El nombre de Alex Toth es poco conocido fuera del mundo de los cómics, pero entre los profesionales y aficionados al medio es justificadamente considerado, junto a Jack Kirby y Steve Ditko, como un maestro de la narración gráfica que dio forma al comic-book moderno.
Nacido en Nueva York en 1928 en el seno de una familia de inmigrantes húngaros con inquietudes artísticas, el joven Toth fue una especie de prodigio del dibujo. Cursó estudios en la High School of Industrial Arts y se esforzó por mejorar su técnica como dibujante con vistas a cumplir sus sueños de convertirse en un artista de cómics a la altura de Milton Caniff. Pero su tenaz compromiso con la calidad de su trabajo no tardó en agriar esas ilusiones iniciales al averiguar lo tradicional, rígida y desconfiada hacia la innovación que era la industria periodística.
A los quince años empezó a vender sus primeras páginas a Heroic Comics y, tras graduarse en 1947, trabajó para All American / National Periodical Publications (que acabaría fusionándose y rebautizándose como DC Comics) en personajes y títulos como Dr. Mid-Nite, All Star Comics, The Atom, Green Lantern, Johnny Thunder, Sierra Smith, Johnny Peril o Danger Trail. En 1950 realizó también algunas incursiones como negro (dibujante sin acreditar) en las tiras de prensa, concretamente en el western Casey Ruggles, pero volvió a sentirse decepcionado al ver lo poco que habían cambiado las cosas desde que estudiaba.
Siempre obsesionado por la mejora de su arte, Toth nunca tuvo tiempo para tonterías o a someterse a editores en busca de artistas dóciles que no estuvieran dispuestos a asumir ciertos riesgos artísticos. En 1952, Toth abandonó DC para trabajar con el editor de pulps Ned Pines, que en ese momento estaba reestructurando sus editoriales de cómics (Thrilling Comics, Fighting Yank, Doc Strange, Black Terror y otras) fusionándolas en Standard Comics, una compañía que buscaba atraer lectores más adultos con títulos más sofisticados y centrados en géneros específicos.
Junto a otros artistas como Nick Cardy, Mike Sekowsky, John Celardo, Ross Andru o Mike Esposito, Alex Toth elevó el nivel del comic-book con su innovador estilo narrativo: inteligente, elegante, irónico, contenido y maduro, en varios títulos –todos de corta vida– dedicados al terror, la ciencia ficción, las historietas románticas, policiacas o bélicas. Antes de ser llamado a filas por el ejército –donde tuvo tiempo para crear una tira, Jon Fury, para un periódico militar– ilustró 60 historias para Standard así como colaboraciones puntuales para EC Comics y otras editoriales.
Tras licenciarse, se estableció en California. Era todavía un autor joven de 22 años con gran ambición artística, pero, una vez más, hubo de contentarse con trabajos que no le satisfacían. El mercado del cómic estaba por los suelos tras la polémica surgida un par de años antes a raíz de la violencia en las colecciones de terror de la editorial EC. La instauración de un código de censura había obligado a muchas compañías a cerrar y otras a infantilizar sus contenidos. Las tarifas por página eran muy bajas y los dibujantes, para ganarse la vida, se veían obligados a aceptar encargos con los que muchas veces no sentían afinidad alguna.
Así que, fijando su residencia en Los Ángeles, Toth dividió su esfuerzo entre varias editoriales. Es en esta época cuando se encarga de ilustrar las aventuras de El Zorro.
El Zorro había sido creado por Johnston McCulley en 1919 para una novela titulada La maldición de Capistrano. Inmediatamente se convirtió en un héroe inmensamente popular que totalizaría más de sesenta novelas. Ya en 1920 fue llevado al cine en una versión muda protagonizada por Douglas Fairbanks. Republic Pictures produjo un serial de doce capítulos en 1937 y, ya en la época del sonoro fue Tyrone Power quien le dio vida en 1940.
