Mindfulness es el anglicismo con el que denominamos un método de “concentración plena”. Sería, pues, la atención al momento presente que tiene por efectos a medio y largo plazo el bienestar y felicidad personales. Permite alcanzar la paz mental y aplicar este estado a la vida diaria.
Si la explicación suena a budismo y cosa oriental, es porque lo es. Bueno… lo era. Ahora es un budismo desbudizado, en concreto un vipassana desvipassanizado al gusto de la cultura light. O sea, que no es budismo. Por eso tiene nombre inglés y se puede cobrar por enseñarlo.
El caso es que se ha convertido en un fenómeno de masas. O eso dicen. En 2014, la disciplina de marras fue portada de la revista Time y cada dos por tres un artículo destaca sus innumerables beneficios. Políticos, empresarios, banqueros, agentes de bolsa y estafadores varios se dedican a eso de la meditación y el entrenamiento de la mente para estar siempre presentes y hacer que el mundo gire más rápido al son de sus cuentas corrientes.
Esto demuestra que hay mucha gente estresada que quiere desestresarse sin renunciar a la vida estresante que sueñan les conduzca, mindfulness mediante, a una jubilación desestresada, que al parecer no se logra sin haberse estresado lo suficiente.
Dejando de lado la técnica de marras, y sus beneficios en cuanto práctica de relajación –aquí no se pretende atacar su esencia ni negar sus efectos positivos, que los tiene, sino el entorno social en que se desarrolla— este artículo se va a centrar en la vida diaria, y en cómo una práctica que ha marcado el sino de tantas tradiciones espirituales del orbe, en especial del Oriente, se ha convertido en toda una superestrella del Poniente, donde hemos reducido lo espiritual a una preocupación por la salud corporal y mental.
Esta “psicologización” ha permitido, desde la década de 1960, convertir la espiritualidad en un negocio e integrarla en el sistema de consumo, bajo marcas que garantizan la cura a los problemas de una vida competitiva y estresante. Basta comprar sus productos.
Imagen superior: Jon Kabat-Zinn, profesor emérito de medicina y creador de la Clínica de Reducción del Estrés y el Centro para el Mindfulness en la Medicina, la Asistencia Sanitaria y la Sociedad, inscritos en la Facultad de Medicina de la Universidad de Massachusetts.
Las tradiciones espirituales, las que de verdad merecen ese nombre, tienen un componente subversivo; sus iniciados tienen la fuerza para desafiar el conformismo social y el individualismo desde sí mismos, actuando desde su conciencia en soledad. No necesitan pagar para que les enseñen, ni comprar cosas que aceleran milagrosamente la iniciación.
Al contrario, conformismo e individualismo son precisamente los ingredientes de los sucedáneos occidentales, allí donde no se tienen fuerzas para actuar si no es siguiendo las huellas de otros que garanticen que el terreno está asegurado.
Si hay que acudir a contempladores de sociedades en crisis, nadie como Ortega y Gasset. En las Meditaciones del Quijote, expone Ortega su visión sobre lo profundo y lo superficial, nociones muy esclarecedoras de la situación actual, que nos permiten comprender la evolución, o involución, del mindfulness en cuanto que producto del mercadeo occidental, que ya viene a ser, casi, sinónimo de global.
Decía Ortega y Gasset que toda moral utilitaria es una moral perversa. El individuo poseído por ella es un tipo pasivo, a merced de las circunstancias. Un pelele. Es una moral que no sólo posee a gente carente de valores, sino a cobardes que guardan sus valores para tiempos mejores.
Imagen superior: Richard J. Davidson, profesor de psicología y psiquiatría en la Universidad de Wisconsin–Madison, buen amigo del Dalai Lama y adalid de la meditación y el mindfulness como prácticas idóneas para la salud mental.
No se debe confundir una moral utilitaria con la filosofía del utilitarismo. Cualquier sistema de valores, incluso de los más elevados, es compatible con la perversidad: “no deja de ser utilitaria una moral porque ella no lo sea, si el individuo que la adopta la maneja utilitariamente para hacerse más cómoda y fácil la existencia”.
Cuando una sociedad entra en crisis, pierde toda capacidad para lo profundo. Los individuos se convierten en “meros soportes de los órganos de los sentidos”: se limitan a ver, oír, oler, palpar, gustar; la vida se reduce a sentir el placer y evitar el dolor.
