Chopin odiaba los sobrenombres que los editores añadían a su música con fines comerciales. Los encontraba ridículos, amanerados y, sobre todo, ajenos a su pensamiento artístico, siempre fiel al ideal de la música absoluta. Sin embargo, de Londres llegaban cartas admirando Les soupirs (Nocturnos Op. 37), Les murmures de la Seine (Nocturnos Op. 9) o Les Zéphirs (Nocturnos Op. 15)…, a causa de los agréments de salon [añadidos de salón] que su editor en Inglaterra, Wessel, incluía en las cabeceras de las obras sin el consentimiento del compositor.
En la década de 1840, cuando se había convertido en un compositor reconocido en París, Chopin se lamentaba amargamente de los títulos descriptivos de Wessel y de su socio Stapleton, frente a su concepción musical según “órdenes formales”, en una carta a su factótum, Julien Fontana, el 9 de octubre de 1841 desde Nohant, la casa solariega de George Sand:
«Wessel es un imbécil y un ladrón. Escríbele lo que quieras, pero dile, en todo caso, que no tengo intención de ceder en cuanto a mis derechos sobre la Tarantella. No la envió a tiempo, está perdido en mis obras y, ciertamente, es por los títulos estúpidos con los que las viste en detrimento de mis órdenes formales, y las burlas que no he perdonado a M. Stapleton. Si yo no hubiera escuchado más que la voz de mi alma, no le hubiera enviado nada más, sólo por estos títulos«.
No obstante, pese a su desprecio a la música descriptiva y, en especial, a la música programática –basada en un texto inspirador–, encontramos algunos detalles en su obra de juventud que remiten a mensajes ocultos desvelados por su correspondencia.
Y es que, pocos meses antes de abandonar Polonia para siempre, Chopin se había enamorado violentamente de una joven alumna de canto del conservatorio varsoviano, Konstanze Gladkowska, bajo cuya inspiración compuso el tiempo lento del Concierto para piano y orquesta Op. 21 y el Vals en Sol bemol mayor, que fue publicado por Fontana de manera póstuma como Vals Op. 70 n º 3. Tras una pregunta de su confidente, Tytus Woyciechowski, sobre Leopoldine Blahetka, una joven pianista que Chopin había conocido en Viena en el verano de 1829, se propició la siguiente confesión, el 3 de octubre:
«Para mi desgracia, ya he encontrado mi ideal, al cual desde hace seis meses sirvo fielmente, pero sin hablarle de mis sentimientos. Sueño con ella, bajo su inspiración ha nacido el adagio de mi concerto [op. 21] y, esta mañana temprano, el valsecito que te envío [Op. 70 n º 3]. Nadie lo sabrá, salvo tú. Remarco el pasaje con una X. Qué agradable será tocar este vals para ti, querido Tytus. En el Trio, el canto debe dominar al bajo hasta el mi bemol de la parte del violín, pero ¿hace falta que te lo diga, cuando tú lo sentirás?»
El enamoramiento del compositor a sus diecinueve años dio lugar no sólo a uno de los fragmentos más hermosos de su producción…
…sino, también, a algún episodio más bien cómico, narrado por carta a Woycichowski ese mismo año, que denota la personalidad soñadora de Chopin:
«…cuando reflexiono sobre mí mismo, me sorprende comprobar cuan a menudo pierdo la noción de la realidad. Como a mi vista la hieran cosas que la impresionan profundamente, ya me pueden pasar caballos por encima, que no me daré cuenta. Eso es exactamente lo que pasó el domingo. Sorprendido por una mirada inesperada [la de Konstanze] en la iglesia, en el momento preciso en que era presa de un adorable embotamiento, me turbé hasta el punto de no poder decir lo que pasó en el cuarto de hora siguiente. En la calle me encontré con el doctor Parys y, no sabiendo cómo explicarle mi distracción, tuve que inventar un perro que, habiéndose metido entre mis piernas, me había hecho dar un tropezón. ¡Es horrible pensar a qué grado de locura puedo llegar!»
En el Vals Op. 70 n º 3, de deliberada elaboración polifónica, encontramos el pasaje de la mencionada “X”. En un fragmento de gran significado simbólico, las voces de los enamorados, legato e cantabile, conversan a ritmo de vals –la masculina, en el registro grave, en clave de fa; la femenina, en la tesitura de soprano, en clave de sol, de ahí la alusión al violín–, con el predominio del bajo en el canto, es decir, de la iniciativa amorosa del compositor, una quimera más en la mente de Chopin, que jamás se atrevió a hablar de sus sentimientos a la muchacha. De hecho, el intervalo de sexta entre ambas voces interpone, frente a intervalos más estrechos, como el de tercera, una distancia musical considerable, tal cual son los amores platónicos…
Imagen superior: Chopin, Vals Op. 70 n º 3
De este modo, aunque a Chopin no le hubiese gustado el subtítulo que da nombre al presente artículo, es muy posible que tampoco hubiese accedido a la publicación del vals, editado en 1855 junto a otras obras póstumas, dado su deseo, formulado en su lecho de muerte, de que todas sus obras inéditas fuesen quemadas sin excepción.
Gracias a Fontana y al permiso expreso de la familia hemos podido conocer, entre otras obras, el secreto del Vals Op. 70 n º 3 y las voces de los enamorados…
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