelante, el pensamiento permanece siempre en la cuestión –referida tanto a las experiencias de Grecia como al mundo de hoy– de si, y cómo, puede negarse o concederse “estancia”.

El viaje de vuelta por el Adriático “se convirtió, todo él, en una acción de gracias por el regalo de la estancia y del atisbo de su ámbito”.

El libro incluye las reproducciones de las acuarelas de su mujer y las primeras páginas del manuscrito.

Traducción de Isidoro Reguera Pérez

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Paula Sánchez

Estudiante de Filosofía en la Universidad de Barcelona y de Ciencias Religiosas en el Institut Superior de Ciències Religioses de Barcelona (ISCREB). Combina sus estudios con distintos seminarios (sobre todo de teología, en el Centre d'Estudis Cristianisme i Justícia) y forma parte del Seminario de Teología y Ciencias de Barcelona (STICB).