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Lucrecia, un destello en la tiniebla

A caballo entre el reportaje histórico y la biografía novelada, Isabel Barceló (Sax, Alicante) aborda en Lucrecia Borgia (1480-1519). Bajo una nueva luz, (Sargantana 2021) una mirada personal acerca de uno de los personajes más vilipendiados de la Historia debido a su leyenda de mujer superficial y frívola, una imagen que ha perdurado a través de los siglos hasta nuestros días.

Barceló, experta entusiasta de la historia de la Ciudad Eterna, devoción demostrada en su anterior publicación Mujeres de Roma (Sargantana, 2018), acude en esta obra a rescatar el verdadero rostro de la hija culta y delicada del papa valenciano Alejandro VI. Y lo hace invitando al lector a entrar en la máquina del túnel del tiempo, en alusión a aquella serie norteamericana de televisión de los sesenta en la que unos científicos, al penetrar en el artilugio de forma cilíndrica, quedaban transportados a diferentes épocas de la humanidad. De esta manera, y gracias a la pluma de la autora, el lector aparece de repente como en aquellos telefilmes en la Italia del Renacimiento, una tierra desmenuzada a la sazón en un rosario de reinos, repúblicas, ducados, marquesados y otros feudos enzarzados en trepidantes alianzas político-matrimoniales afanadas en conseguir mayores cuotas de poder en las que “cada cual movía sus fichas en absoluto secreto” en el gran tablero europeo. Y en medio de este fuego cruzado, una Lucrecia Borgia que Barceló nos dibuja como una silueta de pasos etéreos y exquisitos, aunque con una sorprendente firmeza de carácter y honestidad en sus decisiones. Se diría incluso que la autora presta su voz para que la duquesa de Ferrara, Módena y Reggio se defienda de las difamaciones vertidas con acrimonia sobre su persona, como esas leyendas negras que envuelven a tantos personajes históricos, y que en este caso la mano bondadosa de la autora de Mujeres de Roma, logra rescatar de la espesa niebla de la mezquindad. Y lo ha conseguido tras muchas horas de estudio e investigación accediendo a numerosas publicaciones recientes sobre la familia d’Este, la de su último marido, y a su ducado, a principios del siglo XVI. Pero sobre todo gracias al abundante material del Archivo di Stato de Módena que al fin ha visto la luz. No es difícil imaginar a la autora de Sax en la misma disposición que el público habitual de la escena que filmó Wim Wenders en El cielo sobre Berlín que nos recuerda Irene Vallejo en su ensayo El infinito en un junco:

“Sin que nadie llegue a percibirlo, entra en la biblioteca un grupo de ángeles ataviados con esa memorable estética de los años ochenta (…) Observan a su alrededor, con curiosidad y asombro, rostros ensimismados y miradas sumergidas en las palabras (…) Los ángeles poseen el don de escuchar los pensamientos de las personas. Aunque nadie habla, captan a su paso un murmullo constante de palabras susurradas”

La aventura viajera que nos propone Isabel Barceló coincide con el planteamiento de Tzvetan Todorov en el descubrimiento que “el yo hace del otro”. Así lo manifestó también Claudio Magris en la entrevista concedida al suplemento ABC Cultural (24 de febrero de 2001) cuando el autor de Trieste declaraba sentir curiosidad por recorrer la ruta de don Quijote “como de niños que quieren ver los campos de batalla, ir a conocer los escenarios de la literatura (…) ver la llanura y los olores, el blanco y el añil, la maravillosa tierra roja al lado de la Cueva de Montesinos”.

Quizá en esta ocasión, Barceló haya tomado la lanza del ingenioso hidalgo para convertirla en pluma y deshacer los agravios y entuertos que habían transformado a Lucrecia Borgia en zafia y pervertida aldeana cuando en realidad se trataba de una princesa reinante, “llena de luces y sombras, de enigmas indescifrables, pues la suya fue una personalidad tan compleja como el tiempo en el que discurrió su vida” según escribe Joan F. Mira en el prólogo de esta obra.

Con una narrativa de evidente rigor documental y una estilística dotada de ingeniosas metáforas y adjetivación sensorial, la autora estructura la obra en dos partes diferenciadas, Roma y Ferrara. La primera transcurre en las estancias vaticanas junto a su padre el cardenal Rodrigo Borja, que sería elegido con posterioridad Vicario de Cristo con el nombre de Alejandro VI. La etapa en Roma supuso para la jovencísima Lucrecia todo un aprendizaje y una oportunidad para demostrar su capacidad de gestión de los asuntos políticos con una sorprendente diplomacia. Así lo llevó a cabo cuando por razones de Estado tuvo que sustituir a su padre en momentos puntuales de su pontificado. Barceló lo recrea con la exquisitez y sensibilidad propias de una corte renacentista:

“Ella, consciente de la importancia que el papa otorgaba a esos encuentros ‒y que a ella misma la encumbraban‒ esperaba a sus invitados al pie de la escalinata que subía desde el patio a la planta noble. Les daba la bienvenida con suma gracia y subían juntos los peldaños entre el frufrú de la seda y los tejidos preciosos, hasta los salones de la planta noble Allí con sus damas y otros asistentes, disfrutaban de honestas e ingeniosas conversaciones, juegos, refrigerios y buena música.”