Dice Ortega:“Y andamos en peligro de que esa invasión de lo externo nos desaloje de nosotros mismos, vacíe nuestra intimidad, y exentos de ella quedamos transformados en postigos de camino real por donde va y viene el tropel de las cosas.”
La atracción por lo superficial es una sumisión, una pasividad que se limita a tragar flujos ajenos. La profundidad, por el contrario, requiere un pensamiento activo, capaz ir más allá de la superficie e intuir su anverso donde reside lo oculto; lo profundo es, por naturaleza, ajeno a la mirada. Toda superficie contiene lo necesario para que la mirada la atraviese con el ejercicio intelectual, dilatándola en un sentido más profundo, dirá Ortega.
La negación de la profundidad es la decadencia de la cultura, desde las artes que se frivolizan y las ciencias que se estupidizan hasta las políticas que se desvalorizan. Cuando esto ocurre, la sociedad “cae de golpe en un hondísimo letargo y no ejerce más función vital que la de soñar que vive”.
“En el orden de la cantidad, es la unidad de medida lo mínimo; en el orden de los valores, son los valores máximos la unidad de medida. Sólo comparándolas con lo más estimable quedan justamente estimadas las cosas. Conforme se van suprimiendo en la perspectiva de los valores los verdaderamente más altos, se alzan con esta dignidad los que les siguen. El corazón del hombre no tolera el vacío de lo excelente y supremo. Con palabras diversas viene a decir lo mismo el refrán viejo: “En tierra de ciegos, el tuerto es el rey”. Los rangos van siendo ocupados de manera automática por cosas y personas cada vez menos compatibles con ellos.”
Se pierde entonces la sensibilidad para todo lo profundo; quienes nacen en tales circunstancias aplauden la mediocridad porque nunca tuvieron la experiencia de lo profundo. Desaparecida la excelencia, la inferioridad se extiende hacia las partes altas de la pirámide. Y aquí citaremos a Kandinsky, que se coló como quien no quiere la cosa entre las lecturas para preparar este artículo: “Como siempre han sido conducidos en el carro de la Humanidad por hombres resueltos al sacrificio y superiores a ellos, ignoran todo sobre ese esfuerzo que siempre han contemplado desde una gran lejanía. Por eso creen que es muy fácil empujar y aceptan recetas que no se discuten y remedios que nunca fallan.” (Kandinsky, De lo espiritual en el arte).
Sirva la cita para pasar al siguiente asunto en aquello del mindfulness. Si éste resulta superficial, no es culpa suya: la época toda es superficial. Su incapacidad para comprender se extiende también a la mirada hacia los otros, en la línea de la crítica que Slavoj Zizek hace del multiculturalismo: se trata de la tolerancia del diferente en la distancia, nunca como verdadero intento por comprender desde el contacto íntimo, que es rechazado de inmediato, sino que se admite la diferencia siempre que concuerde con la imagen inventada que nos hemos hecho de ese otro, al que se permite ser libre mientras lo sea dentro de los límites que se le han impuesto; es el respeto al colonizado a quien se le otorga carta de libertad siempre y cuando se deje colonizar.
Este multiculturalismo no sería más que una manera de soportar la culpa de tener que someter al otro, al diferente, para asegurar la continuidad de un sistema que existe porque devora, y que si no devora se viene abajo.
Ese es el contexto en que las técnicas de meditación procedentes de Oriente fueron importadas a Occidente. Se cogieron prácticas de aquí y de allí, se las desvistió de la ética que las acompañaba, se ignoraron los principios que fomentaban y se sustituyeron por otros incompatibles, ignorando tal incompatibilidad.
Estamos ante una nueva versión de la película Matrix: Neo tiene que elegir entre la píldora azul y la píldora roja. Lo que no sabe es que ambas píldoras han sido creadas por el mismo sistema del que pretende escapar; puede escoger qué fantasía de libertad quiere, si la de un integrado o la de un periférico, pero en ambos casos seguirá viviendo en Matrix.
Si el estado de atención plena, en el budismo, es el primer paso de una larga serie de compromisos existenciales, que permite que el individuo reconozca las corrientes de pensamiento que lo condicionan y pueda, así, discriminar aquellos impulsos que lo desvían de un camino de desarrollo interior, en el mindfulness no existe tal propósito; por el contrario, se apaga la mente para no tener que discriminar pensamientos, se iguala en la mediocridad de valores, o se discrimina para potenciar aquellos pensamientos amigos del deseo.
Imagen superior: Pixabay.
Copyright © Rafael García del Valle. Reservados todos los derechos.