En su libro sobre Rahel Varnhagen (Historia de vida de una judía alemana en el romanticismo) Hannah Arendt deja caer una reflexión sobre el Quijote que puede incorporarse, en carácter de contrafaz, al espacio romántico germánico ocupado por la novela cervantina.
A partir de Ludwig Tieck, traductor de la obra, y llegando hasta Kierkegaard y Heine, por no agotar la lista, se construyó un Don Quijote como Caballero del Ideal, opuesto a un mundo soezmente real, sórdido y pedestre.
Arendt, sin alejarse del modelo y la referencia, desliza su propia lectura. Don Quijote intenta embrujar, hechizar, tornar onírico y posible un mundo que hoy llamaríamos secularizado, desprovisto de todo elemento mágico, es decir poético y, en consecuencia, novelesco. Al mismo tiempo, un mundo ilusorio visto por un loco que es muy feliz en su empresa. Un ideal noble: dar al mundo una impregnación de idealista nobleza.
El error del caballero es no determinar sus ideales, de modo que acaban siendo algo vacuo y abstracto. En el extremo opuesto, la realidad del mundo exhibe todas sus determinaciones y acaba imponiéndolas al héroe, que recupera la razón y se muere. Don Quijote sabe lo que desea pero no lo que puede. Su poder está fijado por esa realidad que él intenta cambiar por una suerte de pase mágico que la altere. Enajenado por la vida empírica en la cual es visto como un ser estrafalario, ridículo y tal vez algo pirado, se torna un ente fantasmal que sólo se plasma en un texto literario.
En este punto, Arendt suscribe una conclusión en plan de fórmula, que vale como una enésima definición del hombre romántico: destruir su existencia como única manera de poder vivir su vida. Apretando los términos: el hombre como un ser conflictuado entre su existencia y su vida, lo aparencial y lo genuino, la figuración y la real realidad de sí mismo. El personaje que escoge Arendt para ejemplificarlo es una mujer judía, es decir que vive la historia a partir de esa doble identidad: la femineidad y el judaísmo. Y aquí, como diría Don Quijote, parafraseado por quien firma: “Con la historia hemos dado, Sancho.” La Historia: otra historia. Por el momento, contentémonos con este brillante aporte de Hannah Arendt a una posible antropología del romanticismo sugerida por Cervantes.
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