Empiezo a documentarme para más entregas de Nuevas Hazañas Bélicas, y comienzo por una perspectiva externa, que provee de un mayor contexto, la del británico de izquierdas Gerald Brenan en su libro El laberinto español.
Observad la clarividencia con que ¡en 1943! explica los tradicionales fanatismo y corrupción del pueblo español:
«Las clases pobres –escribe– se adscribieron, pues, a esas doctrinas (políticas –anarquismo o socialismo–) con el mismo espíritu, con el mismo fervor religioso y la misma simplicidad con que en tiempos pasados habían aceptado el catolicismo.»
«Cuando se envidiaba a los ricos (y los españoles son un pueblo muy envidioso) –continúa Brenan–, ello significaba casi tanto el deseo de rebajarlos como el de elevarse hasta ellos. (…) Pero este tipo de injusticia (social) no venía a ser otra cosa que un síntoma de un mal mucho más general aún: la corrupción de todas las clases de la sociedad. (…) No solamente abundaban las defraudaciones, más o menos legalizadas en los municipios, sino que se consideraba una traición el denunciarlas.»
«España –escribe–, a partir del momento en que perdió su fe católica, ha sido sobre todo un país a la búsqueda de una ideología. Una idea nueva, incitación a la acción común, se presiente que podría liberar todo ese cúmulo de energías hasta aquí dirigidas únicamente contra sí mismas; y en vez de batallar sin objeto en torno a sus propios problemas, España podría muy bien enviar rayos de luz y de energía hacia el mundo».
Pero aquí seguimos: a la greña aún entre nosotros, insultándonos, rebajando nuestra propia dignidad al rebajar la de los demás y, por ende, anulando nuestro futuro con un pesimismo de largo (des)aliento.
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