Entre 1957 y 1959, Walt Disney retomó al héroe para producir una serie de televisión emitida por la ABC y protagonizada por Guy Williams, que se haría tremendamente famosa entre los niños. Como solía ser habitual, Disney vendió los derechos de adaptación a las viñetas a una editorial especializada y que ya había probado su capacidad en este mercado como era Dell Comics. Pionera en la publicación de comic-books, a partir de la década de los cincuenta Dell vendió millones de cómics gracias a su habilidad para hacerse con las licencias de multitud de personajes de estudios cinematográficos, desde la mencionada Disney a Walter Lantz pasando por la Warner o la MGM: el Llanero Solitario, Tarzán y varios personajes de Hanna-Barbera. Alex Toth, colaborador habitual de la compañía, recibió el encargo de producir adaptaciones de algunos de esos episodios.
Diego de la Vega es un noble que, a petición de su padre y tras pasar varios años en España, regresa a su hogar en el sur de California. Nada más llegar conoce al malvado capitán Monastario (sic), quien se comporta como el déspota local, aplastando a los más pobres con impuestos abusivos y encarcelando a quien se atreva a disentir o quejarse. Siendo un hombre honesto, justo y valiente, Diego decide combatir el reinado de terror de Monasterio y su sicario, el cretino sargento García, defendiendo a los débiles de sus atropellos. Comprendiendo que no puede comprometer a su padre ni enfrentarse abiertamente con sus enemigos, adopta el alias de El Zorro y se disfraza con una capa, un sombrero y una máscara negros, haciendo uso de su habilidad como espadachín y jinete, su ingenio y su valor para deshacer las injusticias que le rodean. Para despistar aún más a quienes intentan averiguar la identidad del hombre tras la máscara, Diego se comporta en su identidad civil como un petimetre egocéntrico y cobarde. Como su primo en la ficción, Batman, el Zorro también tiene su medio de transporte (el caballo Tornado), un criado que conoce su identidad secreta (Bernardo) y una guarida secreta (una caverna conectada con su residencia).
Dadas las circunstancias en las que tuvo que trabajar, Toth realizó una labor de primer orden. Para empezar, hubo de aceptar a regañadientes la política de anonimato de la compañía –y de Disney, famoso por ocultar la identidad de los auténticos talentos en su nómina– y resignarse a que su nombre no figurara en los cómics que él dibujaba. Y después, su entusiasmo y cariño por el personaje tuvo que hacer frente a los guionistas de las historias. Éstos eran los mismos que los que escribían los guiones para televisión, y Toth no conseguía hacerles entender que ambos medios requerían aproximaciones diferentes. En un cómic, y especialmente uno dirigido a un público infantil, no había lugar para larguísimos textos de apoyo o prolongadas secuencias de personajes dialogando. Era necesario introducir más acción, más persecuciones y duelos a espada. No hubo forma. Ni el editor ni los guionistas se avinieron a cambiar un ápice sus guiones.
Después de seguir las directrices marcadas durante algunos números, Toth decidió hacer las cosas a su manera y asumir las consecuencias. Empezó a realizar las historias haciendo más caso a su instinto y experiencia que a los detalles de los guiones que se le entregaban. Con todo, no es este un cómic que pueda recomendarse por sus argumentos. Aunque Toth pudo jugar con el ritmo y los diálogos, las pautas generales impuestas marcadas por Disney, así como el espíritu, personajes y tono de la serie debían respetarse. En consecuencia, los guiones, repletos de clichés, oscilan entre lo ordinario y lo mediocre. Los argumentos quedaban reducidos siempre a variaciones sobre la misma situación: una injusticia o crimen que el Zorro rectificaba haciendo uso de su ingenio, valor y habilidad con la espada, dejando de paso en ridículo al sargento García, que jamás conseguía atraparlo.
La verdadera razón por la que estos cómics de El Zorro son dignos de mención y continúan hasta hoy, más de medio siglo después de su publicación original, manteniendo su vigencia, es por su magnífico dibujo. Toth, que como hemos dicho nunca pudo seguir los pasos de sus admirados autores de tiras gráficas para la prensa, trasladó a las páginas de los comic-books las técnicas de clarooscuro de sus admirados Milton Caniff y Noel Sickles.
