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«El juego de la guerra» («The War Game», 1966), de Peter Watkins

El mundo se tambalea al borde de la guerra nuclear cuando la Unión Soviética invade Berlín Occidental. A pesar de los intentos del gobierno para instruir a los ciudadanos acerca de las técnicas de supervivencia en caso de un conflicto atómico, el pueblo británico sigue sumido en la ignorancia y las medidas a adoptar son demasiado caras para la familia media. Un proyectil nuclear impacta en Londres y millones de personas perecen inmediatamente. Después, las autoridades deben enfrentarse al colosal problema de atender a miles de quemados y enfermos de radiación, enterrar a los muertos, establecer la ley marcial, afrontar revueltas por la comida y ver cómo sus propios funcionarios caen víctimas del estrés.

Originalmente, este falso documental de 48 minutos fue encargado por la BBC para conmemorar el vigésimo aniversario de la bomba de Hiroshima, un comienzo humilde para un producto que desde su estreno, el 13 de abril de 1966, se convirtió en una obra de culto. Cuando lo vieron por primera vez los ejecutivos de la cadena, se encontraron con un desarrollo y unas imágenes siniestramente realistas, muy pesimista y sin reparos a la hora de mostrar horrores. Así que, pensando que el material iba a ser demasiado fuerte para una emisión pública, lo prohibieron. Esa es la versión oficial, claro, pero en años más recientes se ha aducido una igualmente verosímil: que el documental cuestionaba severamente la política del gobierno referente a la defensa nacional en caso de guerra atómica y que podía interpretarse como un panfleto propagandístico de la Campaña para el Desarme Nuclear.

De hecho, el Ministerio del Interior británico tomó parte en el asunto, retirando la ayuda que había ofrecido inicialmente en forma de estadísticas y estudios y negándose a que participaran en el rodaje las fuerzas de defensa civil. El director Peter Watkins respondió a la censura defendiendo la distribución de su película mediante una campaña de cartas a periódicos, iniciativa que algo de éxito debió tener porque finalmente la BBC accedió a que se estrenara, aunque no en la televisión sino en salas de cine.

El juego de la guerra ganó varios premios, incluyendo el Oscar de 1967 al Mejor Documental. Prueba de su capacidad para impactar a sus espectadores es que no fue hasta 1985, veinte años después de su estreno, que la BBC levantó la mano y permitió que se emitiera por televisión.

Las influencias del director Peter Watkins pueden rastrearse en los neorrealistas franceses e italianos. Su fascinación por la idea del falso documental había comenzado años atrás, con dos cortos: Diario de un soldado desconocido (1959), una reconstrucción de las condiciones de vida en las trincheras de la Primera Guerra Mundial); y Los rostros olvidados (1960), una recreación del alzamiento popular contra los comunistas en la Hungría de 1956. Después vino Culloden (1964), otra recreación histórica, en esta ocasión la batalla entre ingleses y escoceses del mismo nombre librada en 1746, y para la que llevó su cámara hasta el mismo campo de batalla entrevistando a los combatientes. Esta última iniciativa fue todo un éxito, y a continuación se embarcó en El juego de la guerra, donde perfeccionó su estilo con un alarmante grado de realismo.

Escoger un tema tan duro y siniestro y encima plasmarlo en la pantalla con realismo utilizando cámara en mano, un sonido grumoso y centrándose en las clases trabajadoras del este de Londres, es algo que aumenta todavía más la incomodidad al sentir como auténtico lo que se ve en pantalla. Una vez que la bomba estalla y al adoptar el punto de vista de un observador, pueden mostrarse escenas de gran impacto, como la quema de cuerpos infectados, los motines por alimento y la ejecución de los violentos por un escuadrón de asesinos; hospitales totalmente sobrepasados por la afluencia de quemados y la policía obligada a disparar a aquellos con más del 50% de su cuerpo quemado por piedad y ante la imposibilidad de atenderlos; la recolección de anillos de boda en un cubo para quizá en un futuro poder identificar a los cuerpos; la entrevista a una mujer que cuenta cómo su familia tiene que bañarse y beber de la misma agua; los soldados viniéndose abajo por el estrés y siendo ejecutados sumariamente por negarse a retirar cadáveres… Es difícil imaginar que la situación real pudiera ser más descorazonadora y terrorífica.

Peter Watkins hizo un gran trabajo de documentación para asegurarse de que los hechos, personajes y conjeturas eran auténticas o, como mínimo, verosímiles. Muchas de las personas a las que entrevista en la pantalla –como cuando pregunta a amas de casa normales sobre los efectos del Carbono 14– no eran actores sino gente corriente a la que abordaba por la calle. Puede uno figurarse la razón por la que el gobierno se incomodó con este falso documental: Watkins no tiene reparos a la hora de mostrar la absoluta incapacidad de las autoridades de educar a la población acerca del peligro nuclear.

Tras El juego de la guerra, Watkins hizo carrera como realizador de películas políticamente comprometidas que desafiaban al establishment y en las que hacía uso frecuente del estilo pseudocumental. Algunas de ellas volvieron a tocar la ciencia ficción, como Privilegio (1967), ambientada en un futuro cercano en el que una estrella del pop es manipulada por el gobierno para tener controlada a la juventud; Gladiatorerna (1969), en un futuro en el que la guerra se ha eliminado y los países ajustan cuentas eligiendo ejércitos para que se enfrenten en juegos; y Punishment Park (1971), donde a varios prisioneros políticos se les da la oportunidad de recobrar la libertad atravesando un desierto. Eso sí, tras sus problemas con la censura, Watkins nunca trabajó para la BBC de nuevo y a finales de los sesenta se trasladó a vivir a Suecia como arranque de un periplo por varios países (ha vivido en Canadá, Lituania y actualmente, a sus 84 años, en Francia), continuando su carrera cinematográfica de forma esporádica, irregular y siempre en los circuitos marginales.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".