Ese mundo ideal, en apariencia perfecto, que parecía funcionar con la precisión de un reloj, acusaba notables sacudidas a causa de las incesantes intrigas, guerras e intereses dinásticos que afectaban directamente a Lucrecia, aunque de alguna manera fortalecieron su resistencia ante en el torbellino emocional que adoptaría el anacoluto de su destino. A la vuelta de la esquina aguardaba la anulación de su primer matrimonio, el de Juan Sforza, señor de Pésaro, y el asesinato de su segundo esposo, Alfonso de Aragón. No en vano señala Barceló: “Un solo soplo bastaba para apagar una vela y una vida”. No había duda. Lucrecia viviría al límite en infinidad de tortuosos ambages. Una existencia la suya de sobresalto en sobresalto. No esperaba gran cosa de su segundo marido. No fue así como se verá. Cavilaciones y temores que son expuestos por la autora con cierto aire cinematográfico y un evidente paralelismo estructural alrededor del concepto de nitidez:

“Se quedó un instante con una copa de agua en el aire, a mitad camino entre la mesa y su boca, sorprendida de que semejante pensamiento le hubiera aflorado de manera tan clara y transparente. Era injusta esa desconfianza sin conocerlo …”

En la segunda parte, Barceló ya nos presenta a una Lucrecia ya convertida en duquesa de Ferrara al contraer terceras nupcias con Alfonso d’Este. El cuidado de sus hijos, la economía del ducado y el bienestar de sus súbditos consolidaron su carácter y fortaleza moral, resignándose a la presencia intermitente de su esposo, siempre ocupado en resolver conflictos bélicos por las continuas amenazas y alianzas estratégicas de una Europa semejante a un damero geopolítico. En cierta manera, no muy alejado de nuestro mundo actual.

Hasta el final de sus días, Lucrecia Borgia estuvo gozando de periodos de sosiego alternados con repentinas turbulencias, que la dilecta hija de Alejandro VI afrontaba con notable entereza en sus aposentos del palacio de Ferrara. Un hortus conclusus asociado al descanso y a la privacidad semejante “a un paraíso fuera del tiempo y el espacio, estático en su perfección, inmutable (…) universo ordenado por la mano del hombre en el cual todo era belleza, equilibrio, vitalidad; una naturaleza domesticada, espejismo o espejo de la perfección a la cual aspiraba el alma.”

Lucrecia nunca descuidó sus deberes religiosos y menos en los últimos momentos de su existencia. En este sentido, Barceló hilvana párrafos de gran valor imaginario, contradictorio si se quiere, como el oxímoron que encierra el siguiente párrafo: “Lucrecia cerró su breviario y descansó la vista en los ramos de siemprevivas bordados en la colcha de satén morada.” Un efecto visual propio del espacio sensorial y la función de los objetos que participan en la escena. De este modo, Georges Matoré señala que buena parte de la actitud del individuo ante su entorno puede estudiarse mediante asociaciones mentales y simbólicas sugeridas a través de las sensaciones: la bordadura de siemprevivas que anuncian una contradicción y el satén morado que inspira dolor y expiación ante la parca que llegaba para buscarle.

Quizá la imagen más genuina que ha llegado hasta hoy de aquella princesa reinante es la que pintara Bartolomeo Veneto para el convento de San Antonio de Polesine de Ferrara, cenobio fundado por la beata Beatrice II d’Este y encargado por el tercer marido de Lucrecia en homenaje a la persona más popular y querida de la familia. Veneto supo captar los rasgos renacentistas de la heroína de esta historia en el retrato de la beata. Y quién como la propia Lucrecia, modelo del pintor a la sazón, encarnaría mejor esa virtud y entereza que le aportaría su religiosidad. Una composición que recuerda vagamente a La Gioconda de Leonardo, tanto por la serenidad de su rostro, reflejo del dominio de los sentimientos, como por el paisaje azulado del fondo que inspira un momento encalmado. Belleza y terror a un tiempo por la cara oscura de las crueles guerras extendidas por el continente en aquel contexto histórico. De ahí que “la frontera entre la vida y la muerte (fuera) más fina que un cabello” como muy bien señala Isabel Barceló.

