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¿Es una presunción absurda creer que no hay nada más allá?

Europa es Grecia, Roma y Jerusalén. Fue. Es. No será. No será más Roma, Grecia… ¿Qué queda en Europa, en Occidente, del legado cristiano?

Expulsado Dios al exilio desde la Ilustración, el cosmos no es más que un organismo, una máquina, y el ser (solamente) la voluntad de poder.

Muerto Dios, hoy es la Nada nuestro nuevo ídolo. Somos sombras entre fantasmas, un instante a punto del desvanecimiento. El resto es silencio. No el de los poetas, sino el de las criptas.

Pero sigue siendo “una presunción absurda creer que no hay nada más allá”: tienes razón, Rafael Narbona; la tenéis tú y tu sensibilidad espiritual que nunca se disuelve (del todo) en la razón. Según leo estos días en tu maravilloso libro Maestros de la felicidad.

Hace algún tiempo yo escribí este poema:

Ese diseño inteligente, ese ser dios y no serlo,

ese ver en un gorrión el alma de las estrellas,

ese escuchar el agua, ese ser animal y no serlo,

ese ver en un gorrión un ave pequeña común,

ese buscar a los dioses en el reflejo de un ojo,

ese saberse tan humano que nos espante la magia.

Y, mientras tanto, “bailar sirve para olvidar la vergüenza de estar vivo” (como cantan Galerna en su San Lorenzo).

Pero esto no queda aquí…

Uno de los personajes de la extraordinaria y reciente novela de Ian McEwan Lecciones es Daphne. Me interesa ahora destacar su reflexión sobre el daño infligido por el cristianismo a la cultura occidental (una reflexión que le hace al protagonista mientras ella misma “se está dejando morir”; siento el spoiler):

“Históricamente, la cristiandad había sido la mano fría e inerte sobre la imaginación europea. Qué maravilla que hubiera expirado su tiranía. Lo que parecía piedad era una conformidad forzada en el marco de un estado mental totalitario. Cuestionarlo o desafiarlo en el siglo XVI habría sido jugarse la vida. Como protestar contra el realismo socialista en la Unión Soviética de Stalin. No era sólo el progreso de la ciencia lo que había obstaculizado la cristiandad durante 50 generaciones, era casi toda la cultura, casi toda la libre expresión e indagación. Soterró las filosofías de miras amplias de la Antigüedad clásica, durante una era empujó a miles de mentes brillantes hacia irrelevantes madrigueras de teología que no hacía sino enturbiarlo todo. Había difundido la denominada Palabra por medio de una violencia horrorosa y se mantenía gracias a la tortura, a la persecución y la muerte. ¡Piadoso Jesús, ja! En la totalidad de la experiencia humana del mundo había infinidad de temas y, sin embargo, en toda Europa, los grandes museos estaban llenos a rebosar de la misma basura escabrosa. Peor que la música pop. Era el Festival de Eurovisión en pinturas al óleo y marcos dorados. Mientras lo decía le asombraba la intensidad de sus sentimientos y el placer del desfogue. Estaba desbarrando, explotando, por otra cosa. Qué alivio era, dijo cuando empezaba a calmarse, ver la representación de un interior burgués, una hogaza de pan sobre una tabla junto a un cuchillo, una pareja patinando de la mano en un canal helado intentando aprovechar un momento de diversión mientras el puto cura no miraba. ¡Gracias a Dios por los holandeses!

Copyright del artículo © José Luis Ibáñez Salas. Reservados todos los derechos.

José Luis Ibáñez Salas

Editor e historiador. Autor de los ensayos 'El franquismo' (2013), 'La Transición' (2015), '¿Qué eres, España?' (2017), 'La Historia: el relato del pasado' (2020) y 'La música (pop) y nosotros' (2021), y la novela 'Serás mi tumba' (2023). Escribe en diversos medios, fue responsable del área de Historia de la Enciclopedia multimedia Encarta, dirigió la colección Breve Historia para Nowtilus y la colección Biografías de Sílex Ediciones. Es editor de material didáctico en la editorial Santillana.