Sus viñetas combinaban el dinamismo narrativo del lenguaje cinematográfico con esa cualidad abstracta que desprenden las pinturas y grabados japoneses tradicionales. Efectivamente, las líneas y manchas de tinta que construían sus figuras y volúmenes son el ejemplo perfecto de esa máxima que reza lo que no suma, resta. Pero el suyo era un minimalismo asombrosamente eficaz: no sólo aportan el máximo de información (movimiento, expresiones faciales y posturas corporales naturales, entorno físico) con el mínimo detalle, sino que guían al ojo del lector por la página hacia el foco de la acción.
Por supuesto, el minimalismo gráfico con propósitos narrativos exige no sólo conocer muy bien qué líneas elegir y cómo trazarlas, sino también un meticuloso trabajo de diseño que Toth parecía desarrollar sin esfuerzo y, además, sin exhibiciones de ego. No hay grandilocuencia, splash pages ni ganas de impresionar al lector con su talento.
La sobriedad que se aprecia en sus historietas podría pasar por pereza en otros autores, pero en Toth es producto de un proceso de reflexión en virtud del cual todos los elementos están colocados en su lugar adecuado dentro de la viñeta, las manchas de sombras equilibradas con los espacios en blanco, y las figuras e incluso los globos de diálogo y las onomatopeyas ocupan la posición que mejor conviene a cada instante. Mientras que la mayoría de dibujantes necesitarían un mínimo de cinco líneas para representar algo, Toth lo hacía con dos. Si aquéllos lo plasmaban con el máximo detalle posible, éste sólo necesitaba combinar unas manchas de blanco y negro para conseguir el mismo efecto y, además, crear una sensación global de ligereza.
Es cierto que no todas las historietas mantienen el mismo nivel de calidad. Como hemos apuntado, la relación de Toth con la editorial no fue un camino de rosas y los guiones eran a menudo mediocres y poco inspiradores. Sin embargo, sus mejores páginas, especialmente si se disfrutan en blanco y negro, son ejemplos canónicos de cómo narrar una historia con viñetas. Porque además de su cuidadoso diseño, Toth demostró unas grandes dotes de habilidad narrativa. Como su dibujo, su ritmo era tan cinematográfico como dramático.
El resultado de todo ello fue un cómic moderno de gran belleza que, aun tratándose de unas historias anodinas de un personaje tópico, superaban con mucho a sus contemporáneos.
Toth se encargó de un total de dieciséis episodios hasta que, desengañado con una industria que consideraba moribunda, carente de inspiración, poco respetuosa con los autores y creativamente cobarde, abandonó las viñetas y se dedicó durante años al diseño de personajes para series televisivas de animación, como Space Ghost, Johnny Quest, Birdman, Shazzan o Scooby Doo.
Puede que Alex Toth, como decía al principio, no diga mucho a las nuevas generaciones de lectores. Ello seguramente es debido a que muy raramente dibujó alguno de los personajes principales de DC o Marvel y sólo hasta poco antes de su muerte en 2006, con el renovado interés por el material clásico que demostraron editores y lectores de una nueva generación, empezó a recibir el reconocimiento que merecía. Sin embargo, ningún profesional del medio que se precie desconoce su legado. Su estilo minimalista, sentido de la composición y uso de la iluminación con fines expresivos, ha influenciado a muchísimos dibujantes de mayor renombre que han reconocido orgullosos su influencia: Frank Miller, David Mazzuchelli, Jordi Bernet, Frank Thorne, Alfonso Font y Rubén Pellejero
Por supuesto, un cómic para amantes del personaje y de la literatura pulp en general. Pero de lectura obligatoria para todos aquellos que aspiren a convertirse en artistas o quienes simplemente estén interesados en el dibujo y de cómo este puede reducirse a su mínima expresión para conseguir el máximo efecto narrativo.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.