A tal efecto preferimos quedarnos con la cara más amable y luminosa del Renacimiento, ruptura fundamental con la sombría Edad Media y el retorno a un mensaje intelectual y estético de la Antigüedad grecolatina, esbozando así los rasgos constitutivos del mundo moderno. El historiador Philippe Goujard matiza el carácter vago de la noción de Renacimiento que puede oscurecer el fondo de la cuestión. Por un lado, las corrientes que postulan la continuidad con el pensamiento del medioevo que no ignoraban las aportaciones de la Antigüedad y por otro las de un pensamiento renacentista alimentado por los grandes textos del medioevo. Según Goujard, aunque ambas posturas contengan su parte de verdad, “nos parece más operativo el concepto de humanismo, movimiento intelectual nacido en el siglo XIV en Italia, que define no sólo un conjunto de métodos y valores renovados, sino también un medio de nuevos intelectuales nacido de determinadas condiciones económicas, políticas, sociales y culturales”.

Isabel Barceló nos acerca con su obra a ese mensaje intelectual y estético, humanista, en el que subyace la figura de Lucrecia, ya desprovista de toda distorsión, porque en el fondo, y en expresión de Constantino Bértolo, “somos carne y libros, piel y palabras, encuentro y extravío”. Toda una declaración de intenciones contra la deriva de las Humanidades en el mundo actual. Una decadencia acrecentada por absurdos planes educativos que desprecian las bellas artes, la filosofía y ocultan las lenguas clásicas. Bueno es recordar que fue la filología la que permitió el descubrimiento de la Antigüedad, además de contribuir al desarrollo del espíritu crítico, no solo focalizado en los manuscritos, sino en otros conocimientos como la belleza y la estética en la actualidad denostadas y sustituidas por la vulgaridad, la ignorancia y un cinismo que sobrevuela una libertad de expresión mal entendida. El declive de una sociedad como la nuestra se alegoriza, por crear un cierto paralelismo, en la figura de Joachim Ziemssen, el bello primo de Hans Castorp, cuyo torso está carcomido por dentro, lleno de cavernas tuberculosas; como la misma montaña mágica, que describiera Thomas Mann en su novela homónima, un monumento funerario similar al pulmón del tísico, donde el tiempo tropieza ante una interrupción de la memoria. Solo el afán de curiosidad y búsqueda de la verdad que caracterizaban la figura de Guillermo de Baskerville, impulsarán el movimiento pendular, el que rige el destino del pensamiento, hacia el mismo diluculum que acaba de iluminar la figura de Lucrecia Borgia.

Sinopsis

Ninguna mujer de la Edad Moderna ha sido tan maltratada por la historia como Lucrecia Borgia, hija del papa valenciano Alejandro VI. El retrato que ha calado en el imaginario popular es el de una libertina, incestuosa y madre desalmada que envenenaba a sus amantes una vez satisfecha su pasión. Esta imagen tan infamante y alejada de la realidad histórica se debe en gran parte al escritor francés Victor Hugo y su drama romántico Lucrecia Borgia, que inspiró la ópera del mismo título de Donizzeti. El impacto de ambas obras sobre el público fue enorme y penetró de tal manera que el nombre de Lucrecia Borgia sigue siendo sinónimo de depravación.
La vida de Lucrecia está llena de luces y sombras, de enigmas indescifrables, pues la suya fue una personalidad compleja, como complejo fue el tiempo y el espacio en los que le tocó vivir. Y, sin embargo, a distancia de 500 años de su muerte, todavía es posible «oír su voz», oír las voces de sus coetáneos y aproximarnos a su vida con respeto y con voluntad de comprender. Y lo que se vislumbra no es, en absoluto, el estereotipo de cartón-piedra forjado por la leyenda negra, sino una mujer solar, sorprendente y humana.

Copyright del artículo © Francisco López Porcal. Reservados todos los derechos.

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Francisco López Porcal

Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Valencia (1998) y Doctor por la Universidad Cardenal Herrera-CEU de Valencia (2014), con una investigación acerca de la noción de imaginarios en el espacio ciudadano y sus conexiones con el discurso ficcional de la novela. Ha participado en diversos congresos y es colaborador habitual en prensa diaria "Las Provincias", "Levante-EMV", "Elperiodicodeaqui" y Radio4gBenidorm y en revistas especializadas, como "Revista de Letras", canal oficial de crítica y cultura de La Vanguardia.com, de Barcelona, en "Makma. Revista de artes visuales y cultura contemporánea", de Valencia, y en "El Cuaderno. Revista digital de cultura", de Gijón. Desde mayo de 2021, participa en tertulias culturales de la 99.9 Plaza Radio de Valencia. Ha colaborado en libros como "Santos Juanes. Diversas publicaciones sobre esta Real Parroquia" (Ayuntamiento de Valencia, 2002) y en "101 relatos sobre la publicidad antigua" (Editorial Vinatea, 2018). Es autor del ensayo "La Valencia literaria desde el espacio narrativo" (UNED Alzira-Valencia, 2018) y de las novelas "Atrapados en el umbral" (Sargantana, 2019) y “La ciudad de las vanidades” (Sargantana, 2022).