Había una vez un país llamado Cuba que conocimos por las películas norteamericanas donde aparecían orquestas como los Lecuona Cuban Boys y las de Don Aspiazú y Xavier Cugat.
Subieron a los escenarios del variétés y de las estaciones de radio, los cabarets y dancings de la época, como si lo cubano debiera ser absuelto desde los Estados Unidos, a sesenta millas de la isla.
Mucho se ha revuelto la historia cubana desde entonces, pero las melodías de Lecuona permanecen como si fueran una isla ideal, capaz de flotar en cualquier océano, como la legendaria isla intermitente de San Brandán. Uno de sus puertos de escala es, por ejemplo, Miami.
Imaginamos un local penumbroso donde una chica flapper, acompañada por un escueto piano, ataca viejas canciones de Lecuona, con un aplicado acento castellano levemente pimentado de continente. Esta chica tiene su encarnación perfecta en Carole Farley, una voz recatada y lírica, emitida con cuidado, que lee a Lecuona en puntas de pie, quizás apoyada en altos tacones.
Es, a medias, un repertorio de romanzas de salón, a veces tocado por el sensualismo del cabaret, su melodía desgranada en la media luz propicia a los susurros. Desde luego, sin perder los estribos ni entregarse a frenéticas sandungas. Oiga usted, que estamos en tierra firme.
Disco recomendado: Ernesto Lecuona (1895-1963): Canciones de Amor / Carole Farley, soprano. John Constable, piano / BIS / Ref.: BIS 1374 (1 CD)
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