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En busca de Montaigne

El adjetivo híbrido tiene una connotación despectiva, acaso de origen racista, pues equivale a mestizo, a mezclado, a conciliado, vocablos que, en principio, nadie emplearía para despreciar. Muy por el contrario, la literatura contemporánea ha acudido con soltura a la hibridez y conseguido piedras miliares como las de Proust, Musil o Thomas Mann. A este desafío corresponde el más reciente libro de Juan Malpartida, Mi vecino Montaigne (Fórcola, Madrid, 2021, 267 páginas). En efecto, el autor ha eludido el riesgo de escribir un enésimo ensayo sobre Montaigne y ha optado por un discurso híbrido que no es un arbitrio estético sino una necesidad del texto mismo.

El curso empieza con una rememoración que se convierte en una autobiografía que se convierte en una meditación sobre Montaigne bajo la especie, justamente, de un ensayo sobre el fundador del ensayo moderno. Malpartida narra sus inicios en la vida –niñez, adolescencia, primera juventud–, su andanza por la España en la segunda mitad del siglo XX y su encuentro con la vocación literaria. Su rememoración incluye no sólo sus intereses literarios sino también, más ampliamente, intelectuales, sin ahorrar sus fantasías y su acercamiento al delirio, siempre controlado, según la habilidad del escritor, por la noción de lo literario como mestizaje de la inteligencia. Así podemos llegar a asistir a un diálogo entre los dos grandes Migueles del Renacimiento y el barroco, Montaigne y Cervantes, y a una suerte de banquete platónico en forma de picnic donde alternan, se entreveran, discuten y se obsesionan por los mismos temas –léase obsesiones– de Malpartida, los más notables neurocientíficos del siglo XX.

Si buscásemos un vector dominante en este libro lo hallaríamos, sin demasiado énfasis pero sí certera conducción, en la pregunta por el Ser del ser humano. Malpartida rehúye las respuestas decisorias e intemporales porque el Ser de los seres no es estático sino fluyente, un devenir que Montaigne adjetiva de ondoyant, oleoso, un ensayo de ser más que el Ser de las esencias, en fin: la motivación de todo ensayo. De este modo, Malpartida hace desfilar la multiplicidad de sus inquietudes acerca del origen biológico de la especie, las filosofías del ontos más o menos desde Heráclito a Heidegger, el destino existencial humano narrado por poetas y novelistas, la reflexión de las letras sobre la Letra y un generoso etcétera que desagua en la aparición de Montaigne, ejemplo a la vez lejano e inmediato del mestizaje propio de la modernidad. Una inventio, el hallazgo necesario e ineludible de algo que se busca sin saberlo pero que al hallarse se reconoce como, justamente, lo inventado. Un discurso que no aseguran los dioses ni la fatalidad de las leyes naturales, un desfile de la efímera temporalidad que intenta capturar y dotar de permanencia la letra escrita y, por fin, un modelo hábil de compartirse con todos los escritores del mundo. Es la torre de un castillo en la campiña bordelesa del siglo XVI, donde se refugia un hidalgo de aquéllos quizá quijotescos, en medio de un país y un continente desgarrados por las guerras de religión. Se ensimisma sin aislarse pues la ventana de su estudio da al mundo, que se deja contemplar más anchamente que de cerca.

Malpartida insiste en esta figura de la torre que es alejamiento y comunicación, todo por junto. Lo simboliza con la figura de la puerta que sirve para entrar y ensayar, a la vez que para salir y explorar. Montaigne encuentra extraño y curioso todo lo humano al tiempo que halla en la extrañeza algo digno de estudio, una familiaridad con todo lo humano. Sin cerrar nunca su discurso sino manteniéndolo en el registro del ensayo, del intento, de la tentativa pues la vida humana es, cierta e inciertamente, ensayo, intento y tentativa.

Por todo eso, Malpartida empieza examinando su memoria y desemboca en Montaigne. No se lo esperaba pero una secreta decisión de la vecindad lo ha introducido en su vida. Una mañana, yendo a comprar el pan, se encontró con Montaigne, un señor que sigue ensayando dar con el Ser del ser humano. Ponerlo negro sobre blanco es tarea de un amante de las iluminaciones, los secretos y las ambigüedades de la palabra escrita. Un poeta, sin ir más lejos, más allá del verso y la prosa, como el autor de esta búsqueda y este encuentro.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")

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