El mito de la Atlántida es sin duda uno de los más perdurables en la historia de la Humanidad. Desde que Platón mencionara la isla por primera vez en sus diálogos Timeo y Critias alrededor del 360 a.C., un sinfín de autores se han ocupado de especular sobre su localización, ampliar la leyenda con los más pintorescos detalles o servirse de ella para sus propios fines literarios o económicos.
Resulta chocante que sólo en tiempos modernos se haya tomado en serio la historia de esa gran civilización insular que sucumbió víctima de una catástrofe, porque en la Antigüedad se tenía bastante claro su carácter de mito. En el último siglo, eruditos, científicos, exploradores y charlatanes ocultistas de todo pelaje han invertido una increíble cantidad de tiempo, esfuerzo y dinero en perseguir un espejismo y convencernos de su realidad, lo cual constituye en sí mismo un fenómeno que merece ser estudiado en otro foro.
En el ámbito que a nosotros nos ocupa, la ciencia-ficción, la Atlántida ha jugado un importantísimo papel gracias a su innegable poder evocador. Símbolo y epítome de todas las civilizaciones que una vez fueron inmensamente poderosas antes de ser arrasadas por un poder mayor que el suyo y quedar reducidas al ámbito de la leyenda, los escritores de fantasía y ciencia-ficción han encontrado en la imagen de las grandiosas ruinas sumergidas un escenario tremendamente atractivo para ambientar sus ficciones o alegorías.
Vimos aquí un caso temprano, el de Francis Bacon y su obra utópica La Nueva Atlántida (1627). Pero la lista de escritores que nos han presentado sus particulares concepciones del mito o que lo han utilizado como pieza más o menos relevante en sus narraciones es aparentemente interminable: Poul Anderson, Marion Zimmer Bradley, Fredric Brown, Edgar Rice Burroughs, Kara Dalkey, Arthur Conan Doyle, Neil Gaiman, David Gemmell, Robert A. Heinlein, Robert E. Howard, Stephen King, Henry Kuttner, C.S. Lewis, H.P. Lovecraft, Larry Niven, E.E. Doc Smith, Neal Stephenson, J.R.R. Tolkien, Harry Turtledove o Julio Verne son sólo algunos de los nombres más conocidos.
Por supuesto, existen muchos otros autores de menor empaque que también han recurrido a la Atlántida en sus novelas. Uno de ellos fue Stanton A.Coblentz, poeta y escritor norteamericano que comenzó su carrera a comienzos de los años veinte publicando críticas literarias en varios periódicos neoyorquinos y un libro de poemas. En 1928 vio la luz su primer relato de ciencia-ficción, The Sunken World, en las páginas de una revista especializada en el género, Amazing Stories Quaterly (la versión en libro hubo de esperar hasta 1948).
El X-111 es el prototipo de una nueva generación de submarinos, una nave futurista comandada por Anton Harkness. Su viaje inaugural resulta abruptamente interrumpido cuando en el curso de una batalla un remolino los arrastra a las profundidades marinas. Estados Unidos recibe conmocionado la repentina e inesperada pérdida de su fantástica máquina. Pero en realidad, el sumergible ha ido a parar a la Atlántida, cuyos habitantes rescatan a la sorprendida tripulación. La ciudad de atlanteanos está protegida por una cúpula de cristal y los náufragos humanos tienen la oportunidad de visitar el lugar y aprender sus costumbres. La inevitable y previsible historia de amor une a Harkness con una chica atlanteana con quien escapa después de que la cúpula se destruya y el agua invada, esta vez definitivamente, la mítica ciudad.
Coblentz trata de fusionar el thriller submarino con el relato de mundos perdidos y el subgénero utópico, describiendo a la Atlántida como una sociedad modélica e igualitaria, realizando por contraste un comentario satírico sobre la sociedad americana del momento. La meta buscada era demasiado ambiciosa y el resultado es claramente irregular. Las cinco novelas que el autor publicó en Amazing Stories Quaterly dejaban claro que Coblentz nunca fue un escritor particularmente brillante ni en los argumentos que imaginaba ni en el estilo con que los plasmaba. Sin embargo, sí demostró habilidad en la creación y descripción de entornos extraños y alienígenas, revelándose muy capaz de despertar en los lectores ese sentido de lo maravilloso tan importante en la ciencia-ficción y que le convirtió en uno de los autores más apreciados y rentables de la era del pulp.
En fin, una novela excesivamente predecible pero que si he querido rescatar aquí es porque fue la primera en elegir a la Atlántida como mundo perdido. Por otra parte, hemos de situarnos en la piel del lector de la época. Los pulps no destacaban por su excelencia literaria y comparar gran parte del material que publicaban con trabajos clásicos de autores de renombre sería injusto. Hoy hemos leído y visto incontables variaciones sobre el mismo tópico, pero para el lector de 1928 el material ofrecía una gran novedad. Y es que aunque el subgénero de mundos perdidos se venía cultivando en la literatura popular desde hacía casi medio siglo, ésta fue la primera ocasión en la que la Atlántida se utilizaba como fondo de una aventura épica.
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.