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«El jugador de croquet» (1936), de H.G. Wells

En este personal recorrido cronológico por la historia de la ciencia ficción, ha llegado el momento de despedirnos de Herbert George Wells, uno de los escritores más influyentes y universalmente leídos del género y cuya obra relacionada con el mismo hemos revisado aquí con cierta exhaustividad. Eso sí, aunque ya no comentaremos más novelas firmadas por él, su sombra seguirá acompañándonos durante mucho tiempo, puesto que sus ideas resultaron ser tan poderosas y perdurables que incluso hoy autores y público siguen bebiendo de ellas.

Lo cierto es que en los años treinta los títulos que cimentaron su fama y le reservaron un lugar entre los inmortales de la literatura hacía ya mucho tiempo que habían visto la luz: La máquina del tiempo, La isla del Doctor Moreau, El hombre invisible y La guerra de los mundos fueron todas ellas publicadas antes de que el siglo XIX tocara a su fin. Con esos libros, Wells revolucionó el género no sólo gracias a sus sugestivas imágenes, sino por su acierto al fundirlas con reflexiones de tipo social. De hecho, con la llegada del siglo XX, Wells aparcaría en buena medida la ficción especulativa pura para centrarse, una y otra vez, en la descripción de mundos utópicos y del proceso más o menos traumático que, según él, nos conduciría hasta ellos.

Su espíritu reformista le llevó por todo el mundo dando conferencias, entrevistándose con líderes políticos e intelectuales y tratando de extender su fe en las bondades de un gobierno mundial. En este sentido, apoyó con entusiasmo la creación de la Sociedad de Naciones. Sin embargo, la deriva política que iba tomando el continente europeo no pudo menos que frustrar sus esperanzas.

Esa decepción ante la irracionalidad humana tuvo su reflejo en esta su última obra calificable de ciencia ficción. Mr. Frobisher es un caballero británico en la flor de la vida que ha sido criado por su millonaria tía. Aficionado incondicional al deporte del croquet, lleva una vida despreocupada hasta que, en el curso de dos días, sentado en una terraza, escucha los testimonios de dos hombres a los que acaba de conocer, el doctor Finchatton y su psicoterapeuta el doctor Norbert.

Adoptando el papel de oyente, Frobisher es introducido en un mundo de extraños temores que acosa y consume el ánimo de sus colegas: en la aldea de Cainsmarsh una mujer se aterroriza ante la visión de su propia sombra; un trastornado granjero ataca a un espantapájaros; nadie se fía de la comida preparada por sus vecinos; se masacran las mascotas familiares y los amantes se ven consumidos por la rabia y la violencia. Una maldad corruptora, una locura que convierte a los hombres más sensatos en dementes, amenaza con extenderse por todo el planeta. Esas informaciones perturban la calma de Frobisher, invocando en su mente imágenes de oscuras eras pasadas y aún más negros futuros. ¿Son esas visiones reales o una fantasía paranoide? ¿Es la llamada a luchar contra el peligro el auténtico peligro?

A menudo se califica a este relato como historia de fantasmas, aunque no hay presencia sobrenatural alguna, solo un ambiguo terror despertado por la inminente guerra y la crueldad de la que es capaz el hombre. Wells realiza un trabajo sorprendentemente bueno teniendo en cuenta que no cuenta mucho: no hay acción directa, tan solo personajes narrando sus respectivas historias a Frobisher, y la naturaleza precisa de la angustia que sienten se revela sólo al final del cuento. Ese miedo es tanto más convincente cuanto más indefinido es.

Una vez comienzan a hablar sobre periódicos, ataques aéreos y hombres uniformados desfilando, el libro destapa sus cartas y se adentra en el mensaje político–social de modo demasiado evidente como para mantener el sentimiento de desasosiego (al menos desde un punto de vista sobrenatural).

Wells retoma aquí, acosado por su creciente pesimismo a la vista del ascenso de los fascismos europeos, algunas de las cuestiones ya expuestas en La isla del Doctor Moreau. Así, la historia se sostiene sobre la noción de que el Homo neanderthalis (caracterizado como «irremisiblemente bestial, envidioso, malvado, avaricioso») se halla aún muy presente en los genes del Homo sapiens. Más que eso: está a punto de usurpar el control del hombre moderno, destruyendo la civilización con una epidemia de barbarismo atávico, desconfianza y violencia.

El tono de la novela es oscuro e inquietante y no sólo encarna la decepción que marcó los últimos años de vida de Wells, sino que también sirve como testimonio del ascenso del totalitarismo europeo y la reacción de muchos intelectuales ante tal fenómeno. Paradójicamente, el autor escribió también por estos años sus propias e irrelevantes fantasías relacionadas con la idea del Superhombre, como Star Begotten (1937), en la que sugiere que los «hombres ilustres» deben su genialidad a ciertos rayos emitidos hacia la Tierra por marcianos evolutivamente más avanzados que nosotros. Los sujetos que se ven afectados por estos rayos se buscan los unos a los otros y planifican un nuevo orden mundial purificador. Pero esta idea –que la novela parece tomarse bastante en serio– se antoja increíblemente absurda en un mundo a punto de entrar en guerra.

El jugador de croquet no es una de las obras más conocidas de Wells. Ni siquiera tiene un buen título. Y a pesar de que su intento de fundir el razonamiento científico (concretamente el evolucionismo darwinista) con la metafísica (la naturaleza del salvajismo y el Mal) resulta poco convincente, hay sin embargo algunas interesantes y atemporales observaciones sobre la naturaleza humana. Además, su extensión es reducida, por lo que puede merecer la pena su lectura para conocer la transformación que experimentó el espíritu del autor en estos años.

El abatimiento de Wells continuó aumentando durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. En 1945, con ochenta años, escribió Mente al final de su atadura, un libro que reserva pocas esperanzas para la humanidad. Atormentado por las dolencias de las que había padecido toda su vida (diabetes, problemas renales), pasó sus últimos años en su finca de Easton Glebe, pero nunca dejó de trabajar. En la tarde del 13 de agosto de 1946, llamó a su criada y le pidió un pijama. Desde su lecho miró a los amigos que lo acompañaban y les dijo: «Proseguid, yo ya lo tengo todo». Unas horas después murió.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".